Capítulo 34 | Alma sacrificada [Parte 1]

in #spanish7 years ago

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Era la segunda vez que dejaba a Perla a cargo de la revista. Si continuaba de esa manera, tendría que añadirla al testamento o volverla accionaria. La vez pasada me ausenté para acompañar a Samantha a Oregón. Esa ocasión era algo muy diferente. Se trataba de asistir al recordatorio de Charles y Erika en Charleston. Me sentía mal de no haber asistido a su funeral, así que esperaba compensarlo con el recordatorio.

Solo tenía una noche para ponerme al día con todo en la revista, dejar las especificaciones para la edición de ese fin de semana y encomendar a las personas que se harían cargo de todo el proceso de edición e imprenta de ello, sin mencionar que debían enviarme todo digital a mi dispositivo para darles la aprobación; nada salía de ese edificio sin ser aprobado por la jefa de las jefas, y su mano derecha.
Perla no tuvo inconveniente en quedarse esa noche a verificar los escritos, las fotografías y tanto la gramática como la ortografía de cada artículo. De igual forma me aseguró que ella misma enviaría el bosquejo digital para la aprobación final y bajarlo a imprenta. No sé qué habría hecho sin perla en todo el tiempo que estuve ausente de la revista y lo que aún faltaba por suceder en ese oscuro futuro que la vida me deparaba.
Esa noche conduje como ama que llevaba el Diablo hasta el parqueadero del edifico, subí el ascensor y entré como un tornado al apartamento. Alisté la maleta de ruedas que me llevaría y organicé algunas facturas que debía pagar ese fin de semana. Ya había reservado el boleto en el avión del día siguiente en la mañana, y como solo eran dos horas de vuelo, debí estar tres horas antes en el aeropuerto para compensar en dinero.
Samantha llegó cuando terminaba de empacar mi valija de manos. Ella lucía su uniforme de bailarina —situación extraña en ella, considerando que no le gustaba que la vieran con él puesto fuera de la academia, pero que la hacía lucir tan hermosa como siempre—, junto a un bolso de manos que siempre llevaba consigo con las zapatillas, una botella de agua y una toalla de manos. Sam se detuvo en el umbral de la puerta.
—¿Cuál es el apuro, mamá? —preguntó al dejar el bolso en la cómoda.
—Debo tener todo listo esta noche, desde lo que sucede en la revista hasta el boleto del avión, y no tengo tiempo de ello. Lo bueno fue que ya empaqué y reservé el vuelo.
Ella caminó hasta la cama y se desplomó al lado de la inmensa maleta blanca. Tocó el material con sus nudillos y estudió el contenido de la misma. Samantha era idéntica a la niña traviesa que entraba a mi habitación y revolvía todas las cosas. No podía estar tranquila, debía saberlo todo, aun cuando lo que deseaba no era algo contable. Y allí estaba mi nena, con sus manos en mi maleta y la mirada en mí.
—¿Por cuánto tiempo te vas?
—Cuatro días máximos —respondí al colocar las manos en mi cintura.
—Pasan muchas cosas en cuatro días —replicó con su sonrisa diabólica—. No sé para que llevas tanta ropa, si es lo que menos necesitas con Nicholas.
—¡Samantha! —regañé al abrir los ojos y lanzarle una dura mirada.
Ella pestañeó dos veces y se desplomó sobre la maleta.
—Ay, mamá, por favor. ¿No me digas que no piensas en eso?
—Esta casado —aclaré de nuevo.
—¿Y? Tú lo viste primero, y es la segunda que digo esto.
Mi hija tenía razón. Si Nicholas era de la primera mujer que se ganó su corazón, entonces seguía siendo mío, pero así no funcionaba el mundo. Yo sabía que él estaba enamorado de su esposa, y mi intención no era alejarlo de ella. Lo amaba lo suficiente como para saber que llegué tarde y ese barco zarpó sin mí. Él tenía una esposa en casa que lo esperaba y amaba más de lo que alguien más lo haría, excepto yo, que lo amaba con cada fibra de su ser, cada gota de sangre en mis latidos y cada latido de mi corazón.
Le hice un movimiento con la mano para que se quitara de la maleta y así poder bajarla de la cama. Ella cruzó las piernas y soltó el moño en su cabello.
—Lo volverás a ver, mamá —continuó—. Cualquier cosa puede pasar.
—No lo que estás imaginando.
Samantha se levantó de la cama como un resorte y se detuvo frente a mí, con sus manos apretando las mías. Mi hija intentaba ser el cupido que necesitaba en ese momento, pero que no dejaría entrar en mi vida para que no causara más problemas. Suficiente tenía con la idea de revelarle a Nicholas sobre el bebé que perdí el año que él se cambió el nombre y nos alejamos para no volvernos a ver más.
Pensé sobre eso durante noches enteras, hasta que decidí que lo mejor era contarle sobre ese bebé. Nicholas merecía saber la verdad sobre ese niño que casi tuvimos y del que estaría sumamente orgulloso si solo hubiese nacido. La simple idea de recordarlo todo para contarle a él me provocaba un gran dolor, pero mi vaquero merecía saber la verdad, y la experiencia me había enseñado que nada bueno salía de guardarle secretos.
Samantha chasqueó sus dedos ante mí, al perderme en mis propios pensamientos.
—¿Y qué hay de un beso? —indagó—. Es algo simple, casi sin importancia.
—Repetiré esto solo una vez más: esta casado, Samantha.
—Eso lo sé, mamá, pero los accidentes ocurren.
Los ojos de Samantha se agrandaron al pronunciar la palabra accidente. En sus labios observé una sonrisa diabólica, seguida de un brillo en su mirada que me intimidaba. Mi hija se estaba convirtiendo en el propio cupido, excepto que ella tenía un tutu y pantimedias, en lugar de un arco y alas blancas de ángel.
—¿Accidentes? —repetí su palabra.
—Sí —afirmó—. Ya sabes, esos en los que tropiezas con los labios de alguien más.
—¿Estás intentando sonsacarme para que bese a un hombre casado?
—No, mamá. Intento decirte que Nicholas no ama a su esposa.
Samantha se desligó de mis manos y caminó de regreso a su habitación. Me dejó sembrada en el centro de la habitación, con la duda de lo que acababa de decir. La última vez que nos vimos sentí que quería mucho a su esposa o sabía fingir muy bien que era feliz. Si noté raro que se desahogara desea forma conmigo, cuando debió hacerlo con su esposa, pero no creí que tuviera problemas con ella o no la amara.
Además, eso que nosotros tuvimos no se comparaba a cinco años con su esposa y quien sabe cuántos de compromiso y noviazgo. Lo nuestro fue algo hermoso, eso nunca lo negaría, pero no llegó a lo que él tenía en ese momento. Estaba estabilizado con un trabajo, una casa y una esposa, como para desordenarle la vida con ideas de algo que nunca podría ser. Yo no iba a ser la espina en el corazón de ese matrimonio, solo por la simple satisfacción de saber que el corazón de ese vaquero seguía siendo mío.
Yo lo amaba tanto que dolía, pero causarle un dolor a él aumentaría mi incapacidad para dejarlo ir. Solo asistiría al recordatorio para escuchar las palabras de Alma, lo que sus padres dirían y lo que quizá Nicholas hablara, pero más allá no pensaba ir. De hecho ni siquiera planeaba quedarme en el rancho como él quería; buscaría otro lugar para no sentirme incómoda de compartir un espacio confinado con el hombre de mi pasado.
Eso sin mencionar que no sabía cómo reaccionaría Nicholas al contarle lo del bebé. Sabía que eso lo desgarraría por dentro de una forma increíble, pero al mismo tiempo lo haría preso de un pasado que cargué sola durante muchos años. No sabía si Nicholas quería tener hijos o esa era su ilusión, así que contarle algo tan delicado como una pérdida, quizá acabaría con todos los bonitos recuerdos que tenía sobre mí.
De igual forma, no pensaba quedarme con la duda sobre lo que Samantha pensaba, así que me encaminé a su habitación y la encontré ingiriendo un gran vaso de agua, al tiempo que se levantaba en puntillas y ejercitaba sus piernas. Samantha era todo un personaje, pero nunca mentía, y eso mismo fue lo que me condujo a pensar que quizá en parte tenía razón con relación a Nicholas; tal vez ella veía lo que yo no podía.
—¿A qué te refieres con eso de que Nicholas no ama a su esposa?
—¿Estás ciega, mamá? ¿Acaso no viste cómo te miró ese hombre? —Formuló dos preguntas que nunca me hice a mí misma. Estaba tan embobada con Nicholas después de tantos años, que no me detuve a pensar en ese reencuentro—. En sus ojos sigue el fuego del amor que alguna vez se tuvieron. Nadie mira a una mujer que no quiere, como Nicholas lo hizo contigo. Se le nota por encima de la ropa que sigue loco por ti.
—Estás… enloqueciendo —tartamudeé el regresar a la habitación y sentir sus pasos acercarse a mí y sus manos tirar de mi codo. Giré sobre mis talones y encaré su mirada; una que esperaba que todo eso fuese verdad—. Él no me ama, Samantha. Un amor no soporta doce años de ausencia, menos aun cuando hay otra persona en el medio. Él esta seguro de su esposa, y yo no tengo porque meterme en medio de su felicidad.
Ella soltó mi codo y me dejó ir. Samantha tenía la edad suficiente para entender que todo en la vida no era tan sencillo como ella pensaba que era. La vida siempre será dura, estará llena de dificultades, de bajones que te harán clavar la rodilla en tierra y de murallas que habrá que escalar para cruzar al otro lado. Me hubiese fascinado decirle que lo que ella pensaba era verdad, pero yo misma sabía que no era posible. Ese amor que decíamos tener, murió en el corazón de Nicholas la tarde que nos dijimos adiós.
Para Samantha, escuchar que eso no era posible, le provocaba un ruido en la cabeza.
—¿Y qué tal si no fuera feliz? —inquirió al cruzar los brazo—. ¿Lo intentarías?
—No lo sé.
—Averígualo, porque ese hombre sigue locamente enamorado de ti, y tú no lo ves.
Dicho eso, regresó al pasillo hacia la cocina. De nuevo me dejó llena de dudas sobre lo que pensé sucedía entre Ezra y yo. No lo vi —tal como ella decía—, que ese hombre me amara como años atrás, lo que colocaba en duda las palabras de mi hija. Y aunque me esforzara en creer que eso podía suceder, no quería destruirle la vida. Lo amaba suficiente como para desearle una eternidad de felicidad, no arruinarle la existencia.
Pero por otro lado estaba la parte sentimental que me susurraba que quizá eso era cierto. Y quería creer que en una zona recóndita de Ezra Wilde, aún quedaba un poco de ese amor que Nicholas Eastwood sintió por mí. Quería creer que eso no había terminado, que aún había oportunidad de ser felices, pero al elevar la mirada a la imagen que tenía ante mí, esas ilusiones y esperanzas se lanzaban de un despeñadero.
Me desplomé en la cama y froté la palma de las manos en los muslos. Cerré los ojos con fuerza e inhalé una bocanada de aire. Necesitaba llenarme de pensamientos positivos durante ese viaje, o terminaría lanzándome en alguna de las lápidas del cementerio a llorar como una desgraciada. Se suponía que ya no era la mujer que lloraba por todo, se dejaba pisotear por la vida o la que perdió todo y no pudo recuperarlo.
Se suponía que era un mujer fuerte, decidida y con una vida fabulosa; no la clase de persona que asiste a un homenaje a soltarle verdades al hombre de su pasado. En ese instante comencé a dudar sobre contarle o no la verdad a Ezra. Quizá con mis palabras pondría en cuestionamiento la felicidad que tenía con su esposa. No soportaría la presión de ser la espina en la pata del león; una espina de la que no se puede deshacer.
—¿Quieres que pida pizza? —gritó Samantha desde la sala.
Froté mis ojos y aclaré mi garganta.
—Sí —respondí.
Tuve los minutos que tardó la pizza en llegar, para colocarme al día con todo lo pendiente. Me deshice de esos malos pensamientos y me enfoqué en el trabajo. Perla me envió la revista digital y solo fueron mínimos detalles los que debía solucionar antes de bajar a imprenta. De todas formas le indiqué que en cuanto tuviera el bosquejo final, lo enviara de nuevo a mi dispositivo para revisarlo una vez más.
Media hora después, el cabello escarlata de Samantha se asomó por la puerta y me indicó que la pizza se enfriaría. Caminé descalza por todo el suelo hasta la cocina, donde Sam me esperaba con un triángulo de pizza sobre un plato de porcelana. Recordé que mi madre jamás me habría dejado comer algo como eso a su edad, pero la Andrea veinte años mayor, podía comer lo que le viniera en gana, cuando le diera la gana.
Observé a Samantha engullir el trozo de pizza como si llevara días sin comer. Cuando apenas llevaba dos triángulos en mi plato, ya Samantha se había comido la mitad de la pizza familiar. No sabía dónde le cabía tanta comida a un cuerpecito como ese. Estaba realmente famélica ante el grasoso pedazo de pan con salsa y queso ante ella. Me causó gracia verla comer de esa forma tan poco elegante y sin servilleta.
—¿Qué? —preguntó al notar cómo la miraba.
—Nada. Es solo que te extrañaré mucho. Ni siquiera puedo imaginar que en dos semanas estarás en otro continente —mascullé—. Me hace querer llorar.
—No me hagas esto, mamá —apeló al apretar mi mano—. No quiero lágrimas.
—No puedo prometerte eso. —Negué con la cabeza—. Pero sí quiero que me prometas algo a mí. Prométeme, con el corazón en la mano, que te portarás bien.
—Obvio, mamá. ¿Cuántas veces te he decepcionado? —Subió las cejas y mostró todos sus dientes en una sonrisa similar al Guasón de Batman—. Además, tengo que ensayar mucho para el musical y enfocarme en los preparativos para el viaje. Tengo tanto que hacer, que no tendré mucho tiempo libre para pensar en portarme mal.
Algo había en la sonrisa de Samantha que me indicaba que no era tan mansa paloma como ella creía que yo la veía. Esa niñita ocultaba algo debajo de las ondulaciones de su cabello, y como buena adolescente que alguna vez fui, supuse que se trataba de la misma personita que la mantenía despierta hasta altas horas de la noche, pagada a la pantalla del teléfono o con llamadas por largas horas, todos los días.
—Estás de muy buen humor. ¿Tiene algo que ver con Keith?
—¿Solo él puede hacerme feliz, mamá? —inquirió, al tiempo que cruzaba los brazos sobre la mesa y evitaba mi mirada, con una sonrisa en los labios—. La respuesta es sí, pero también tiene que ver con que al fin podré hacer lo que quiero. Sé que el paso que estoy dando será doloroso para muchos, pero es lo que amo hacer y al fin podré.
—Y me alegra saber que elegiste lo mejor. Si Keith te quiere, entenderá que es tu sueño el que vas a cumplir, y es por lo que has trabajado todos estos años.
—Sí —susurró con la mirada baja, justo antes de colocarse de pie y tirar de mí brazo para levantarme de la silla—. Pero bueno, usted debe dormir para amanecer lozana y fresca. No queremos que Nicholas piense que te estás envejeciendo.
—¡Oye! —protesté al ser arrastrada de regreso a la habitación—. No soy una niña.
—A dormir, jovencita —demandó con una penetrante mirada—. Son órdenes.
Trotó de regreso a la salida y cerró la puerta. Estaba perpleja ante las locuras de Samantha, aun cuando yo tampoco estaba del todo cuerda. Pero de todas maneras le hice caso a sus consejos, y tras bañarme, me sumí en un sueño profundo hasta la madrugada del día siguiente, cuando un hermoso sueño me despertó. Froté mis ojos y revisé la hora en el teléfono. Apenas rayaban las cinco de la mañana, cuando descendí de la cama y abrí la laptop para revisar informaciones pendientes de la revista.
Ajeno a un par de facturas de compras, todo marchaba sobre ruedas. Froté mis ojos y caminé por el oscuro pasillo hasta la cocina. Busqué un trozo de pastel de chocolate en el refrigerador y regresé a la cama. El azúcar era bueno a esa hora del día, mientras veía las noticias más recientes en un canal periodístico. Cuando las seis de la mañana sonaron en la alarma del teléfono de Samantha, escuché que se levantó a tropezones.
Permanecí en silencio, hasta que ella abrió la puerta y se arrastró hasta mi cama. Se desplomó a mi lado y sujetó mi cintura con uno de sus brazos. Recostó su cabeza en mi estómago y permitió que hiciera piojito en su cabeza, igual que cuando era niña. A veces sentía que Samantha no tenía veinte años y seguía siendo mi niña de ocho.
Apreté el cuerpo de mi hija al mío y sentí su corazón latir. Por momentos como esos, olvidaba todos los malos momentos y me enfocaba en lo que realmente importaba. Samantha era mi universo; uno que estaba próximo en desvanecerse a otra parte. Quería lo mejor para ella, pero esa distancia que nos separaría me consumiría por dentro. Ella era todo lo que tenía en ese momento, por lo que la despedida sería dolorosa.
—¿Me vas a extrañar? —inquirí al descender y besar la coronilla de su cabeza.
—Siempre lo hago.

Sort:  

Me imagino los ojos de Sam así ,solo imagínesela pelirroja y un poco el cabello ondulado , bueno así me la imagino yo que le dice a Andrea que se anime con Nicholas.
Gracias por actualizar.

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Sam puede ver lo que Nicholas siente...esa chica es genial. Una parte llena de melancolía me pareció. ..

Siempre me río bastante con las ocurrencias de Sam xD
Estoy segura de que si ella y Alma hubiesen convivido desde pequeñitas les habrían hecho pasar momentos bastante vergonzosos a Ezra y Andre 😂😂😂

Ansiosa por leer la siguiente parte 😍

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Como cuando me da por sentirme como Andrea con lo de la ida de Sam :'c amo a Sam y sus ocurrencias, yo Andrea le hago caso :v total sólo se vive una vez así que no hay nada que perder, que le coma la boca a Ezra accidentalmente :v Andrea no seas pendeja mija, aprovecha que el pobre está claro en que no hay mujer como tú y se quitó por los momentos a la garrapata de Skyler de encima. Cometelo, gozalo, besalo y disfrutalo esos 4 días.

Oh ya quiero saber del encuentro Andrea Erza💕

Tiene razón Sam Ezra la sigue amando con locura y Andrea sabe que debe aprovechar el tiempo con Ezra espero que se amén como siempre ya quiero el reencuentro 💖💗💗💗💗💗💞💕

Awwww hemocionada por su encuentro😍😘😘

Siempre las personas que están a nuestro lado son las primeras en darse cuenta de lo que nosotros no vemos, es el caso de Sam así como Alma también sabe que Nicholas esta enamorado todavía de Andrea. Ojala Sam no haga muchas travesuras mientras Andrea esta de "recordatorio" con Nicholas... que emoción.

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