Caribe

in #spanish4 years ago

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Ha pasado bastante tiempo, y tanta falta me hace, sin publicar ni visitar Steemit. Con una errada idea acerca de la productividad y eficiencia, la empresa donde trabajo ha convertido en tortura el santuario en el que se puede convertir una cuarentena para los valores diletantes.

A lo largo de la playa algunos bañistas se asolean muy distantes de él. Los caracoles que atrapó en el malecón suenan como rocas chocando en el fondo del balde. Con el torso descubierto y sudado, vive el momento frente a la playa. El nylon que sujeta se alarga y se hunde calmo en el agua. Sobre el movimiento de las olas brillan los rayos del sol adheridos. Sin identificarlo, hay un efecto particular en el ambiente, agradable: viene el mar hacia la orilla, se riega sobre la franja inclinada de la arena y se retira con su ruido particular. Paz desarrollada en ese instante y para siempre. La costa entera es generosa con su infranqueable horizonte. Propicia buena pesca. El oficio demanda paciencia para percibir en una milésima el afán de los peces mordisqueando el cebo. Hay que estabilizar el ritmo del cuerpo, emparejándolo con el interminable fluir del mar, mientras se sacude el nylon para que el pez se sienta atraído a arrancar el cebo del anzuelo; entonces, al mayor mordisco, se ha de jalar con fuerza. ¡Y ocurre! Un pez intentó quitar un gran bocado y preciso lo ha enganchado con un rápido movimiento. ¡Uno grande! Se tensa el nylon por primera vez y sus pies desaparecen al llegar una ola. Le sobran energías y jala con rapidez. El pez se revela, desafía la fuerza humana. Sin percatarse cuándo, siente el agua cubriéndole las rodillas. Cambia de perfil para contrarrestar el arrastre del pez, pero su rival aprovecha la ventaja en el medio líquido y lo sigue internando en el mar. Podría soltarlo, dejarlo ir con todo y nylon… ¡La deshonra! El único que no pudo contra un pez: la mancha de la casta familiar. Hace un gran esfuerzo para clavarse en el fondo, sin embargo, sus pies no encuentran firmeza al pisar. El ir y venir de las olas —ahora robustas— anula las oportunidades. Aquel pez le está dando una lección de resistencia como nunca nadie. Puede afirmarse que el sol cae desde arriba, implacable, y él no lo siente. Al mirar atrás, por fracción, ve la cara borroneada de algún bañista, que haciendo visera con la mano aparenta prestarle atención. Con el agua hasta los hombros tiembla de sorpresa cuando descubre al mar frío y cambiante, que al igual que una sirena, atrae hacia sus pechos y confunde con su voz.

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