Capítulo 45 | Alma sacrificada [Parte 1]

in #spanish6 years ago (edited)

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El teléfono seguía quemando mi oreja derecha, a medida que las gélidas temperaturas azotaban mi expuesto cuerpo. El sonido de la brisa impactando los árboles deshojados, el estridente ruido de una licuadora encendida y el calor de las chimeneas que se mezclaba con el aire exterior, no me permitían pensar con claridad. La voz de Andrew al otro lado de la bocina, me resultaba hormigueante.

—¿Ese es tu plan para cobrar venganza? —inquirió irónico.
—¿No es acorde a ti?
—Es perfecto. —Escuché una exhalación, seguida de una ligera tos—. Debo hablar con Maximiliano para que mejoremos el suyo.
Maximiliano era otro tema que tratar. Él se obsesionó tanto con Andrea, que haría lo que fuera para tenerla a sus pies. El problema siempre fue que Maximiliano no contaba los detalles de sus planes. Él se empecinaba en mantener los detalles para él solo, sin que el resto conociera el as bajo su manga. Y conociéndolo como lo hacía, ese as no solo era una carta, era una navaja de doble filo, con sangre goteando de los bordes.
Fui quien le comentó a Max sobre Andrew, tras descubrir que era un enemigo público de Ezra Wilde. En parte me sentía idiota por confiarle esa pieza a Maximiliano, cuando él pensaba en destrucción sutil, pero letal. Mis ideas eran más grandes, llenas de pólvora, golpes, sangre y destrucción masiva. Yo no pensaba en pequeño u oculto como él lo hacía, y eso nos diferenciaba demasiado. Mis planes con Andrew no se limitaron a observar y esperar. Toda acción generaría una reacción, y la mí estaba próxima.
Cambié mi peso de una pierna a la otra y cambié el teléfono de oreja.
—No le digas nada —mascullé y observé mi cálido aliento en el aire.
—Tranquilo. El tuyo me gusta, aunque no me pagarás.
—Te pagaré con la imagen de tu enemigo rendido a tus pies.
—No existe nada mejor que eso —concluyó y colgó.
Inserté el teléfono en el bolsillo y exhalé en mis manos. Sentía que mis dedos se congelaban y mis ojos ardían por el terrible frío. Hayes, a mi lado, le dio una calada a su cigarrillo y soltó una fumarada. Él llevaba guantes de algodón y una bufanda. No parecía el hombre que asesinó sin piedad a una de sus novias, cuatro años atrás. Reed me contó mucho sobre él, incluyendo lo buen espía que era y el gran asesino que ocultaba. Estaba rodeado de personas a las cuales no les temblaba el pulso. Tal vez no era mejor que ellos, pero aún me nerviaba sujetar un arma y quitar una vida.
—¿Qué pasó con Ezra Wilde? —le pregunté al observar a su esposa.
—Se fue de la casa. Se enteró que su mujer lo engañaba.
—Esto altera mis planes. Quería que se consumieran juntos. —La imagen de las llamas ardiendo hasta el techo, el olor de la carne quemada y los socavados gritos de auxilio, me infundían una energía gratificante—. Esto lo tiene que saber Maximiliano.
Extraje de nuevo el teléfono y pulsé su número.
—¿Estás seguro? —indagó y soltó más humo—. Su teléfono esta intervenido.
—Tiene sus métodos.
Lo que Maximiliano hizo fue un error que acabó por completo con sus planes iniciales, o eso pensé. Él se equivocó a lo grande, aunque era un hombre lo bastante listo para desaparecer sin dejar rastro, sin mencionar que tenía a los mejores trabajando para él. Eso que él hizo, dos días atrás, fue un desliz en su impoluta carrera de acosador anónimo. Era evidente que media ciudad lo buscara y Andrea estuviera más alerta.
Esperé que el teléfono repicara, con una mano en el bolsillo. Se me congelaba el trasero por estar tanto tiempo en Memphis. Hicimos vigilancia un día más, sin resultados diferentes. Ezra Wilde no regresó con su esposa. En parte me molestaba que no estuviese en casa para vengarme de él, pero una parte de mí quería vengarse de él a solas, sin escape, con un cuchillo en la garganta de Andrea. Ella era su talón de Aquiles.
Para ejecutar mi plan, primero debía mantenerlo alejado de Maximiliano. Si ese hombre llegaba a enterarse que mi venganza hacia Ezra era matar a Andrea, él mismo mandaría a sus asesinos a destruirme. Ese plan era uno que mantuve para mí mismo hasta el último momento, cuando la verdad salió a la luz y los verdaderos monstruos que dormían en nuestro interior, despertaron y arrancaron palpitantes corazones.
—Pizzería Killer Sauce —saludó la persona al otro lado—. ¿Qué pizza desea?
—Quiero una italiana clásica, doble anchoas.
—¿Con doble queso? —preguntó el interlocutor.
—Y pepperoni.
Me indicaron que esperara. No entendía por qué Maximiliano utilizó un intercambiador de llamadas para hablar con él. Era un despiste que su hacker le sugirió, después de conseguir su primera ubicación por medio de una llamada telefónica. En parte entendía su psicosis, aun cuando podía confiar en mí para conocer su ubicación. Maximiliano se mantuvo en exilio los primeros días, sin comunicación alguna.
Pocos días atrás me llamó por medio de una línea segura y me indicó un lugar donde podríamos vernos. Allí me explicó los pasos a seguir para conseguir la victoria, aun cuando fue complicado salir de ese lugar sin ser visto. Esperé unos pocos segundos, antes de escuchar su voz a través del auricular. El Maximiliano seguro de sí mismo, nunca dejó de existir, ni cuando el mundo entero se desplomó en sus pies.
—¿Es segura tu llamada? —preguntó de inmediato.
—Muy segura —pronuncié de inmediato. Miré por encima de mi hombro a Hayes y di un paso adelante, lejos del humo de su cigarrillo—. Pasé por el filtro.
—¿Qué me tienes?
—Es Wilde. Se separó de su esposa. ¿Sabes lo que eso significa?
—Que irá detrás de Andrea. ¡Maldita sea! —gruñó en mi oído, seguido de unos segundos de silencio. Me tomé la molestia de llamarlo para comentarle los avances, sin ser necesario, ya que él tenía sus propios lacayos lamiéndole las botas—. Estoy atado de manos. No puedo moverme como quiero, pero estoy trabajando en ello.
Di un paso más adelante y cerré la mano dentro del bolsillo. Respiré profundo y observé la hilera de casas cubiertas por una densa capa de nieve. Las luces interiores comenzaron a encenderse, cuando el reflejo del sol le abrió paso a la luna. Quedaba tan poco tiempo para el final, que se volvió imperativo mantener los cinco sentidos alerta. En mi caso, solo cuatro me funcionaban bien, o eso me repetí para no admitir que una persona muerta me hablaba, me acariciaba cada vez que quería o me besaba.
Alejé esos pensamientos de mi cabeza y suspiré.
—¿El plan se mantiene?
—Por supuesto que sí —afirmó—. Tengo listos los anzuelos para la pesca.
—¿Serán ellas?
—Nada es más importante para ellos, que ellas. No podrán hacer nada contra mí, mientras las mordazas le aprieten la boca. —Maximiliano tenía momentos en los que me intimidaba a morir. Él planeó algo sangriento para quedarse con Andrea, en la que incluía más de una muerte segura—. Tengo todo planeado, Leonard, hasta el más minúsculo detalle. Tú no te preocupes. Cada peón se moverá para proteger a la reina.
—Los peones siempre son los primeros en morir.
—Exacto —afirmó—. El único propósito de los peones, es morir por otra pieza.
Tragué la saliva en mi boca, y me formulé una pregunta: ¿también era un peón? Maximiliano mantuvo la línea segura unos minutos más, en los que me comentó que su fideicomiso para emergencias decaía a una acelerada velocidad. En ese momento no me preocupó que no tuviese dinero, en parte me alegró, pero más temprano que tarde uno de sus peones perdió una vida para complacerlo, tal como el resto lo hacía.
Guardé el teléfono y regresé con Hayes. Él estaba recostado al auto, con las manos en sus bolsillos. Le quité el seguro a la puerta y le indiqué que subiera al asiento del copiloto. Conduje hasta la casa de Hayes, o el lugar donde se mantenía oculto, la verdad conocía poco de él. Hayes se mantuvo en silencio hasta entrar a su calle, doblar una esquina y estacionar el auto frente a un buzón blanco y un camino de hielo.
—¿Qué vamos hacer, Leonard? —preguntó antes de bajar.
—Sigue vigilando. —Apreté el volante y divisé la hilera de farolas amarillas que alumbraban la calle, hasta el inicio de la autopista—. En pocos días, esa casa no existirá.
—Espero que no te acerques tanto a las llamas —articuló, abrió la puerta y bajó.
Arranqué y conduje de regreso a casa. Clarice me esperaba con unas cuantas rondas de preguntas. Ella nunca dudó de mi trabajo o se alejó cuando se enteró que salía de cacería en las noches. Clarice era la mejor parte de mi vida, una vida de la que no quería desprenderme tan fácil. Mi sed de venganza no se acabaría hasta destruir a las personas que me estorbaban, pero existía un ser que me mantenía alerta, y esa persona era ella.
Por otra parte, estaba el ser que escalaba mi brazo con la punta de sus dedos. Ella dejó su frío toque sobre mi chaqueta, hasta alcanzar el cuello y dejar un tierno beso bajo mi oreja derecha. Cerré los ojos unos segundos y apreté el volante con ambas manos. No me agradaba del todo tenerla conmigo, aunque sus visitas se volvieron repetitivas al paso de los días. Cada vez la sentía más real, más mía, más viva, aunque no era posible.
—Lo haces bien, Leonard —susurró en mi oído—. Siempre haces todo bien.
—¿De dónde viene el halago?
Ella se despegó de mi cuerpo y lanzó la espalda al asiento. Abrió las piernas y subió los pies a la consola. Sus piernas mantenían el color bronceado de la última vez, su cabello castaño caía sobre los hombros y un vestido azul cubría la mitad de sus muslos.
—Me emociona saber que todo terminará pronto. —Subió el ruedo de su vestido y frotó sus muslos con ambas manos—. Me excito de solo pensarlo.
Regresé la mirada a la carretera y divisé una gasolinera abierta. Revisé el nivel del tanque y continué. Clarice me pidió comprar algunas cosas antes de regresar, así que debía pasar por el supermercado antes. Manejé hasta la entrada de la ciudad, estacioné en un 7-Eleven y cargué un carrito de comida. Ellie no se alejó de mí, e incluso se subió al carrito cuando aún estaba vacío. Pagué las compras, cargué al auto y continué.
A media hora de casa, Ellie se removió en el asiento y recostó su cabeza en mi hombro. Le gustaba molestarme cuando manejaba. Era como un perrito que no se mantenía tranquilo en su asiento. Ella bajó su mano por mi costilla y la reposó en el inicio del pantalón, donde descansaba la hebilla de la correa negra.
—¿En qué piensas?
—En que solo quiero que esto termine.
—¿Para estar conmigo? —inquirió de nuevo.
—Para acabar mi venganza.
Con Ellie recostada en mi costado, conduje hasta el garaje. Bajé del auto, abrí la puerta del garaje y estacioné el auto. Ellie permaneció dentro del auto, mientras bajaba las bolsas y le indicaba a Clarice que había llegado. La escuché soltar un gritillo de felicidad, segundos antes de divisar su trote escaleras abajo, hacia mí. Corrió con una sonrisa en su rostro y se abalanzó contra mi cuerpo. Del golpe, las bolsas cayeron.
Enroscó sus piernas en mi cintura, mis manos sujetaron sus muslos y sus brazos cayeron por mi espalda. Su boca se apoderó de la mía y su largo cabello rozó mi cuello. Extrañaba su aroma a lavanda. Clarice rozó su lengua con la mía y frotó mi cabello, antes de tirar de algunos mechones y morder mi labio inferior. La extrañé demasiado esos primeros días. Cada vez que me marchaba, mi ansiedad por ella aumentaba.
—¿Por qué tardaste tanto?
—Pasé por la tienda. —Bajé su cuerpo y sujeté las bolsas—. ¿Me extrañaste?
—Sí. —Sujetó dos bolsas y las dejó en la mesa de la cocina—. ¿Cómo terminó?
—Vamos viento en popa.
La ayudé a guardar las latas en las repisas superiores, las carnes en el congelador y las verduras en la parte baja del refrigerador. Ella guardó algunos artículos personales que compré, junto a una nueva dosis de mi medicina. No la ingería, sin embargo continuaba comprándola. Si no lo hacía, Clarice sospecharía que no estaba del todo cuerdo cada vez que nos veíamos, y mi plan de vivir juntos no funcionaría.
Ella guardó las bolsas vacías bajo el lavado y se sentó en el mesón que dividía la cocina del comedor. Cruzó los tobillos y comenzó a leerlas calorías que tenía una caja de cereal de chocolate. Amaba desayunar como un niño, así que me di el gusto de comprar algo calórico. Clarice, por otra parte, amaba desayunar ensaladas, huevos, aguacate, verduras, pan integral, yogurt, granola y todas esas cosas que a los hombres no nos llena el estómago. Por eso, cuando ella no estaba, comía como puerco.
Clarice bajó la caja de cereal y palmeó.
—Justo ahora lo recuerdo —articuló—. Tu amigo llamó.... El que se llama Reed.
No tenía idea de para qué me llamaba. De igual forma, le comenté a Clarice que lo llamaría más tarde. Ella bajó del mesón, extrajo una recatada porción de carne, unos vegetales y un poco de arroz. Yo la observé con las manos en el mesón y mi espalda rozando el la madera. Era preciosa, como pocas mujeres al natural. Llevaba un pantalón ajustado, una franela que mostraba el ombligo y unas zapatillas de ballet.
Ella giró, frunció los labios y me señaló con una zanahoria.
—¿Me ayudas? —preguntó y me arrojo la zanahoria—. La cena será un almuerzo. Sé que no comiste bien, así que vamos a salirnos de la rutina.
La ayudé a preparar lo que pude. Coloqué la mesa, dos botellas de cerveza y un poco de música de fondo. Ella sirvió la comida y se sentó frente a mí. Comencé a trocear el pedazo de carne y bebí un poco de cerveza. La sazón de Clarice era algo que no olvidaría. Al principio no sabía cocinar ni un huevo sancochado. Con el tiempo aprendió, mediante un curso, y se convirtió en una de las mejores sazones que probé.
Pensé en lo que sucedería cuando asesinara a Ezra y destruyera el sueño de muchas personas. Sabía que me perseguirían como lo hacían con Maximiliano, quizá peor, así que debía tener un plan B. Observé a la hermosa mujer al otro lado de la mesa y pensé en ella. Si la dejaba sería el blanco de la policía, y si la llevaba conmigo sería atarla a una vida de escondites y persecuciones. A fin de cuentas, no era lo que yo quería. En un caso extremo de abandonar mi vida entera, no me iría sin ella.
—¿Cuándo saldrás de vacaciones?
—Estoy de vacaciones —respondió con una sonrisa.
—Cierto. —Golpeé mi frente por olvidar algo importante como eso—. Lo olvidé.
—¿Tomaste tu medicina? —preguntó y dejó los cubiertos a un lado.
—Sí. —Me levanté y dejé la servilleta en la mesa—. Iré al baño un segundo.
Caminé hasta el baño y cerré la puerta en mi espalda. Me aferré al lavado y reverberé mi rostro en el espejo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué no me concentraba? Había algo malo en mí, podía sentirlo, aunque no entendía del todo qué era.
—¿Por qué no le dices la verdad? —inquirió Ellie con las manos en mis hombros.
—Porque tú no existes.
—Si no existo, ¿por qué te excitas si mi toque no es real?
Ella tiró de mi hombro para girarme. Impactó su boca contra la mía y descendió su mano por mi estómago. Con la sutileza que siempre la caracterizó, insertó la mano bajo el pantalón y rozó mi miembro con la punta de sus dedos. De inmediato envió es oleada de deseo a mi cerebro y provocó el bulto en mi entrepierna. Sus labios seguían moviéndose sobre los míos, a medida que su mano masajeaba más rápido.
—No… hagas eso —tartamudeé cuando sus labios besaron mi cuello—. Ellie, no.
—Te mueres por estar conmigo.
—No, esto no es real. —Saqué su mano y la apreté—. Necesito la medicina.
—Olvida la medicina. Tú me necesitas a mí. —Descendió de nuevo una estela de besos por mi mentón, hasta llegar a la clavícula—. Sin mí, tus planes no funcionan.
Estuve a segundos de caer en sus redes un vez más, hasta que la imagen de Clarice apareció detrás de mis ojos. Empujé a Ellie por los hombros y miré sus ojos. No estaba dispuesto a perder a una mujer como Clarice por algo que no sabía si existía. Cuando Ellie aparecía, mi mundo entero cambiaba. No sabía a ciencia cierta si ella era real, si era una alucinación o eran simples deseos atrapados en mi subconsciente.
—Yo necesito a Clarice. —Franqueé a su lado—. Es a ella a quien amo.
Retrocedí hasta sentir la manilla con mi mano derecha. Abrí la puerta y salí. A través de la madera, escuché las palabras de Ellie: Te estaré esperando.

Sort:  

Pues que digo un capitulo difícil ... un loco hablando con su novia muerta y obsesionado por sed de venganza y Maximiliano escondido por algo que hizo terrible que no le permite salir...
La intriga me desespera , esperando a ver que pasa con Ezra y Andrea cuanto dura su amor .
Y lo que me hace pensar es la amenaza que dejo en el aire piensa matar a Sam y secuestrar a Andrea... Eso mataria Andrea.

¿Qué puedo decir respecto a este capítulo?
Sólo una cosa: me está dando miedo ese par xD

Cada vez me convenzo más de que eres como una versión femenina de mi adorado John Katzenbach; me tendrás al borde del infarto con los últimos capítulos.

Me retiro muy pensativa de lo que acabo de leer :3

Max me hace temblar. Piensa matar a Sam Alma Ezra se me olvida alguien? Tal vez Leonard le arruina los planes y se mata solito... no quiero que muera ninguno de los protagonistas 😢😢

"me siento pensativa"
No se porque creo que Alma y Sam peligran; porque ellas son lo mas importante para cada uno de nuestros chicos....

Leonard cada día mas loco por Dios que Vendra a continuación......

Siento que Max va a secuestrar a Sam y Alma son sus puntos débiles y Leonard está bien loquito haber si no mueren los dos Ezra y Andrea xq Max quiere matar a Ezra y Leonard a Andrea están bien locos esos dos tengo miedo.

Max está en el ojo d la tormenta, lo q haya hecho lo ha puesto en evidencia y al ser un personaje público tiene q esconderse. De ahora en adelante se valdrá d sus lacayos para actuar. Andrea y Sam están en peligro y Ezra también se convierte en otro blanco. A ver quién cae primero.

Esto se esta poniendo feo y tengo miedo por mi parejita Andrerza ese hombre esta loco y creo que es un peon de maxicopata .
😫🤕💣

Este tipo cada vez está peor como la mayoría de ellos

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