Capítulo 43 | Alma sacrificada [Parte 1]

in #spanish6 years ago

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Miré la casi ilegible dirección que Andrea me escribió en el pequeño trozo de papel. Logré descifrar una parte. La otra continuaba perdida en un borrón de tinta azul y las partes desgarradas de la hoja. La escurrí con el secador de Skyler y bajo la luz de noche comencé a descifrarlo. Diez minutos después, con ayuda de una computadora, logré encontrar su edificio. Era inmenso, elegante, cubierto por completo de vidrios oscuros.

Bajé la mirada al examen de embarazo junto a la mesa. Skyler fue al médico sin mí, dos días antes de buscarme en el rancho. En el centro de una hoja rectangular estaba escrita la palabra positivo en color rojo. Rodé el examen por la mesa y coloqué la lámpara de noche encima del papel. Froté mis ojos y frente con ambas manos. Mis codos reposaron sobre la mesa, mi espalda se curvó y mis piernas se despegaron.
Por más que buscara que mis cálculos encajaran, no lo hacían. Skyler me afirmó tener un mes de embarazo, cuando entre nosotros no había sucedido nada en más tiempo. Recordé perfectamente mi penúltimo viaje y la última vez que tuvimos relaciones. En el último viaje me reencontré con Andrea y de ahí en adelante mi vida no fue igual. También recordé la pelea que tuvimos, la semana distanciada y la insinuación a la que no sucumbí después de la pelea en el restaurante.
Si sacaba cálculos, nada encajaba, y surgían dos hipótesis. La primera de ellas se enfrascaba en que los cálculos de Skyler no eran correctos. Y la segunda era descabellada: que Skyler me mintiera. En los años que llevábamos casados, nunca fue esa mujer fría y distante de las últimas semanas. Algo en ella cambió y no me gustó el resultado. No negaría a mi hijo, ni lo rechazaría, pero con Skyler la cosa era diferente.
Me sumía en una oscuridad al pensar en tantas cosas a la vez. Cerré los ojos y exhalé por la boca, segundos antes de sentir las manos de Skyler en mis hombros. Ella recostó su pecho en mi espalda, bajó sus manos por mi pecho y recostó el mentón en mi hombro derecho. Cubrí el papel de la dirección con la mano izquierda y relamí mis labios.
—¿Qué estás pensando? —preguntó en mi oído.
—En el bebé.
Quité sus manos de mi pecho, doblé el papel y lo guardé en mi bolsillo. Giré en la silla y la encontré detenida, con las manos en un mechón de su cabello. Su rostro estaba limpio de maquillaje y un pijama rosa que apenas llegaba a media pierna cubría su cuerpo. En otro momento la habría arrojado sobre la cama, sin importarme nada más. Pero allí no podía dejar de pensar en Andrea y lo sucedido esos días en el rancho. Ella nunca saldría de mi corazón ni se borraría de mi piel. Le pertenecía a Andrea White.
Me levanté de la silla y froté mi cuello con la mano derecha. Llegamos el día anterior de Charleston, después de finiquitar la venta del rancho y la mudanza de mis pertenencias a una bodega en las afueras del estado. Skyler no me recriminó que persiguiera a Andrea o la eligiera sobre ella. De hecho se comportó como una mujer distinta. Me hizo la comida, me abrazó en la cama e insinuó que estuviésemos juntos.
La rechacé de forma diplomática y noté odio en su mirada. Ella sonrió y lo ocultó tan bien como pudo, aunque al final no lo consiguió. Skyler, por más serena que pudiera fingir ser, algo tenía que decirme con relación a Andrea. La golpeó en el rancho, yo la evité esa noche y no le dirigí la palabra en todo el camino de regreso. ¿Acaso no entendía que no quería nada con ella? Lo único que me ataba de manos, en ese momento, era el bebé. En cuanto naciera y tuviera mi apellido, le pediría el divorcio.
Skyler notó que me consumía en pensamientos, por lo que quitó la bata de su cuerpo y se acercó a mí. Sabía que intentaba seducirme, que fuese débil como en el pasado, cuando discutíamos y teníamos un glorioso sexo de reconciliación. Eso quería Skyler la noche que discutimos en el restaurante. ¿Qué me ocultaba Skyler? Sus actitudes no eran las de una persona cuerda. ¿Por qué cambiar repentinamente de opinión?
—¿Estás emocionado por el bebé? —preguntó y acarició mi cuello.
Rodeé su cuerpo y coloqué las manos en mi cadera.
—La palabra sería confundido —respondí—. ¿Por qué cambiar de opinión?
—No entiendo a qué te refieres —fingió inocencia.
—El bebé. Tú no querías hijos. ¿Por qué hacerlo ahora? ¿Por qué en este momento?
Ella frunció el ceño y achinó los ojos. Entendió la indirecta. Lo que en algún punto me gustó de Skyler, fue su inteligencia. Era una mujer hábil para manipular y conseguir lo que quería. Era inteligente porque entendía a la perfección lo que las personas querían escuchar o lo que ella escuchaba. Skyler me manejó por años, hasta que logré desligarme de ella. No le mentiría si me pedía decirle la verdad. Eso lo sabía.
—¿En este momento? —Se cruzó de brazos y adelantó un pie—. ¿Es por ella?
—No cambies el tema.
—¡Dime, Ezra! —gruñó y tocó el centro de mi pecho—. ¿La prefieres a ella?
Bajé la mirada a su dedo pulsando mi pecho, antes de observar la dureza de su entrecejo. Callé durante años lo que sentía por Andrea, mes tras mes. Me refugié en los brazos de Skyler porque no encontré a Andrea, no sabía dónde estaba. Y cuando logré encontrarla fue demasiado tarde. El destino, Dios, los astros, no sabía quién demonios nos volvió a unir, pero le agradecí enseñarme que Andrea era la mujer que tendría mi jodido corazón el resto de mi vida. Skyler fue el parche que el tiempo desprendió.
—¡Respóndeme, maldita sea! —vociferó.
—Sí —afirmé y quité su mano de mi pecho—. La amo a ella.
Ella retrocedió, con lágrimas en sus ojos. No sabía si fingía muy bien que me amaba, o eran verdaderas lágrimas de dolor. De igual forma, no me arrepentiría o me disculparía por ser sincero con ella. Siempre fue un jodido sincero con Skyler, y ella me pagó con un cúmulo de mentiras que podían llenar una piscina olímpica.
—¿Por qué? —preguntó y una lágrima rodó por su mejilla.
—La he amado por años y años. Creí que contigo dejaría de amarla, pero no fue así. No te amo como la amo a ella. —Sentí su mano estamparse en mi mejilla izquierda y mi piel arder bajo su azote. Le mantuve la mirada y observé las lágrimas bañar su rostro, antes de sentir otra bofetada en la misma mejilla—. ¿Estás feliz con la respuesta?
Tocó su estómago y abrió su boca. Skyler se ganaba un premio a la mejor actriz.
—Lo sabía —masculló—. Te escuché hablar con Alma, cuando le decías lo mucho que amabas a tu taheña. Sé que ya no me quieres, Ezra, lo sé, ¿pero qué crees? Esta es la vida que tienes ahora. Mientras estés conmigo, respétame y respeta al bebé.
—¿Mientras este contigo? —repetí y socavé una carcajada—. Vamos a dejar algo claro. Estoy contigo por ese bebé, por nada más. En cuanto él nazca, este anillo no estará en mi dedo… Por esa razón, mañana mismo iremos al doctor. ¿Hay que revisar al bebé, no? Lo haremos juntos, como el hermoso matrimonio que somos.
Podía sentir una ira salir de mi cuerpo y proyectarse en mis palabras. Sentía que Skyler me mentía de una forma vil y nauseabunda. No sabía por qué lo sentía. Era como un presentimiento. Skyler descruzó los brazos y aplanó su pijama. Limpió sus lágrimas y arreglo su cabello. Ella no era la clase de mujer que lloraba por nada, ni siquiera por los funerales. Tiempo después me enteré que sus lágrimas eran otro antifaz.
Skyler evitó mi pregunta con esas malditas lágrimas de cocodrilo que sabía me harían retroceder. Inserté mis manos en los bolsillos del pantalón y mantuve mi posición. Cuando Skyler notó que no me quebraría como siempre lo hacía, dibujó una macabra sonrisa en sus labios y tocó su mentón con las uñas azules.
—Si irás por sacrificio, no lo hagas.
Cuando intentó franquear a mi lado, la sujeté del codo. Era la primera vez que apretaba su piel de una forma que no fuese sexual o la mirada de la forma que lo hacía. Ella no pestañeó, con su rostro a centímetros del mío. Bajó la mirada a mis labios y yo mantuve la mía en sus ojos. Nos retamos sin decir una palabra, solo con la mirada. Skyler me mentía, lo afirmé en sus ojos. Ella no era la mujer que se casó conmigo.
—Iremos mañana temprano. Ya lo decidí —articulé—. Dormiré en otra habitación.
Solté su codo y salí de la habitación, descalzo. Crucé el pasillo hasta la cocina y busqué un vaso de agua. Pensé que ella me seguiría para aclarar las cosas o hablar lo que sucedía entre nosotros. Nunca abandonó nuestra habitación, aun cuando preparé café para disminuir el frío exterior. Me detuve en la ventana y observé la nieve caer, las luces de los faros encendidas, las calles cubiertas y ausencia de personas afuera.
Pensé cómo mi vida perdió sentido tan pronto, en un chasquido, como un rayo. Fue impresionante imaginarme una vida en la que ella no existiera. No le deseé la muerte, pero sí deseé que no estuviera más en mi vida. Miré atrás y observé el teléfono sobre una revista en la mesa de la sala. Caminé hasta él y le envié un mensaje a Alaya. La duda no me dejaría dormir. Le escribí que nos encontráramos en el hospital el día siguiente. Ella me respondió que le avisara cuando llegara y la encontrara en el cafetín.
Esa noche me costó demasiado dormirme. Di vueltas sin parar en la cama, hasta que la idea de llamar a Andrea cruzó por mi mente. Marqué su número y me detuve a mirarlo en la pantalla. Estuve a punto de pulsar llamar, cuando sus palabras me recordaron que esa despedida fue la definitiva. ¿Era justo revolverle más la vida cuando no sabía qué demonios hacer con la mía? ¡Estaba malditamente jodido!
La mañana siguiente me preparé algo rápido de desayuno, justo antes de Skyler salir a comer fruta picada, un poco de pan y huevos. No me senté con ella en la mesa, ni le dirigí la palabra. Sabía que era idiota lo que hacía y quedaba como un patán, pero no sentía la necesidad de hablar con ella. Busqué la ropa en la habitación y me alisté para salir. El hielo aumentó dos pulgadas en la madrugada, así que tendría que usar guantes.
Me detuve en el espejo del baño y observé la barba que Andrea tanto amaba. No volví a rasurarme como a Skyler le gustaba. No tenía para qué hacer lo que ella demandaba. Rocié un poco de perfume en mi cuello cuando ella asomó su torso en la puerta. Se recostó de la pared y formó una línea con sus labios. Evité mirarla y franqueé a su lado. Busqué el teléfono sobre la cama e inserté las llaves en mi bolsillo.
Ella seguía en la puerta, con mirada de cachorrito perdido. Respiré profundo y caminé a su lado. Justo cuando atravesaba el umbral, ella sujetó mi antebrazo y tiró a su cuerpo. Me mantuve firme, con el ceño fruncido y un fastidio en mi rostro.
—¿Podemos hablar? —inquirió e intentó tocar mi mejilla, pero fui lo bastante rápido para esquivar su toque—. No quiero que estemos así. Solucionemos las cosas.
—¿Qué vamos a solucionar, Skyler? —Me solté de su agarre—. Ya no te amo.
Ella volvió a llorar. No sabía qué diantres le ocurría. No podía decir misa sin que ella rezara. La verdad sí me sentía mal por ella, por cómo terminaron las cosas. Nunca quise herirla de esa forma o demostrarle desprecio. ¡Fui un idiota! Yo tenía compasión de ella, cuando Skyler no hizo más que engañarme por ocho jodidos años. Era irónico como las cosas terminaban sin siquiera empezar. Lo que tuve con Skyler fue un espejismo, una oscuridad de la que logré salir por medio de una luz familiar.
—Se hace tarde —afirmé y caminé al perchero.
La observé por el rabillo del ojo limpiar sus lágrimas y buscar un suéter de lana en el armario. Cuando regresó, llevaba el cabello recogido con un gorro, guantes de algodón cubriendo sus manos y unas botas que llegaban a sus rodillas. Saqué la camioneta del garaje y la observé subir. Ella no comentó nada en todo el camino hasta el consultorio del doctor. Entramos cuando la nevada arreció y permanecer afuera era congelante.
El consultorio del doctor seguía solo, por lo que su asistente nos marcó de la agenda y nos permitió la entrada. Un hombre de cabello negro, ojos grandes del color del café y una voz ronca, nos dio la bienvenida. Era la primera vez que asistía a uno de esos especialistas. Cuando Skyler se chequeaba, siempre iba sola. El lugar estaba pintado de blanco, con una línea azul a mitad de pared. Había una cama y un aparato, frente a un escritorio de caoba y un archivador de metal. El hombre se levantó y le sonrió a Skyler.
—Hola, Dr. Curtis —saludó con una mueca de incomodidad—. Él es mi esposo.
—¿Cómo esta, doctor?
—Muy bien, gracias. —Estrechó mi mano y nos invitó a sentarnos. En la pared del fondo tenía diplomas y algunos reconocimientos. Su consultorio era pequeño y claustrofóbico. Tenía imágenes de mujeres embarazadas, afiches médicos con relación a la gestación y todo lo que podíamos preguntar. El hombre colocó las manos sobre el historial clínico de uno de sus pacientes y nos miró a ambos—. ¿Qué los trae por acá?
—Skyler esta embarazada —solté de sopetón, sin anestesia. Justo después de la consulta, caí en cuenta que no la llamé mi esposa. La llamé por su nombre, como hacía mucho no sucedía, quizá desde que fuimos novios o prometidos. ¿Eso significaba algo?—. Queremos saber cómo esta el bebé, cuántas semanas tiene, si esta bien.
—Claro. —El doctor carraspeó la garganta, se levantó y arrastró un paraban que mantenía cerrado en la esquina—. Skyler, vamos a revisarte. Por favor, colócate la bata.
Ella se cambió detrás del paraban y salió envuelta en una bata azul. Skyler se sentó sobre la camilla y el doctor comenzó a preguntarle un par de cosas sobre su embarazado. Ella le respondió que se sintió bien las últimas semanas, aunque los vómitos matutinos eran un infierno. Él le aseguró que era muy normal. Llenó una hoja en blanco con las respuestas a sus preguntas, antes de encender la máquina a su lado.
—Recuéstate —demandó antes de aplicarle un líquido en su vientre y rodar un aparato sobre su piel. De inmediato apareció un punto blanco en la pantalla, del tamaño de un frijol. El doctor movió el aparato y presionó—. Felicidades. Estás embarazada.
Por un momento pensé que sería mentira, que era broma. No resultó como, en parte, quería que resultara. Sabía que debía sonreír, emocionarme, extasiarme de felicidad ante la idea de ser padre. Pensé que la sorpresa, la invasión de pronto a mi vida o la forma en la que llegó, provocó un malestar distinto al bonito sentimiento de la felicidad. No podía dejar de pensar en cada una de mis hipótesis, cuando el punto titilaba aún más.
—Eso que titila es su bebé. Es su corazón.
—¿Cuántas semanas tiene? —pregunté ansioso.
La duda me carcomía. Skyler carraspeó su garganta y frunció el ceño.
—Por el tamaño, diría que tiene cuatro semanas —reveló el doctor—. Es muy poco tiempo. Debes cuidarte para que nazca perfecto. Te daré indicaciones luego.
Cuatro semanas no encajaban en mis cuentas. ¿Skyler pensaba que era un idiota? Llevábamos más de un mes sin tener relaciones. ¿Cómo podía tener cuatro semanas de embarazo? El latido del corazón del bebé me sacó de pensamientos, mientras el doctor continuaba revisando algo que a mi parecer era demasiado pequeño para entender.
—¿Esta seguro que son cuatro semanas, doctor? —pregunté de nuevo.
—Muy seguro. —El doctor detuvo el movimiento del aparato y nos miró a ambos, con ese signo de interrogación en sus ojos—. ¿Sucede algo?
Estuve a un paso de contarle la verdad, de decirle que ese niño no podía ser mío. En su lugar, hice caso omiso a lo que mi mente pensaba y emití una sonrisa forzada.
—No, doctor —pronuncié—. Es que… esperaba que tuviera más semanas.
—Son las que tiene —afirmó una vez más.
Los siguientes minutos fueron un borrón de indicaciones médicas, medicamentos de todo tipo, desde hierro hasta vitaminas. Él aseguró que los primeros embarazos siempre tiene un alto riesgo, así que debía cuidarse mucho, y me aconsejó que la cuidara. Yo no supe si asentí o presté siquiera atención. El aire quemaba mi nariz y mi corazón no dejaba de latir de forma estrepitosa, por conocer esa verdad que comenzaba a tocar después de ocho años. ¿Podía estar más ciego?
Cuando ella se cambió de ropa y ropa y el doctor colocó las indicaciones en su mano, salí sin despedirme o detenerme a esperar. Eso que sentía arder en mi interior no era algo normal. ¿Acaso se podía sentir más odio? Si era sincero conmigo mismo, en realidad esperaba que ese niño ni fuera mío. No porque no pudiera amarlo por llevar mi sangre, sino porque no confiaba en Skyler, y la confianza es la base de toda relación.
Llegué a la camioneta y quité los seguros. La oleada de frío me enfrió por fuera, pero mi interior hervía como un volcán a punto de erupción. Sentí el calor de mi aliento brotar de mi boca, cuando Skyler se detuvo a mi lado, con la carpeta en sus manos enguantadas y una línea en sus labios. Ella no intentó tocarme ni acariciarme como siempre lo hacía cuando me molestaba con ella. Esa vez ella lo sintió tanto como yo.
—El doctor esta equivocado —alegó en su defensa—. Tengo seis semanas.
Giré y encaré sus ojos. Atisbé miedo en su iris, junto a una malicia que nunca antes noté en su mirada. ¿Me quité la venda? No lo sabía en ese instante. Las emociones me embriagaron, y ninguna de ellas era buena. Inserté la mano en mi bolsillo y extraje un billete de cincuenta. Volteé su mano y lo coloqué en el centro de su palma.
—Tengo cosas que hacer —articulé—. Pide un taxi de regreso.
Di media vuelta y subí a la camioneta. Encendí el motor, retrocedí y busqué esa verdad de la que hui por mucho tiempo. Quizá sí tenía una venda en los ojos y ese amor que sentía por Andrea me la quitó. Lo único en lo que podía pensar era en encontrar a Alaya en el hospital y dejar de sentirme así. Me enfermaba odiar de esa forma tan escalofriante. Temí de lo que podía hacer si continuaba sintiéndome así.
Aparqué en el estacionamiento, le envié un mensaje y caminé hasta la cafetería. No pedí nada. Me limité a sentarme y esperar a Alaya. El lugar no estaba tan atestado como pensé que lo estaría y apenas unas pocas mesas estaban ocupadas por los familiares de los pacientes y los doctores. Bajé la mirada a mis manos y observé el tic nervioso. Mi pierna subía y bajaba sin cesar, hasta que distinguí en la distancia el uniforme de Alaya.
Me levanté y la esperé junto a la mesa. Ella llevaba su cabello recogido en una coleta y el flequillo negro cubría su frente. Cuando estuvo lo bastante cerca, di una zancada a ella y la envolví en mis brazos. Ella soltó un sollozo al impactarme contra su cuerpo, segundos antes de rodear mi espalda y corresponder mi abrazo. Cerré los ojos e intenté tranquilizarme. Todo esfuerzo fue imposible. Nada me tranquilizaría.
—Hola, Ezra. —Se separó de mis brazos y se sentó frente a mí—. ¿Cómo estás?
—Ansioso. —Arrastré mi silla—. Alaya, por favor, cuéntame qué sucede.
Ella frotó su nariz con la mano derecha y frotó entre sus dedos.
—Es Skyler. Ella… —Paró y descansó el cuerpo en los brazos—. Empezaré diciendo que no quiero que mates a la mensajera. Sé que debí contarte antes, no esperar tanto, pero no era algo que me competía. ¿Lo entiendes? Por favor, dime si lo entiendes.
Deslicé mi brazo y toqué sus manos. Ella las unió y formó una bola. Mentiría si era necesario, aun cuando no le haría nada a Alaya por contarme una revelación que quizá me dolería escuchar, mas no causaría un dolor más agudo. No creí que podría sufrir más que al despedirme de Andrea o decidir entre dos personas que me encantaban. Peores cosas sucedieron después de conocer la verdad, en el rostro de alguien más y en la cama de una mentirosa. Una mentira no me mataría; de eso se encargó alguien más.
—No me molestaré contigo. Lo prometo.
Al quitar mis manos de las suyas, Alaya respiró profundo, con los ojos cerrados. Decirme lo que su hermana ocultaba, era romper esa unión de fraternidad que existía entre ellas. Alaya se convirtió en una traidora que deshonró la promesa que Skyler le hizo jurar. En cierta parte, entendía a Alaya. Existían promesas que no se podían cumplir. Conocía a perfección romper promesas y desencadenar tragedias por ello.
—No sé cómo vayas a tomar esto, pero… —Se detuvo, frotó sus palmas, cerró los ojos y soltó la verdad—. Skyler te esta engañando con otro hombre.

Sort:  

Aime, imagíname sentada en el trabajo, con el celular en la mano y respirando cada vez más fuerte. Imagina mi furia ante el descaro de Skyperra al decir que el médico se equivoca.
Imagina mi cara al leer "Una mentira no me mataría; de eso se encargaría alguien más". Imagina mis brincos de emoción al leer la última frase.

No tiene idea, señorita Yajure, de la cantidad de emociones y gestos que recorren a esta lectora loca cada vez que actualiza usted.

Te escribo esto conteniendo toda la emoción, o al menos hasta ahora....

¡Yajureeeeee! ¡Me encanta! Ya viene, ya viene, ya viene 😍
Me tocará curarle las heridas a Steven, pero disfrutaré de la golpiza que se aproxima, gracias ❤❤❤❤❤

Me encanta, me fascina, me emociona :3 estoy que brinco en un solo pie. Al fin se descubrirá todo, ya era hora ¡Dios mío!

Es que esa tipa se lo merece, me encanta que Ezra no sea tan pendejo como pensé que lo era. Y ella bien estúpida tratando de tapar el sol con un dedo por Dios, es que es bien zorra y ahora quiere arrimarle las consecuencias a alguien más. Hay que ver que Skyler es una artimaña, es una desgraciada para hacer semejante cosa y sobre todo tratándose de su propio hijo.

Pero bueno, el karma señores... El karma existe y a ella le va a pagar bien feo y no sabe como me sentaré en primera fila para verla sufrir.

Es un hermoso despertar leyendo este capítulo, sin dudas uno que promete :3 y yo ansiosa de leerte. Por lo menos ya el segundo tarro lleno de popo se ha abrieto y las mentiras salen a flote. Queda cada vez más poco para el final y tengo miedo :c miedo de como vaya a terminar.

Que nervios!!😬😱 Que buen capitulo Aime!!👏👏👏

Por fin por fin...que vea lo que es esa maldita en realidad...ahora entre las fechas y lo que le dice Alaya sabrá que no es su hijo.
Una tortura esperar a mañana pero muy emocionada de ver como Ezra despierta...

Oh oh oh hasta que skyperra resibira su dotacion de odio ya era hora pobre de mi Erza 😣

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Por finnn!!!!👏👏

Oh por Dios y empiezan las revelaciones, de a poco va cayendo la venda de los ojos!!!..pobre Ezra en el fondo no se merece tanto sufrimientos
esperemos el desenlace...
me comere las uñas mientras!!!..

Skyler supo mover sus fichas desde q logró casarse con Ezra pero con lo del embarazo, su hermana y Andrea, su castillo d mentiras se desestabilizó. Algún día tenía q pasar.

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