El provecho del error en la ciencia (y en la vida)
Es generalizada en nosotros la noción según la cual toda equivocación es –en grado mínimo o en grado máximo- un desagrado. Algunas veces es hasta una mortificación. En tal idea subyace otra la cual lleva el asunto, a la radicalización… Que “la persona inteligente nunca se equivoca”.
Cuando yo era un muchacho de algo así como veinte años (década de los ’60), estudiaba en la caraqueña, gigante y bellamente edificada Universidad Central de Venezuela una carrera la cual declaraba como propósito pedagógico fundamental, el aprendizaje profundo del cuerpo de métodos para investigar el hecho educacional. Los libros clásicos a los cuales los profesores nos enviaban eran casi todos en papel glasé, finamente diagramados y con tapa dura. La mayoría de los autores eran estadounidenses y de la occidental Europa. Uno que otro, argentino. El punto es que absolutamente todos exponían que el trabajo investigativo (no solo en educación sino en todos los objetos) se caracterizaba por la rigurosidad, por el acierto, por el ordenamiento metodológico rígido e inequívoco. Quizá por esto fue que ellos (los maestros que nos instruían) tenían en buena medida, una actitud lineal en sus hábitos de enseñanza y un trato poco afable.
Lo cierto del asunto fue que cuando me gradué (1969) y comencé a ejercer la profesión de profesor de métodos de investigación científica, pues repliqué tal concepción sincrónica del trabajo indagatorio en el mundo de la ciencia y también repliqué lo que pudiéramos ahora llamar fácilmente como “un mal carácter”.
A principios de los ’70 llega a mis manos una versión en español del libro “Dialéctica de Lo Concreto” y con el frenesí propio del joven recién graduado, lo leí, lo subrayé y lo convertí en un legajo de rústicas fichas de trabajo (de cartulina y escritas con mi humilde y ruidosa máquina Remington). El autor de tal libro es un profesor checo, Karel Kosík (1926-2003), el cual, por un lado, fue perseguido rudamente por los nazi-fascistas en los ’40, y por otro lado, fue perseguido ferozmente en los ’60 por los comunistas alineados a la entonces URSS. De hecho, fue este inteligente y valiente profesor de la hoy extinta Checoslovaquia, un puntal ideológico de la llamada “primavera de Praga”.
Bueno, el punto es que en ese estupendo libro, Kosík expone que en el mundo de la ciencia, una cosa es el trabajo de indagar y otra cosa es el trabajo de exponer discursivamente el producto de tal trabajo. El primero, investigar, se caracteriza –decía- por el error, la arbitrariedad, las caídas y puestas de pie; en tanto que el segundo, la acción de exponer finalmente el resultado del esfuerzo indagatorio, se caracteriza por el orden, la sistematización, la rigurosidad.
Esa lectura revolucionó mi manera de asumir la docencia universitaria como profesión. Comencé a calibrar en mis alumnos, la fortaleza que a tenor de los errores, afloraba cotidianamente en ellos. No fue que yo los indujera a equivocarse; no. Es que cuando en el trabajo de búsqueda que desarrollaban, afloraba el inevitable error, pues me veía en la necesidad de ayudarlos aprovechando “tan maravillosa” situación.
Cuando justiprecié que el componente de rigurosidad en la labor indagatoria radicaba en el discurso que se hace luego de superar los accidentes, y no en esos momentos de tino y desatino, me animé entonces con pasión a estudiar lingüística. Escribí, ya en los ’90, un par de libros en esa tendencia (disponibles sin costo en la red), “Discurso y Método Dialéctico en la Ciencia Social” y “El Tesista de Postgrado, sus Aliados y sus Verdugos”.
Bien. Vean que lo recién planteado se parece a la vida. Confieso que veo con estupor a la gente que con asiduidad dice (sobre todo en la televisión) que “en cuanto a su pasado, no se arrepienten de nada”. Paradójicamente en no pocas ocasiones tan extremo machismo ético y estético es asumido por damas; incluyendo algunas bellas y “valientes” feministas.
Si bien es verosímil la práctica vital de evitar las equivocaciones, hay que tener claro que son inevitables; y cuando aparecen, pues hay que sacarles todo el manantial de provecho que contradictoriamente tienen.
Quien no se equivocó fue el sabio inglés Bacon (1561-1626) cuando sentenció que se está más cerca del acierto, a raíz de la equivocación que de la confusión.
Ah, amigos lectores. Perdonen si me equivoco…
DOS APOYOS:
Parra, Víctor (artista plástico venezolano). El Buen Tino del Avestruz. Caricatura. Barquisimeto, Venezuela, 1998.
Kosík, Karel. Dialéctica de Lo Concreto. Grijalbo. México, 1967.
Interesante tema, y motivador por lo demás, le dice a las personas que no desfallezcan en el momento de cometer un error, es en esos momentos de aciertos y desaciertos, cuando aparecen los resultados enriquecedores del hacer investigativo, o de la vida.
Gracias, Ana.
Justamente, y en mi inexperta opinión, considero que el método científico no es más que la estructuración de un acto que generalmente realizamos de manera inconsciente la mayoría -sino todos- los seres vivos y es el aprender por medio del ensayo y error. Definitivamente, todos somos en mayor o menor medida, científicos.
Excelente artículo Sr. Alexander, espero seguir leyéndole por este medio.
Mil gracias, @efrageek.
Muy buen post. Errar es humano, por lo tanto inevitable. Muy buena ideología esa de buscar la fuente de oportunidades para luego acertar. Sin duda alguna acertó en el tema!
Saludos
Agradecido, @alfonzoale