Ese domingo desperté dubitativa. Tenía algunas diligencias por hacer, pero quería hacer tiempo porque él me había invitado a salir. Era un muchacho tierno, que proyectaba genialidad y calma. Lo conocía desde hace muy poco pero eso no impedía que me deleitara con su voz ni que disfrutara de sus interrogatorios. Me escribía sin parar, quería saber mis intereses y opiniones respecto a TODO. Al principio me pareció extraña su repentina fascinación, pero no me molestaba ser el centro de atención. Además parecía ser un chico sincero, no tardaría mucho en revelar sus intenciones. Y así fue.

Durante la cita me sentí segura con mi ropa favorita, mientras él parecía nervioso. Hablaba sin parar de su vida, aspiraciones y desengaños con mucho ánimo, pero luego se disculpaba por ello. No entendía, pues yo deseaba escucharlo, intentar entender cómo funcionaba su mente, así que lo alentaba a seguir abriéndose. En un momento de la noche, mientras veíamos esculturas indígenas declaró su amor por mí. Yo no sabía qué hacer, no tenía nada planeado, él era un chico que me gustaba un poco pero no tanto como para dedicarle poemas ni canciones de amor. Me llevó a casa y medité sobre nosotros. De todas formas lo vería al día siguiente pues me acompañaría a buscar una nota en la universidad.

Fue galante y amable durante la velada; esperó pacientemente la nota conmigo y como pasé salimos a comer para celebrar. Yo pagué esa cuenta, me sentí apoderara, fue una tontería, lo sé, pero él estaba seguro de su masculinidad y eso me atraía. Pero eso no fue lo único; más temprano ese día, mientras me hablaba, me distraje con sus labios carnosos y colorados, se movían efusivamente dejando escapar sus sueños y metas. Me provocaban, pero era precipitado, por lo que intentaba seguir escuchándolo. Sin embargo, luego fueron sus ojos claros y mirada animada, los que me distrajeron. Sus pestañas delicadas contrastaban con sus cejas gruesas. Quedé tan hipnotizada que le pedí que se quitara los lentes. Había descubierto un tesoro, pero no podía expresarlo.

Después de ese día me invitó a conocer lugares con vistas magníficas. Estaba conmovida y cansada pues tuvimos que subir una gran colina llena de vueltas y vegetación frondosa. De pronto, lo noté más nervioso, ruborizado e indagué en el asunto inmediatamente. Me comentó, con un tono de voz más bajo de lo usual, lo hermosa que me veía bajo la sombra del gran árbol donde estaba parada y lo ansioso que estaba por probar mis labios. Un segundo bastó para decidirme, al evaluar su mirada franca y su comportamiento intachable (conmigo y sus amigos), le dije que sí y me acerqué. Sus labios se fusionaron con los míos, nuestros latidos se sincronizaron y nos abrazamos.

Desde ahí comenzamos a salir más seriamente. Yo no tenía problemas teniendo ese estatus, pero luego de ir a la playa por su cumpleaños, él sí. Sus amigos le preguntaban qué tipo de relación teníamos y él no se sentía a gusto, así que propuse comenzar una relación. Él aceptó sorprendido y emocionado; aunque luego me explicó que lo malinterpreté, él solo quería hacer la acotación.

Más temprano que tarde conocí a gran parte de su familia. Todos eran tan amigables y chacharacheros que era imposible quedarse callado y/o alejado en un rincón. De ambos lados, son personas comelonas, sinceras, alegres y pasionales, me sentí a gusto, aunque un tanto apenada por el contraste con mi familia. Nosotros, somos un poco menos apasionados, mucho más tranquilos o fríos, podría decirse y tampoco nos vemos constantemente; vivimos lejos y a la única persona que todos visitan con cierta regularidad es a mi abuela paterna.

Durante el tiempo que él y yo hemos estado juntos, nos hemos reconstruido, formando mejores personas con grandes metas a futuro, con mejores cualidades y sentimientos. Así nos ayudamos a crecer espiritualmente, nos brindamos apoyo y sobre todo cariño. También es mi modelo de fotografías, me provoca retratar su belleza, exaltarlo y que la gente observe los colores que él emite. Quiero que todos observen el potencial que veo en él, si es que aún les queda dudas. Es una de las personas más tiernas que he conocido. La entrega que brinda en sus proyectos y a las necesidades de los demás me conmueve. Lo percibo como un unicornio: a veces incomprendido (o incomprensible), pero siempre brindando arcoíris, buena suerte y paz a quienes lo encuentran.