Ahí me encontraba yo, admirando aquel atardecer, veía como el sol caía lentamente, era el fin de otro día. Hermosos colores surcaban el cielo, tonos naranjas, rojo, violeta, azules... Todo un festín, no encontraba palabras exactas para expresar todos aquellos sentimientos que me hacía sentir algo tan simple como ver el sol ocultarse.

        Los atardeceres siempre lograban que la melancólica acudiese a mí; otro día que llegaba a su fin, era el momento más sencillo y perfecto para pensar en todas las cosas que habían ocurrido en aquel día, en mi vida, en todo, y apreciaba eso, en la actualidad las personas ya no toman en cuenta la sencillez de las cosas, ni saben cuánto puede ayudar, aunque, es un arma de doble filo, para mí los atardeceres era algo bello, hermoso, pero a su vez transmitía mucha tristeza.

        Cerré mis ojos, llenando mis pulmones con el aire de la tarde, ese aire que tiene un mezcla tan dulce y agradable entre lo cálido y lo frío; lo cálido de la tarde y lo frío de la noche.

        Puede que cada día hiciese lo mismo, el sentarme en aquella silla delante de la ventana y ver a través de ésta, puede que fuese lo mismo, pero no lo sentía así, siempre había un pensamiento nuevo, algo que captaba mi interés, mientras que el día acaba con aquellos atardeceres; puede que fuese realmente igual todos los días, pero, para mí, no era así.