Capítulo 47 | Alma sacrificada [Parte 1]

in #spanish6 years ago

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Con Maximiliano Hartnett siendo un hombre perseguido por la justicia tras la muerte de tres personas inocente, se posó sobre mis manos la responsabilidad de mantener los lujos a los que estaba acostumbrado. La noche del robo, cuando llegué a casa y Clarice dormía, él me llamó por la línea segura y atestó la bocina de insultos sobre mis pocas bolas. Reiteró una y otra vez, que si no hacía lo que él demandaba, no volvería a ver a mi novia, sin mencionar que me delataría con la Interpol.

—No puedes hacerme eso —refuté con ira en mis palabras—. Si tú abres la boca para delatarme, yo también tengo muchas cosas que decir sobre ti.
—Ya maté a varias personas Leonard. ¿Crees que me intimidas?
—Si yo abro la boca, jamás volverás a ver a tu hijo y Andrea se irá de tus manos, tal como quieres —amenacé una vez más—. Si yo abro la boca y cuento tus planes, tu idea de recuperar a Andrea se irá a la basura, sin mencionar, que no tendrás sorpresa.
Pensé que Maximiliano caería en mi trampa como un ratón con un trozo de queso. Subestimé demasiado lo que ese hombre era capaz de hacer, y los resultados terminaron con una muerte y un cargo de consciencia. Por un instante Maximiliano me dejó ganar, tras refutar que él no tenía tiempo de discutirlo. Cuando mi renuncia alcanzó nuevos niveles, él presionó la tecla mágica que a toda persona le duele más que su vida.
—¿Qué pasará con los padres de Clarice? —inquirió de forma sutil—. Si no me das lo que quiero, ella terminará odiándote más a que nadie. Clarice jamás, escúchame bien, jamás te perdonará que por esa vida que llevas sus padres terminen degollados.
Esa fue la amenaza que destruyó la idea que tenía en mente. Maximiliano siempre iba un paso más adelante, y aunque intenté negarle que los padres de Clarice estuvieran a su alcance, él me detalló el lugar donde estaban e incluso la habitación donde dormían. Maximiliano tenía razón. Si a los padres de Clarice los mataban por mi culpa, ella nunca me lo perdonaría. Clarice era la mejor parte de mí, aun cuando la voz en mi cabeza me repetía una y otra vez que los dejara morir, que no valían la pena.
Caminé hasta el ventanal de la cocina y observé las casas de enfrente, las luces que iluminaban la calle y ese frío que humedecía las ventanas. Me encontraba en una balsa, en medio del Triángulo de las bermudas. No sabía hacia dónde remar, si quedarme estático y esperar la decisión de alguien más poderoso, o escaparme de allí tan pronto fuese posible. Si desafiaba a Maximiliano, su ira no caería sobre mí, sino sobre personas inocentes de toda esa mierda en la que estaba metido hasta el cuello.
Por otra parte, si usaba el dinero de Reed para eso, ellos acabarían conmigo. Si le mentí a Maximiliano sobre el dinero, quizá él tendría piedad de mí. La situación se agravó cuando mi mentira fue mal recibida por él. Quería que él creyera que no tenía dinero, cuando Maximiliano conocía cada uno de mis movimientos, incluyendo el dinero que guardaba. Le repetí varias veces que no podía entregarlo, pero a él no le importó si acaban o no conmigo; internamente les agradecería si me mataban.
—Vas a tomar ese dinero y lo dejarás en un casillero del subterráneo.
—No puedo, Maximiliano. Me matarán.
—Elige —articuló enfurecido—. Tu vida, o la de los padres de Clarice.
No era una decisión muy complicada. Siempre colocaría el bienestar de mi chica por encima de mí mismo. El problema eran las voces en mi cabeza. Ellie no dejaba de susúrrame que no los dejara morir. Me preguntó a quién le temía más, y la respuesta fue evidente. Maximiliano tenía mayores recursos y golpearía una parte sensible de mí, en cambio Reed me daría una segunda oportunidad. Era su fiel servidor, debía ayudarme.
—Esta bien —pronuncié y retrocedí—. Ya mismo dejaré el dinero.
—Respuesta inteligente.
Con la bolsa del dinero aun en el auto, abrí de nuevo el garaje y conduje hasta la estación de tren que Maximiliano me indicó antes de colgar el teléfono. Él me dijo que le llevara todo el dinero, que se lo debía por todo lo que hizo por mí años atrás. Me sacó en cara la fuga de la cárcel, la protección que me dio dentro de la misma, el abogado que su dinero pagó para encarcelar a Nicholas, y un sinfín más de cosas que hizo por mí. Según él, mi deuda no se saldaría tan rápido, pero el dinero era un incentivo.
Estacioné junto al subterráneo. Bajé los escalones con la bolsa en la mano y el arma en la otra. La oscuridad arropaba el interior, y unas pequeñas y alejadas luces iluminaban una parte de los rieles. Pasé junto a la caseta de los tickets y los banquillos de espera. Observé la pizarra de los turnos de salida y llegada, a medida que mis pasos se acercaban a una de las esquinas que Maximiliano me indicó.
No sabía si uno de sus lacayos estaba esperando que saliera o me mataría para quitarme el dinero, así que dejé la bolsa en la esquina y elevé el arma. Me costó matar a la primera persona; los demás serían pan comido. Retrocedí en la oscuridad, con la mirada en cada rincón. Entre tanta oscuridad fue imposible divisar a alguna persona, sin embargo el escalofrío que recorría mi columna vertebral no se alejó ni un segundo.
Sentí el frío del metal del arma entre mis manos, junto al peso del plomo. Parpadeé un par de veces, antes de observar una sombra moverse y recoger el dinero. Lo apunté y él miró en mi dirección. También sacó un arma y me apuntó. Ni tiraba del gatillo, haría lo mismo, aunque dudaba que fuese lo bastante rápido. La persona se movió a su izquierda y guardó el arma. Yo bajé la mía, retrocedí y subí trotando los escalones.
Veía mi aliento en el aire y sentía la punta de mi nariz congelarse. Froté mis manos, busqué las llaves y entré al auto. Activé los seguros y esperé si la persona saldría. La iluminación de la calle era suficiente para ver el rostro de la persona, sin embargo, en los minutos que esperé, nadie abandonó la estación. Encendí el motor y regresé a casa. Mi decisión fue tomada. Elegí a Maximiliano por encima de Reed.
Esa madrugada me bebí media botella de ron y me acosté en el sillón. Perdí el sentido por completo, hasta que una llamada telefónica me despertó. Abrí los ojos y me encontré con las luces del techo encendidas. Mi olfato se activó al inhalar el aroma de los panqueques calientes, junto a un superfluo aroma a asfalto mojado. Sentía mi cuerpo pesado, al igual que mis párpados. Mi cuello dolía tras quedarme dormido de lado, sobre el costado del mueble. Escuché de nuevo el sonido del teléfono e intenté buscarlo dentro de la chaqueta en el suelo. Bajé la cabeza y sentí un mareo terrible.
Me recosté de nuevo en el espaldar del mueble y esperé que el suelo dejara de moverse. Tragué saliva y rasqué mis ojos. No lograba distinguir con claridad si Clarice estaba en la cocina, o era el delantal en forma de silueta que colgaba de la pared. Parpadeé tantas veces, que mis ojos se aclararon y noté su ausencia. El aroma de los panques seguía en el aire, pero ella no estaba por ninguna parte.
Con gran esfuerzo, logré levantarme del mueble y caminar a la cocina. Los panqueques estaban sobre la estufa, junto a una taza de café y una nota. Parpadeé otro par de veces y aclaré mi visión. Sujeté la nota con la mano izquierda y un panqué con la derecha. A medida que masticaba y sentía la suavidad del panqué chocar con mis dientes, leí el trozo de papel: “Desperté temprano y quise visitar a mis padres. No te quise despertar, así que dejé una nota. PD: hice tu desayuno favorito. Te amo.”
Me senté y devoré el desayuno. El café terminó de alertarme. Lavé el plato y subí las escaleras. Me di un largo baño, me coloqué ropa limpia y bajé de nuevo las escaleras. Iba por un vaso de agua cuando el teléfono volvió a sonar. La persona que fuera, insistía demasiado. Entre paso y paso a la chaqueta del suelo, amplié los ojos y me detuve de pronto. Recordé que debía entregarle el dinero a Reed ese día en la mañana.
Lancé mis manos al suelo y hurgué en el bolsillo. Tras cerciorarme que era Reed quien llamaba, deslicé el dedo y respondí. Cerré los ojos al escuchar una sarta de maldiciones, antes de detenerse, respirar profundo y continuar las maldiciones.
—¡Maldita sea, Leonard! ¿Dónde carajos esta mi dinero?
Bebí para olvidar que seguía entre dos aguas. Una de ellas se calmó un poco, aunque se pondría violenta cuando necesitara más. La otra estaba en su momento de furor, al punto de lanzar una ola y arrastrar mi bote. En el trayecto de regreso a casa, decidí que no podía mentirle a Reed. No le diría que me robaron el dinero ni que lo tomé para mí. Él conocía la clase de persona que era Maximiliano, así que lo mejor era contarle la verdad sobre lo acontecido. Tenía la esperanza de que él entendiera.
—Lo tiene Maximiliano —respondí después de un largo silencio—. Me lo pidió.
—¿Y a mí eso que me importa? —vociferó enfurecido—. ¡Trae mi puto dinero!
—No… No lo tengo.
—¿Cómo que no lo tienes?
—Ya les dije. —Caminé a las escaleras y me senté en el cuarto peldaño—. Utilicé mi parte para pagarle una deuda. Les repondré el resto. Solo deben decirme cuánto es.
—Sucede que lo queremos todo. —Su tono de voz disminuyó y un escalofrío recorrió mi piel, seguido de un golpeteo descontrolado en el corazón. No sé por qué pensé que Reed entendería—. Consíguelo, Leonard. Tienes hasta el mediodía.
Reed colgó. Lancé el teléfono contra el mueble y sopesé millones de ideas. Me desplomé en el mueble, con las manos en la cabeza. El vaivén de adelante hacia atrás, repetitivo, como mecer un bebé, revolvió mi estómago. Vacié el desayuno en la letrina, junto a una saliva verdosa. Me arrodillé junto a la letrina y me maldije por ser un idiota. No tenía la fortaleza necesaria para soportar otro golpe de la vida.
Me asqueaba de mí mismo. Maté a una persona ese mismo día en la madrugada, lo que debía darme un poquito de fortaleza. Debía sentirme una especie de Dios, con el poder de quitar una vida cuando lo dispusiera. Pero no, estaba tirado en el piso, con las manos sobre mis muslos y un asco en la boca. Me apenaba de mí mismo, aun cuando no podía estar más avergonzado. Decepcionaría a Clarice si no conseguía el dinero.
Clarice. Me acordé de ella. Recordé el collar de diamantes que robé para ella. No me sentía orgulloso de robar algo que no me pertenecía, pero me alegraba saber que lo hice por la mujer que amaba. Porque sí, yo la amaba con todo mi corazón, aun cuando el reflejo de Ellie seguía apareciendo frente a mí, en mis sueños y en mi realidad. Cuando estaba con Ellie, no sabía si era mi realidad o un sueño del que no podía despertar.
Me levanté, enjuagué mi boca y caminé a la cocina. Saqué una cerveza y llamé a Clarice. Sus padres estaban a pocas horas y ella se marchó en autobús. Tendría que ir en camino o acababa de llegar. Marqué su número varias veces y me lanzó el buzón de voz. No me alertó de inmediato, aun cuando ella nunca perdía ninguna de mis llamadas. Quizá el grado el alcohol aun en mi sangre o el miedo me impidieron pensar.
Me recosté en el sillón y pensé en varios de mis antiguos amigos. Pensé en cuál de ellos tendría esa cantidad de dinero que le había entregado de Maximiliano. Reed me afirmó que en mi bolso había más de tres millones de dólares. No era una cifra que cualquier persona tendría y me prestaría. ¿Quién me mandó a meterme en ese embrollo? Localicé a varias de esas personas y les pregunté, pero nadie accedió a prestarme esa cantidad. Estaba jodido por los cuatro lados, y todo se fue al infierno.
Dos horas después de la llamada de Reed, mi teléfono volvió a sonar. Me abalancé sobre él pensando que se trataba de Clarice, pero en su lugar leí el nombre de Reed. Tragué la cerveza en mi boca y atendí el teléfono.
—¿Dónde esta mi dinero? —preguntó Reed.
—No lo conseguí, Reed —me sinceré con él como nunca antes—. Dame más tiempo, u otro trabajo. Haré lo que sea, robaré y mataré a quien sea. Les he sido fiel durante años, nunca los he defraudado. Por favor, dame una segunda oportunidad.
—Ay, Leonard, Leonard. Nosotros no damos segundas oportunidades. —Su voz sonaba calmada, incluso podría decirse que relajada y satisfecha—. Si tú no tienes el jodido dinero, entonces mis muchachos se divertirán mucho.
—¿Conmigo?
—No, claro que no —pronunció—. Las mejores venganzas son hacia alguien más.
Sentí un fuerte puntazo en el pecho y una gota de sudor resbaló por mi sien. Tragué de nuevo el sabor de la cerveza que aún permanecía en mi boca y apreté el teléfono con todas mis fuerzas. En segundos pensé en las palabras de Reed y lo que ellas significaban. No hablábamos de destrozar mi auto o quemarme la casa. Reed era popular en cobrarse sus deudas con derramamiento de sangre.
—¿A qué te refieres? —pregunté aterrado.
—Revisa tu correo —demandó jocoso—. Tienes una invitación que no se rechaza.
Subí corriendo las escaleras y saqué la laptop de la cómoda. No era algo que usáramos demasiado o de la cual dependiéramos, así que la dejamos de lado durante algunos meses. Conecté el cargador y la encendí. La coloqué encima de la cómoda, junto a los perfumes de Clarice y un pequeño joyero. Esperé que cargara, abrí el correo personal y pinché el enlace en el último correo recibido. A medida que la pantalla se teñía de negro y la rueda en el centro giraba hasta aclararse la imagen, mi corazón no dejó de latir con rapidez. Una persona que amaba estaba con ellos. Lo presentía.
En la pantalla apareció una imagen que jamás olvidaría. Mi boca se abrió y mis pies retrocedieron por instinto. Retrocedí hasta impactar la parte trasera de mis rodillas en el borde la cama. Mi corazón se contrajo al ver la persona que más quería, a amarrada a una silla, con las manos atadas en su espalda y los pies enroscados en mecates marrones. Elevé la mirada por sus piernas desnudas, hasta el final de un short rojo y el inicio de su estómago. La sangre que cubría su cuerpo se unía al color del short.
Sus pechos expuestos, manaban un fino riachuelo de sangre. Mi respiración aceleró al ver que a su seno derecho le faltaba el pezón. La sangre escarlata nueva, se mezclaba con los coágulos viejos. La herida no era nueva. La intentaron cicatrizar con algo caliente, podía verlo a través de la pantalla. Ella temblaba, sus labios rotos, sus brazos amoratados, su nariz tan roja como su sangre y el cabello desordenado. La torturaron antes de quitarle una parte de su cuerpo. Mis puños y la mandíbula se apretaron.
Ella tenía los ojos cerrados y su respiración era lenta. Estaba inconsciente.
—Clarice —susurré y herví de ira hacia Reed y su combo—. ¡¿Qué le hicieron?!
—Lo que tú nos hiciste hacerle —afirmó con el cuchillo ensangrentado en su mano derecha. Se vanagloriaba en el trabajo ejecutado—. Por cada hora que pase, tu chica perderá una parte de su exótico cuerpo, claro, después de que los chicos la disfruten.
—Si le ponen una mano encima…
—¿Qué? ¿Qué vas a hacernos? —Desvió la mirada de la cámara a uno de los muchachos que estaba fuera del foco—. Leonard necesita motivación, Hayes.
Hayes salió de su escondite, con la parte delantera de su franela blanca, teñida de sangre. No era un mar ni una inmensa mancha; eran gotas que salpicaban todo su torso. Él se acercó a ella e introdujo su mano bajo la tela del short de Clarice. Ella se removió incómoda e intentó defenderse, pero estaba en un estado indefenso. A medida que la mano de Hayes se movía dentro del short, mi sangre hervía y fue imposible detenerme
—¡Malditos! —grité y pateé la repisa—. ¡Maldito, Hayes!
Hayes sonreía a medida que movía más fuerte su mano. Los maldije tan duro y pateé con tanta fuerza la cómoda, que los perfumes rodaron sobre la madera. Cuando Clarice entreabrió los ojos y le suplicó que la dejara, él sacó la mano y la limpió en su pantalón. Mi labio inferior se rompió bajo mis dientes y sentí el sabor de la sangre en mi boca.
La veía tan indefensa, tan desprotegida y herida, que desee ir con el fusil y matarlos a todos. El problema era que no sabía dónde estaban. Esa no era la casa de Reed. Vi de nuevo la sangre en su cuerpo y un rosado en su ojo izquierdo. La golpearon por mi culpa, por asar dos conejos en lugar de uno. Me ardían las palmas por las uñas clavadas y mis dientes se rozaban entre sí, cuando Reed apareció en la pantalla.
—Por cada hora, Leonard —advirtió—. La siguiente ronda no te gustará.

Sort:  

Por Dios.....
siempre supe que por culpa de Maximiliano Leonard perdería a Clarisse pero jamas pensé que fuera de una manera tan violenta.

Pero pues alguien tendría que sufrir los errores del lamesuelas de Leonard cada hora un pedazo mierda hasta a mi me dolió............... Una Inocente pagando culpas ajenas...

Terrible!!!! Estaba visto que esa pobre chica iba a pagar los platos rotos... ya esta Leonard. Que vas a hacer ahora???

Oh no maldito leonardo creyo ser mas inteligente y es mas idiota de lo que se veia como dise el dicho el que sirve a dos amos con alguno queda mal y ahi esta el resultado pobre de clari pago por amar a ese idiota de leonardo su vida acabara peor que la de su hermana esto se pone cada vez mas foe y sangriento que se puede esperar de lo que viene 😱😈

Ay no, pobre Clarice, ella tan inocente d toda esa maldad y termina pagando las culpas d Leonard... No sale viva d allí 🤐

¿Dónde puedo hacer voto masivo por el mismo capítulo? 😏

Yajureeeeee... ¡Yo lo sabía! ¡Te lo dije! 😗😗😗😗😗😗😗

Lo siento por Clarice, ella es una inocente que se enamoró de la persona equivocada. Pero es que Leonard sigue eligiendo mal.
Desde lo de Ellie, va de cagada en cagada.

No sé qué más decir, pero tengo una teoría de algo que posiblemente nadie notó 😈

Eso le pasa a Leonard por querer traicionar a Max es una venganza de Max porque ya sabemos que es la mente maestra de todo pobre Clarice no lo merecía pero es lo que pasa por estar con gente como Leonard es muy cruel.

la verdad he quedado sin palabras
sorprendes en cada capitulo
pena x ella xq es inocente y debe pagar x las culpas de otro...

Eso es lo que pasa por andar con malas compañías la pena es que lo pagan personas inocentes

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