Plaza Tirano Aguirre: un apacible llamado a repasar nuestra historia
En la localidad de Los Rastrojos, en Cabudare, existe una modesta plaza llamada "Tirano Aguirre", reseñada en el Catálogo del Patrimonio Cultural Venezolano 2004-2005 y que lleva ese nombre por poseer un pedestal con una placa que dice:
"LECTOR: ESTE PEDESTAL SOSTENÍA LA CRUZ DE LA HIJA DE DON LOPE DE AGUIRRE (ALIAS EL TIRANO) LA CUAL FUE TRASLADADA AL MUSEO DEL ESTADO. OCTUBRE DE 1940”.
Dicha inscripción, lejos de comunicar la razón de ser de la plaza, causa una intriga inconmensurable ¿qué tendría que ver ese lugar con los restos de Elvira?
La plaza en cuestión se ubica en la esquina sur de su cuadra, exactamente frente a la Iglesia Sagrada Familia (también conocida como Santuario del Nazareno de Los Rastrojos) y ocupa un área de poco menos de quinientos metros cuadrados. Posee algunos bancos de concreto ubicados a lo largo de las caminerías que la atraviesan y está cubierta con una variada, bien mantenida y densa vegetación ornamental. El pedestal objeto de esta narración se encuentra en su lateral sur, de cara a la fachada del templo. Nadie parece reparar demasiado en el lugar, la cotidianidad se ha encargado de suavizar la relevancia de este hito.
La historia de Lope de Aguirre es bien conocida por ser también la historia de la delirante búsqueda de “El Dorado”, aquella tierra prometida de puro oro que los conquistadores nunca encontraron en América. Aguirre, acompañado siempre de su hija Elvira, pasó sus últimos días en Barquisimeto, a pocos kilómetros de donde hoy se ubica esta plaza. Aunque no se precisa exactamente el lugar donde fue ejecutado, se sabe que ocurrió en el casco histórico de la ciudad, en el lugar donde hoy se ubica la Plaza Jacinto Lara, el Edificio Nacional y la calle 24 y aunque han pasado 458 años desde aquel suceso, el espacio es el mismo. Más aún: sigue vigente la dicotomía entre la liberación y la dominación de esta tierra.
La rebelión y audacia de Aguirre serían castigadas de manera ejemplar para disuadir a otros alzados y es así como el 27 de octubre de 1561, se embosca a este hombre, ya abandonado y traicionado por todos sus acompañantes de expedición, excepto por su hija. Al saberse acorralado, Aguirre comprende que el destino de Elvira también estaba ofuscado y la apuñala hasta matarla, frustrando la muy probable venganza post-mórtem hacia él por atreverse a declararse Príncipe de la Libertad.
“Como se ve perdido, él mismo asesina a Elvira para que no le fuesen a hacer daño, otros, de peor manera y menos como él mismo acostumbraba: violando, matando, destruyendo”, relata Heriberto Yépez, cronista de José Gregorio Bastidas, la parroquia sede de la plaza Tirano Aguirre.
Aguirre es asesinado de dos disparos y descuartizado. Su cabeza es llevada a El Tocuyo para ser exhibida como advertencia, su mano derecha es enviada a Mérida y la otra a Valencia y el resto de su cuerpo fue despedazado y arrojado en el camino. No así, el cadáver de su hija Elvira, es enterrado cristianamente en frente del entonces Hospital de Santiago (posteriormente renombrado como Hospital de La Caridad por Antonio María Pineda y hoy actual Museo de Barquisimeto) y es puesto en su sepulcro una cruz.
Luego de la ejecución de Aguirre, es sentenciado en El Tocuyo y se pronuncia lo siguiente:
“Aguirre es hallado culpable de “crimen de lesae magestatis”, su ejecución y descuartizamiento han sido justos, sus bienes pasan a la Corona, sus casas serán derribadas y los terrenos cubiertos con sal, sus hijos pierden el honor y no podrán por tanto llegar a ser caballeros ni ocupar cargos públicos. Fama y memoria de Aguirre deben borrarse así para siempre.”
Dicha sentencia, pedía pues, que Aguirre y su legado fueran olvidados y sin embargo, casi trescientos años después, por iniciativa de José Macario Yépez, la cruz de la tumba de Elvira es removida de su lugar y trasladada a la recién inaugurada Iglesia Sagrada Familia, ubicada también en Cabudare. Cuenta Heriberto que la cruz es obsequiada a este nuevo templo como una curiosidad histórica para ser puesta en el campanario. Para Octubre de 1940, y con la incipiente fundación del Centro de Cultura Larense, se decide reubicar esta cruz: “La cruz es llevada a la sede del Centro Larense, por los lados del Diocesano (sic) y en su lugar, las autoridades decidieron levantar frente al templo que la albergó, esta pequeña plaza y el modesto monumento que contiene la placa conmemorativa”.
Considerando que la cruz de Elvira hoy sobrevive y otros hechos relevantes como que Simón Bolívar al conocer las cartas que Aguirre le escribió a Felipe II ordena publicarlas, es de resaltar que tal como Aguirre lo expresó, poco se obedecía a los reyes de España en Venezuela, sentando así, el primer precedente de rebeldía a la Corona pero también, comenzando a afianzar aquella actitud fatua y petulante que caracterizaría luego a los héroes de la Independencia criolla.
Parece ser una serie de eventos aleatorios el hecho de que hoy exista esta plaza que hace las veces de recordatorio de aquella trascendente historia, una carambola que ha estado ocurriendo desde hace quinientos años y que siempre desemboca en conservar la evidencia de lo ocurrido, probablemente en aras de continuar siendo un pueblo desobediente y desafiante. La fuerza de la costumbre permitió incluso que la calle adyacente a la plaza y a la iglesia, también se llame Tirano Aguirre, siendo por cierto, una de las principales perpendiculares a la Avenida Bolívar de Los Rastrojos. Heriberto asegura que han habido intenciones de cambiarles el nombre, que algunos allegados suyos consideran mejor no seguir homenajeando a un personaje más conocido por su tiranía que por su gesta libertaria y sin embargo, quizá por la modestia o casi anonimato con que existe ese lugar, se ha mantenido con el mismo nombre y con la misma razón de ser.
En la redacción del texto que lleva la placa, el tratamiento hacia Aguirre es de “don” antes que de tirano, y es esta ambigüedad con la que es percibido este episodio en la historia, la que confirma que fue un estertor, casi un mal necesario, de la posterior liberación de Venezuela. Con Aguirre no hay lugar para maniqueísmos, porque de hecho así es la historia de la guerra: no hay buenos, no hay héroes absolutos ni villanos pasivos por más que la balanza de la opinión pública se incline siempre hacia el lado de los que escriben la historia.
Escribí este texto para un taller de redacción llamado Escribamos No Ficción, dictado por Luisana Zavarce en Junio de 2019.