En el año 2215, nada lucía igual. Todo parecía haber cambiado. La gente sólo se preocupaba por generar dinero. Pero a pesar de toda esa desidia, aún quedaba misericordia en esos corazones latentes. Todos corrían para cumplir sus metas y sueños, pero el día que el tiempo se detuvo, las arrugas no dejaban de mostrarse implacables. Los años sólo nos dejaban los recuerdos y las experiencias. Aunque todo era frío, la paz se servía como en bandeja de plata y todo lucía con tranquilidad.

El deseo de mejorar las cosas conlleva a la solución; la ciencia avanza y junto con ella me había preguntado cuál era la razón de sentirme lejos de él. El amor de un hombre que nunca olvidé por más que traté de borrarlo de mi historia, siempre se mantuvo enclaustrado en mi mente y en mi corazón. Hice todo lo que pude en esta vida para olvidarlo, pero no pasó.

Me dediqué a mis inventos de laboratorio, refugiándome en mis proyectos pero de nada sirvió porque al salir de mi trabajo, su sombra me rodaba en mis alocadas noches de insomnio. Estudiaba sin cesar, porque quería demostrarle al mundo mi potencial y cambiar las cosas olvidando lo más importante, vivir el presente y dándole paso al futuro.

Tuve que ser fuerte pues todo estaba preparado para comenzar. Tenía mis herramientas del olvido, envueltas con todas mis esperanzas. Empecé a leer libros y a estudiarla. Mi ansiedad se paseaba en los jardines de mi infancia, buscando respuestas que me hicieran evolucionar y así fué.