Una plegaria extraña para un sacerdote católico

El sol acaba de iluminar a lo lejos la franja extrema del primer oriente.
Una vez más, bajo la movediza cascada de sus rayos, se despierta la superficie viva de la tierra, se estremece y reinicia su pasmoso trabajo.
DIOS mío, te ofreceré la anhelada cosecha de este primer esfuerzo. Te presentaré en mi copa la savia de todos los frutos que hoy serán pulverizados.

Oh Señor, llevaré a tu presencia las profundidades de mi alma ampliamente abierta a todas las fuerzas que dentro de un instante van a elevarse de todos los puntos del globo y a converger hacia el Espíritu.
En otro tiempo se traían a tu templo las primicias de las cosechas y lo mejor de los rebaños.
La ofrenda que realmente esperas, la que tú necesitas misteriosamente todos los días para calmar tu hambre, para apagar tu sed, no es nada menos que el desarrollo del mundo empujado por el progreso universal.

Recibe, Señor, esta Hostia total que la Creación, movida por tu atractivo, te presenta en la nueva aurora.
El pan, nuestro esfuerzo, no es por sí mismo, lo sé, una inmensa descomposición. El vino, nuestro dolor, no es aún sino una bebida disolvente. Pero, en el fondo de esta masa informe, pusiste, estoy seguro porque lo siento, un deseo irresistible y santificador que nos hace gritar, desde el impío hasta el fiel: “Señor haznos uno”

P. Teilhard de Chardin.

Evidente, es un poema-oración escrito por un sacerdote católico. Si. Lo es. Cada coma, cada respiración, cada una de las manifestaciones de la fe católica expresadas en el poema van en congruencia con la alabanza al Creador y a la creación. Es una ofrenda al nuevo día. Un reconocimiento al constante cambio de la materia y el tiempo en el universo. ¿Ecología?
Sugiere (revela), como metáfora, unas necesidades de hambre y sed. Y en esa metáfora parece asomarse el pensamiento filosófico de la ciencia actual.
Lo sorprendente está en las tres últimas palabras. La antiquísima promesa que ha de cumplirse como un destino manifiesto de toda la Creación.