Capítulo 54 | Alma sacrificada [Parte 2]
Dentro del edificio no había señal. Llamar a la policía no era una opción hasta llegar al auto. Estábamos un paso más abajo de lo que sería el pent-house. El edificio era lo bastante alejado de la ciudad, que apenas lográbamos ver unas construcciones a través de las oscuras nubes de lluvia y la neblina que se cernía sobre la ciudad. Afuera el frío erizaba el vello de mi cuerpo. Adentro, el calor del infierno me quemaba la piel.
—¿Qué vamos a hacer con él? —preguntó Ezra.
—Déjalo aquí. Que la policía lo arreste. Llamaremos cuando estemos abajo.
Giré sobre mis talones y me dirigí a Samantha. Le pregunté si podía levantarse sola y negó con la cabeza. Su brazo se envolvía alrededor de su estómago. Ella aseguraba que tenía más de una costilla rota y el dolor era insoportable. Con apenas un ojo abierto y sano, Samantha me veía cómo la mañana que se cayó de la bicicleta cuando tenía ocho años. Eran los mismos ojos de dolor al untarle alcohol y colocarle una bandita. Eran la misma mirada de debilidad, de sufrimiento y tristeza.
Ezra se acercó a nosotros como el caballero que era. Se posicionó a un lado, colgó el brazo de Samantha por su cuello y la sujetó de la cadera. Agarrarla por la cintura era imposible. Ella decía que el dolor era abrasivo, insoportable, al punto de gemir cuando la colocamos de pie. Me sentía impotente ante el dolor de mi hija. Era peor que sentirlo en mi cuerpo. Habría ofrecido mi cuerpo para librarla de la tortura de Leonard.
—No puedo caminar —gimoteó con lágrimas.
—Yo te cargo. —Se ofreció Ezra.
—Lo importante es irnos lo más pronto posible —articulé nerviosa.
Algo me decía que eso no había terminado. Sí, cuando Ezra se abalanzó sobre él y lo noqueó sentí alivio, pero ya no lo sentía. Era un malestar, una premonición, como si ese fuese un preámbulo para algo más fuerte, más aterrador, más escalofriante. Tenía a mis amores conmigo, no obstante, sentía aún más preocupación por ellos. Con Samantha indefensa y una herida de bala en el brazo, solo Ezra nos protegía de una cuarta mano, una hoz de muerte o aquello que nos aguardaba varios pisos más abajo.
Quería pensar positivo. Quería imaginar una vida donde la sangre no salpicara nuestros recuerdos, sin preocuparnos porque alguien nos vigilara, sin temor a una persona que nos quisiera dañar. Quería imaginar que podríamos vivir como las personas que éramos, sin escaparnos, sin escondernos, sin cambiarnos el nombre. Quería creer que detrás de tanta oscuridad se escondía la luz, la felicidad. Quería imaginar un mundo alegre, vivaz, donde fuésemos nosotros mismos, tal como siempre quisimos.
La imagen de envejecer con Ezra, ver los sueños cumplidos de Samantha y que todo lo que imaginamos se pudiese hacer realidad, me sacó de trance, me despertó. No estábamos acostados bajo las sábanas, no estaba besando a una persona, no estaba en un teatro, no estábamos mirando una ecografía o escuchando los latidos de una nueva vida. No estábamos felices, no éramos nosotros. Seguíamos atrapados en esa maldita burbuja oscura, con espinas que nos rompieron los pies y rasgaron nuestro corazón.
Volver a la realidad fue difícil. Escuchar los quejidos de Samantha a medida que bajábamos, las pausas para que Ezra recuperara el aliento o el sudor que corría por su cuerpo, me indicaba que no estábamos a salvo. Seguíamos en la boca del lobo, a la espera de la hora del ataque y el destrozo final. Ezra cargó a Samantha dos pisos más abajo, cuando los quejidos de ella lo hicieron detenerse. Mi hija no lo soportaba.
Temí por ella, por su vida. ¿Qué sería de mí sí me faltaba Samantha? La simple idea llenaba mis ojos de lágrimas y rompía mi corazón. Podía faltarme dinero, hogar, trabajo, salud o hasta amor, pero no podría vivir sin Samantha. Hice tanto por ella, dejé tanto por ella, sacrifiqué mi alma para que ella estuviese a salvo. Mi alma entera fue sacrificada para resguardarla, para protegerla, para amarla. No podía siquiera contemplar un escenario donde ella no estuviese. Era letal, doloroso e impensable.
Ezra la sentó en los escalones del noveno piso. Él no mostró indicios de cansancio o debilidad, aunque su respiración se entrecortaba. Yo me arrodillé frente a Samantha y le pregunté si soportaría llegar abajo. Ella no hablaba; lloraba y se quejaba, como un bebé con cólicos. No sabía qué hacer ante su dolor. Me desesperaba no ser tan fuerte o tener la voluntad de acero por ella. Estaba herida, mi brazo ardía como el infierno y el rojo teñía hasta el interior de mis uñas. Me tragué mi dolor y ayudé a Ezra.
La elevamos, en medio de ambos, y bajamos las escaleras. Cuatro pisos más abajo, en el quinto, hicimos una pausa más larga. Mi respiración se entrecortaba y necesitaba agua. El dolor en mi espalda se expandía como el universo, los huesos de mi cuello traquearon cuando coloqué de nuevo el brazo de Samantha y continuamos. Un piso más abajo, Ezra maldijo entre dientes y apenas logré escuchar lo que preguntó.
—¿Por qué no me dejaste matarlo? —preguntó más fuerte.
Sabía que en algún momento me preguntaría.
—Porque no somos como él —respondí.
Ezra no estaba convencido con mi respuesta. Él quería acabar con Leonard, quitarle la vida, así el costo de semejante pecado no lo dejara dormir. Y sí, quizá en el fondo debía dejar que lo hiciera, que lo matara, que lo destruyera o lo destripara si quería. El problema radicaba en que nosotros no éramos asesinos como ellos, no teníamos enfermedades mentales o un plan maestro. Quitar esa vida era condenarnos a un eterno recordatorio, a morirnos en vida por culpa de alguien más.
Apenas comenzábamos a bajar las escaleras del tercer piso, cuando una grotesca, gruesa y socavada voz provino del piso superior, entre las escaleras. El sonido de su voz erizó mi piel, me congeló al piso y frunció el ceño de Ezra. Samantha se removió ante el reconocimiento de la persona y el aire en sus pulmones brotó de forma sonora. Quedé estática, como una pieza de arte, cuando de sus labios brotó mi nombre.
—¡Andrea!
No tenía idea de cómo logró levantarse del piso después de un golpe tan fuerte como ese. Con temor, elevé la mirada al piso superior, entre las escaleras. Lo vi allí, con su gloria suprema como si se tratase de un arcángel. Los espacios que aún no llenaban del techo, permitían ver los pisos de arriba. Leonard tenía el arma en sus manos, una mancha inmensa en su camisa por toda la sangre perdida y una mirada confusa.
Ezra soltó lentamente a Samantha y se posicionó delante de nosotras. Él predijo lo que sucedería antes de propiciarse. Y no era tan difícil imaginar que Leonard terminaría su trabajo. Después de todo no era más que un empleado del psicópata mayor. Leonard movió sus pies y se tambaleó. Estaba mareado y confuso por el golpe. Cerró unos segundos los ojos y volvió a abrirlos. Le costaba mantenerse despierto.
Pensé en la manera de salir de allí. Correr lastimaría aún más a Samantha. Eso sin mencionar que en cuanto diéramos la espalda Leonard nos dispararía. La única salida era esperar qué haría. Estábamos indefensos, dispuestos a sus más bajos deseos sanguinarios. Si quería fusilarnos, allí estábamos, como los presos que van sumisos a la horca. Nos rendimos, aunque no lo dijimos, nos rendimos. Él ganó la batalla.
—¿Qué quieres, Leonard? —pregunté sujeta a la mano de Samantha.
—Darles un mensaje —articuló taciturno— de parte de Max.
Inminentemente escuché el primer disparo. Mis ojos no reaccionaron de inmediato. Me paralicé al desconocer la persona impactada. Solo escuché el ruido de la bala salir de la recámara, el impacto en el cuerpo de la persona y el casquillo caer al piso y rodar por las escaleras. Samantha gimió demasiado alto y suplicó piedad a Dios. No miré a los lados o abajo. Elevé la mirada a Leonard y una lágrima brotó de mi ojo.
—Por Ellie —masculló entrecortado, con la fija mirada en mí.
El segundo disparo no lo escuché, lo sentí.
Un ardor que se propagaba como fuego en un carril de pólvora, me inundó hasta la última célula del cuerpo. Con la atención aun sobre Leonard, bajé la mirada a mi estómago y observé la ciénaga de sangre que comenzaba a teñir mi ropa. Fruncí el ceño ante la extraña sensación de sentir como la sangre brotaba de mi cuerpo como un río burbujeante. Subí lentamente la mano a la parte baja de mi pecho y toqué la tela. Sentía el calor a través de la franela y una debilidad que me lanzó de presto al suelo.
En la lejanía escuché un grito, una garganta rota, una maldición. Mi cuerpo se desplomó como una hoja al suelo. Frío me invadió como una ola, mi mente se nubló, no sabía de mí o qué sucedía, por qué me sentía así, por qué sentía que moría. Cerré lentamente los ojos y los abrí de nuevo. Mi visión se nublaba, mis párpados se sentían pesados. El dolor crecía a nivel exponencial, como una colonia de bacterias. Me quedé quieta, mirando hacia arriba, a la persona que me disparó como a un animal.
Escuché pasos, quejidos, alguien sujetar mi mano. Una sombra se posó sobre mí, con el arma en sus manos. Veía a Leonard borroso, como un cuadro difuso. Él dijo que acabaría con todos, hasta con Samantha. Mis labios se secaron. Pasé la punta de la lengua por el inferior y sentí algo húmedo subir por mi garganta. No sabía si él podría escucharme, me prestaría atención o cumpliría mi última petición.
—No… A ella no… —supliqué y lloré sobre mi propia sangre—. Por… favor.
Leonard esperó que suplicara hasta cansarme, hasta morir un poquito más. Entre mis momentos de lucidez, escuché que la dejaría viva para que observara como su madre moría. Escuché pasos acelerados, trotes, cada vez más lejos. Escuché un sollozo más alto, más fuerte, más desgarrador. Seguía mirando el techo, el cemento, las escaleras, cuando el rostro de mi hija cubrió esas imágenes y lloró sobre mis mejillas.
—No pueden morirse, mamá —escuché sollozar—. No puedes dejarme sola.
No sabía cuánto tiempo estaría consciente, lúcida. Necesitaba decirle algo.
—Samantha…
—No, mamá —interrumpió de presto—. Todo va a estar bien. ¿Recuerdas que me lo dijiste? Me lo prometiste, mamá… ¡No puedes dejarme! ¿Qué voy a hacer sin ti?
El dolor en la voz de Samantha me hacía llorar, me hacía más débil. Quería ser fuerte, soportar, esperar que alguien llegara. Nadie sabía dónde estábamos. La herida dolía, mi pecho se trancó y el frío se acrecentaba cada segundo más. El rostro de mi hija sería de las últimas cosas que vería antes de morir. Pestañeé varias veces para aclarar mi visión y carraspeé mi garganta. Todo siempre fue mi culpa. Fui la culpable.
—Lo… siento… —Sentí la sangre salir de mi cuerpo, las lágrimas brotar de mis ojos y un dolor ascender hasta mi garganta—. Todo es… mi culpa.
—No, no, no. —Negó, limpió sus lágrimas y se levantó—. Iré por ayuda.
Samantha no podía ni colocarse de pie, menos aún lograría bajar las escaleras y llegar afuera, a la señal de celular. Ella se desplomó de nuevo al piso, junto a mí. Sentía la tibieza de unos dedos junto a los míos, cuando Samantha aseguró que buscaría ayuda, que no nos dejaría morir. Ella se marchó. No sabía si caminaba, se arrastraba o se sujetaba de las paredes. Lo único que sabía era que ella no se daría por vencida y que conseguiría lo que quería. Unos dedos se contrajeron sobre los míos. No podía moverme, sentía mi cuerpo pesado y un cansancio que me hacía cerrar los ojos.
Escuché quejidos masculinos, sollozos dolorosos, rasgaduras de ropa sobre el escabroso suelo. Escuché que alguien se arrastraba con la ropa puesta, gemía ante el dolor que eso le provocaba. Escuché que alguien se acercaba, tan cerca, que el calor que emanaba me calentó el cuerpo. Sentía tan pesados mis párpados, que olvidé el mundo que me rodeaba. Olvidé que Ezra estaba conmigo, que el primer disparo lo recibió él.
Moví mi cabeza a la derecha. Aclaré la visión y lo observé, desplomado al suelo, con un hilo de sangre saliendo de su boca. No sabía dónde le habían disparado. Lo que sabía era que estaba igual de herido que yo, con un pie en el cementerio. Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando él subió un poco la cabeza y tragó con dolor.
—Lo lamento… taheña —masculló entrecortado, adolorido, con sangre dentro de su boca—. Lamento arrastrarte… a todo esto… Ya llegamos… al final.
Él reposó su mentón del suelo y pestañeó. Ezra no lo dijo, pero podía sentir que eran sus últimas palabras. Él tocó mis dedos y entrelazó el índice. Lloraba, no sabía si de dolor o tristeza. Siempre supimos que ese sería el final, aun así, dolía como el infierno experimentarlo. Me dolía ver morir al único hombre que amé con toda mi alma, al hombre que conocí por azares del universo, por el maldito hilo rojo del destino.
Me rompía el alma saber que no nos volveríamos a ver, que ese era nuestro final, que no podríamos tener una casa, un hijo, un perro… ¡Maldita sea! ¿Por qué a nosotros? ¿Por qué la muerte? ¿Por qué perdíamos de nuevo? Ezra tartamudeó que esperaba que existiera otra vida después de esa, donde sí pudiésemos estar juntos. Me aseguró que me encontraría en esa otra vida y que seríamos felices, tendríamos un hijo y un perro.
—No…. —sollocé adolorida—. No te despidas, mi amor.
—Prométeme que vivirás.... Prométemelo. —No podía prometer algo como eso. Si lograba sobrevivir, no sería por mí misma—. Prométemelo, Andrea.
—Este no es… el final. —Cerré los ojos—. No puede ser… el final.
Mi mundo entero eran ellos, los dos. Si uno me faltaba era como la otra mitad de mi rompecabezas, de mi alma. ¿Dónde cabría tanto amor para dar si no los tenía a ellos? ¿De qué me servía vivir? Si Ezra moría, mi vida se arruinaría por completo. Estuvimos tantos años separados, pasamos dificultades, superamos la maldad, pero no fuimos tan rápidos para esquivar una bala; una maldita bala que acabó con nuestro futuro.
Hice mi mayor esfuerzo para acercarme más a él. Necesitaba sentir su calor, verlo a los ojos. Ezra tenía los ojos cerrados. Llamé su nombre varias veces hasta que despertó.
—No te duermas —supliqué al sujetar su mano—. No, no, no…. No te vayas.
Él hizo un gran esfuerzo para sonreír; una torcida sonrisa.
—Conocerte fue… la mejor parte de mi vida… Te amo, taheña. Siempre te amaré.
Él cerró lentamente los ojos hasta quedarse dormido. Llamé su nombre un millón de veces, con las pocas fuerzas que me quedaban. Llamé tanto su nombre que mi voz se agravó, más sangre salió de mi herida y el dolor me llegó hasta la cabeza. Moví su mano, supliqué que despertara, le pedí que volviera, que me dijera taheña una vez más. Le grité que no me dejara, que lo amaba, que moviera su mano para saber que estaba vivo, que me hablara. Lloré amargamente, grité a todo pulmón por él y esperé.
Esperé que la muerte llegara por mí para que al fin estuviésemos juntos.
TE ODIO, TE ODIO, TE ODIO Y MIL VECES TE ODIO. No tengo palabras para explicar lo que siento, la vida justo ahora es una jodida mierda.
Por favor no puede ser verdad tanto sufrir para qué
Nooooooóooooo Nooooo puedo no lo acepto esto no nono porfavor .................😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭maldito mil veces maldito porque no lo aseguro porque no se llevo el arma eso es algo que hasta el mas tonto haria y no no lo acepto.y asi termine no lo acepto. No hay esperanzas.😭😭😭
Sabía q no debían darle la espalda así nomás a Leonard, volvió para cumplir su venganza, sólo muerto no haría daño. Ahora ya parece tarde, si ambos mueren, Ezra y Andrea, seguirán juntos para la eternidad. Es lo q uno augura una vez deje este mundo, encontrarse a los seres queridos q ya partieron... Samantha logrará salir?, eso primero, encontrar ayuda? 🤔 Y aún nos quedan las bombas, esto no se acaba hasta ver "fin".
Nooo por qué 😭😭😭😭😭😭😭😭 no pueden terminar así deben de ser felices 💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔
Realmente estoy llorando no queria que se murieran merecian ser felices sufrieron tanto debia haber muerto Leonard pero le espera lo peor ahora que sigue.
COMENTARIO DE ESME LLORANDO:
Duele, mi pobrecito Ezra no merecía morir a manos de ese maldito loco.
Andrea lo es todo para mi pobre Sam, ¿qué será de Sam si le falta su madre?
Sufro 💔😭
COMENTARIO DE LA LOCA ESMERALDA QUE ESPERABA SU VENGANZA 😈
Odio la idea de que sea Leonard quien haga esto, peeeero, de igual forma es un triunfo para mi Max: suya o de nadie :3
PD. Sigo esperando la bomba, Yajure. Mi Max no se mató pa' que el edificio siga en pie.
PD 2. Espero que sepas lo difícil que es celebrar y llorar al mismo tiempo, justo como lo estoy haciendo yo.
Bye, bye, señoritas :3
No sé si llorar de dolor, de rabia, de impotencia o por todas las anteriores, Aime. La verdad no sé que hacer. Sentí mi alma desgarrarse como pantalón viejo al romperse. Me falta la respiración, me falta todo, ahora mismo. Lo logró. Logró lo que tanto quería. Los mató. Solo espero que él también muera. O no, ¡que se pudra en la cárcel del infierno! Te juro que me imaginé sus muertes y pensé que no me dolería, porque ya me lo esperaba. Pero esto... ¡Por Dios, esto es otro nivel! Mi mundo se hace trizas, Aime. Pobre de mi Samantha. "Mía o de nadie", juró mi adorado Max y lo cumplió.
Lo dije Ezra - Nicholas Nuestro vaquero no debió perdonar a Leonard el esta LOCO. Mi corazón esta roto con cada linea que leía una lagrima caía imposible no derramarlas cuando nuestro Hombre puede morir, cuando Sam puede quedar sin su mamá, cuando Andrea también puede perder lo que mas ha amado...
#ComoPuedessertanCruelVIDA......
Vuelvo a leer y mis ojos gotean ante el sufrimiento de Ezra &Andrea nada mitiga mi dolor Amo esa pareja que a pesar de la adversidad de la vida su amor siempre estuvo por encima de todo.