Hoy les voy a contar una historia inspiradora, el cual se enfoca en la persona la cual fue inspirada la película de 127 horas protagonizada por James Franco.

Ralston nació en Ohio el 27 de octubre de 1975, pasó su infancia en el medio oeste del país y a la edad de 12 años su familia se trasladó a la ciudad de Aspen, esa decisión familiar cambiaría su vida. Aaron dedicaba todo su tiempo lire en pasar tiempo cerca de la naturaleza, le encantaba subir montes y pronto cambió el senderismo por el montañismo, lo que empezó como un hobby se convirtió en su obsesión. Tras graduarse de Cherry Creek High School, entró a la universidad Carnegie Mellon donde se graduó como ingeniero mecánico, estudió francés y trabajó también como asistente de enfermería (la experiencia adquirida en este trabajo le salvaría la vida más adelante). Al terminar la universidad en 1998 se mudó a Nuevo México donde consiguió un muy buen empleo en Intel, pero nunca olvidó su pasión por los deportes extramuros, es más, dejó aquel trabajo y regresó a vivir con sus padres para subir todos los Colorado Fourteeners, que son los picos de más de 14.000 pies de altura de Colorado. Su pasión por el turismo de montaña lo llevó a encontrar un empleo que le permitiera escaparse todos los fines de semana a subir montañas. Su familia estaba acostumbrada a sus ausencias de fin de semana por lo que aquel 26 de abril de 2003 era un día normal para todos, Aaron de 27 años tenía planeado llegar en su camioneta a la barranca de la herradura y de ahí planeaba acercarse en bibicleta al Blue John Canyon. Como era una ruta relativamente fácil, llevaba el mínimo de equipo necesario, además de un pequeño botiquín, agua potable, una pequeña navaja, ropa fresca para ese día caluroso, su cámara y algo de comida, al fin y al cabo sólo estaría fuera un par de horas.

Tras dejar la bicicleta planeó hacer la ruta que ya había hecho varias veces, subiendo de manera unidireccional se tardaría cerca de una hora, pero en medio de la escalada Aron resbaló e instintivamente se aferró a una roca y por unos segundos todo pareció quedar ahí. Pero entonces la roca giró, Ralston cayó aún más y aquella piedra de más de 350 kilos, aplastó su brazo contra la pared del cañón. Trató de mantener la calma y tallar la piedra con su navaja pero fue inútil, además, sentía entumecido el brazo y cada vez lo sentía menos (se llama síndrome del compartimiento, que es cuando los vasos y nervios son bloqueados y empieza el proceso de isquemia y posterior necrosis). Se durmió y despertó pensando que todo había sido una pesadilla pero ahí seguía, atrapado al fondo del cañón con un brazo atorado bajo una piedra, empezó a sentir miedo y comenzó a gritar desesperadamente. Pero pasadas unas horas perdió la voz, era claro que nadie lo iba a escuchar, trató de usar las cuerdas que llevaba para formar una especie de polea pero no funcionó, la roca no se movía, ya que casi no tenía nada de agua y llegó la segunda noche. Moría de frío, de hambre, pero sobre todo de miedo, no se iba a rendir fácil, el cansancio le venció pero a la mañana siguiente empezó a gritar hasta quedar atónico y de nuevo trató de tallar la roca hasta que su navaja perdió el filo. La noche llegó de nuevo y se dio cuenta que ya no tenía agua, empezó a beber su propia orina, no sabía si iba a sobrevivir pero estaba seguro de algo, no quería morir y no se iba a rendir.

Llevaba 4 días ahí, encendió su cámara y antes que se quedara sin batería, grabó un mensaje de despedida, se preguntaba cuánto tiempo pasaría hasta que encontraran su cuerpo, ya no había mucho por hacer más que esperar la muerte y entonces se le ocurrió una idea más...Su brazo era lo único que lo tenía ahí, tenía que cortarlo o morir ahi atrapado, de todos modos ya no lo sentía, así que haciendo palanca rompió los huesos y se aplicó un torniquete, después intentó enterrar la navaja pero ya no tenía filo, eso dificultaba el plan, aún así la enterró con su fuerza, y cuando lo logró dice que sintió como si saliera un poco de aire de su cuerpo, empezó a cortar tendones con la pequeña tijera de su navaja y tras varias horas de cortar con una navaja sin filo tendones y cartílagos se liberó.

Había pasado 127 horas, atrapado, estaba la borde del delirio, y además no estaba nada cerca de la civilización, de hecho del lugar donde estaba a dónde había dejado su camioneta había 27 kilómetros de distancia. Encontró un charco (pozo) de agua sucia y empezó a beber desesperadamente, era medio día, el sol estaba inclemente y constantemente caía al suelo dejando rastros de sangre, los buitres empezaron a volar sobre él esperando que muriera, llevaba 6 horas desde que se cortó el brazo, pero un turista llamado Eric Meijer, su esposa Monique y el hijo de ambos, lo vieron acercarse a ellos, asustados trataron de huir pero vieron que estaba herido y corrieron a ayudarlo, le dieron agua, algo de alimento y alertaron a las autoridades. Un helicóptero lo trasladó a un hospital y Aron salvó su vida (meses después regresó a sacar su brazo) lo cremó y lo dejó en el mismo sitio...

Lo más sorprendente es que, no se lamentó, no dejó de escalar y ahora disfruta cada momento de su vida. Si lo piensas bien, Aron perdió el brazo pero ese día gano su vida de nuevo. Dejemos de enfocarnos en lo que perdemos o dejamos atrás bueno o malo, o jamás vamos a poder disfrutar lo que viene.