Reloj Biológico: La Fisiología del Envejecimiento en Cervantes

Todo está en los genes. Nuestro cuerpo definitivamente funciona como un sistema bastante engranado que parte de dos células sexuales: -el ovulo y el espermatozoide- que se unen en una sola -el cigoto- quien por un proceso de embriogénesis y morfogénesis, se multiplica y crece. Las células se dividen en un proceso celular bastante organizado, la mitosis, que se encarga de crear copias exactas de estas estructuras celulares.

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Al parecer nos pasamos la vida pensando en la edad; desde niños soñamos con que vuelva nuestro cumpleaño; de jóvenes queremos tener la edad suficiente para salir a fiestas, dormir fuera, conducir un vehículo o buscar la independencia. Durante los 20, son tantas las metas que poco pensamos en que nuestras células envejecen; sin embargo, al llegar a las 30 - sobre todo para las mujeres- vemos incluso comprometida nuestra fertilidad.

La edad madura nos hace ver la vida algo diferente y reflexionar sobre nuestros logros y alcances, los hijos y hasta los nietos. De pronto nos hacemos ancianos, el cuerpo nos pide más cuidados, somos lentos y de un momento a otro, son más recurrentes los recuerdos que el planear nuevas metas de vida.

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Generalmente pensamos que nuestro cuerpo se asemeja a una máquina que cuenta con un período de vida útil; si lo comparamos con un vehículo podremos ver que poseen un tiempo para cubrir determinada cantidad de kilómetros, que también va a fluctuar con el cuidado, los baches y el desgaste inducido. A medida que transcurre el tiempo las válvulas se atascan, los amortiguadores dejan su elasticidad, las piezas se deben ir reemplazando y de un momento a otro, todo deja de funcionar. ¿A qué se debe? Pues la industria automotor los construye bajo una obsolencia planeada para que de esta manera sean reemplazados cada cierto tiempo.

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De acuerdo con Hamer y Copeland (1998) nuestro plano genético dice en letras pequeñas “garantía valida solo por tiempo limitado”. Para el autor, nuestro cuerpo al igual que un vehículo se desgasta no solo debido al uso, sino a la planeación de nuestros genes, pues nacimos programados para morir.

Según las teorías evolutivas no existe alguna razón para que los genes prolonguen nuestra longevidad. También es cierto que las presiones selectivas del ambiente pueden colocar motivos para que algunos mueran antes. Pero, nuestros genes apuntan a nuestra sobrevivencia hasta la edad reproductiva, pues luego de esa etapa pasamos a ser individuos inútiles a nivel biológico.

Tal como lo dicen los autores Hamer y Copeland (Ob cit) “A los genes no les interesa que vivas un solo día más después de depositar tu último ovulo o espermatozoide en el banco de las generaciones futuras”.

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Para la evolución, la ventaja de la muerte se traduce en mayor posibilidad de recursos para personas jóvenes en edad fértil, pues ellas seguirán creando un pozo génico que garantiza la perpetuación de la raza humana.

Nuestras mitocondrias son las encargadas del proceso de respiración celular. Entre sus características destacadas se encuentra la presencia de su propio ADN. Nacemos con 16529 bases en el genoma mitocondrial y al pasar del tiempo y envejecer, por múltiples razones, lo hemos perdido casi por completo. Esta situación demuestra un proceso degenerativo, causado por la oxidación provocada por radicales libres, quienes figuran como toxinas volátiles y destructivas.

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Los telómeros vienen a ser las dos puntas de nuestros cromosomas, que se unen a manera de lazo que envuelve el ADN. En cada replicación estos pierden un poco de material hereditario, lo que les va desgastando y hace que dejen de crecer. Un bebé tiene los telómeros largos, lo que hace su piel elástica y suave, debido a esto a medida que envejecemos la piel se hace arrugada y pierde flexibilidad. Nuestro envejecimiento entonces está relacionado con el acortamiento de los telómeros, quienes se transforman en muñones y comienzan a producir una enzima que destruye el colágeno de nuestra piel.

El sol acelera el daño en la piel, pues aumenta el número de divisiones celulares, y cada persona solo cuenta con un número máximo de cincuenta durante toda su vida. Por lo tanto, no es cuestión de edad, sino de divisiones celulares. Sin embargo, si alargáramos en tiempo de nuestros telómeros, nuestro cerebro no se beneficiaría puesto que, las neuronas no pierden sus brazos porque se dividen muy poco, e incluso con el envejecimiento son las primeras en derrumbarse y ocasionar enfermedades como el Alzheimer.

Estas invitado al Podcast de Ciencia en el server del Witness @cervantes este viernes 31 de Agosto a las 19:00 hora Venezuela. Intégrate y disfruta de una hora de aprendizaje y sabiduría, pues en esta oportunidad nos estará acompañando el conocido steemian @fermionico. ¡No te lo puedes perder!

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Referencia
Hamer, D.; Coperland, P. (1998). El misterio de los Genes. Vergara: Argentina