¿Por qué dejar Medicina fue la mejor decisión de mi vida? Parte 1

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Si pudieras pensar en una carrera académica que todo el mundo mirara con cierta veneración y que generará una reacción positiva, seguramente Medicina sería tu primera opción. Y es que a rasgos generales, esta es la mejor carrera del mundo. La vida de un médico es sacrificada, es de gran valor intelectual y humano, pero sobretodo, es prestigiosa. Esta fue la carrera que hasta hace dos años, yo estudiaba. Y que abandoné luego de una de las decisiones morales y personales más fuertes de mi vida.

Todo empieza poco antes de mi graduación de bachillerato. Las señales siempre habían estado allí para mi, la indicación clara de que debía decantar por la carrera de prestigio, la "única que me daría un buen estilo de vida". Para una persona que vio a su familia reconstruirse desde cero al llegar a Puerto Ordaz, la idea de tener una vida estable era atractiva. Más para una persona influenciable y poco estable emocionalmente como lo era yo a los 16 años de edad. Uno de mis padres siempre fue muy vocal sobre su deseo de que estudiara medicina, mientras que el otro siempre me apoyó sobre mis elecciones más artísticas, más 'periodísticas'. Pero al final, la decisión fue simple: iba a hacer lo que el de carácter más fuerte quería de mí, que estudiara medicina.

Si bien puede parecer que es un reclamo, entiendo su punto de vista. Desde siempre se ha repetido de forma incansable que la medicina es la carrera de los dioses. Que es sacrificada, si, pero que es un gran honor, y que sobretodo, es una carrera estable. Para una persona 'turbonerd' declarada como yo, el estudiarla era un reto enorme. Pero lo que pocos saben es la promesa, y las palabras que me llevaron a elegir ese camino. El día de mi caravana de fin de bachillerato, la que en ese momento era mi compañera de armas (y de mangas, porque si, había un alma algo otaku) me preguntó qué haría. Para mi la elección fue clara: estudiaría los 7 años de carrera, me graduaría, entregaría mi titulo a mi padre y seguiría con mi vida. Si, ahora que lo leo con la madurez que viene con la edad, se que fue una gran estupidez.

La primera realidad de esto es que el tiempo no se repone. Y eso lo aprendí luego de años luchando con estudiar a media pasión. Veía a mis compañeros estudiar una carrera sacrificada, con esa llama en los ojos, ese amor por lo que hacían. Y yo no sentía lo mismo. Sus motivaciones eran muy diferentes a las mías desde el principio. ¿La de ellos? Salvar vidas. ¿La mía? Superar esta etapa y dedicarme a construir mi propia vida. Obviamente, el desgaste emocional y físico de tener que estudiar, trabajar y sostener esa gran mentira de 'amar la carrera' tomó muchas formas. Gastritis, dermatitis, insomnio, irritabilidad, migraña y sobre todas ellas, como un depredador, la ansiedad y depresión.

Cuando no estudias algo con pasión, se nota. Si bien el reto intelectual de aprender y conocer la mecánica del cuerpo humano, sus fallas y su hermosa complejidad es atractivo, no era suficiente para mi. ¿Dónde estaba la llama de búsqueda de conocimiento? ¿Dónde estaba el sueño completo de una vida llena de satisfacciones? Para mi, estaba muy alejada de lo que veía día a día en los pasillos de clase y en mis visitas al hospital. Sin duda, no era ni similar a lo que muchos a mi alrededor sentían. Y se notaba.

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¿Por qué me llevó tanto tiempo dejarla? Esta es una pregunta muy común. A decir verdad, no fue falta de intentos. Muy temprano me di cuenta que la única manera de permanecer en esta carrera era cambiar 100% quien era. Darle un giro de 180º a mi mente, dejar la vena artística de lado y dedicarme de lleno a lo intelectual y moralmente ambicioso. Y lo hice, parcialmente. Dejé de dibujar y escribir por gusto. Lo que antes era mi forma de liberar estrés, se convirtió en mi calvario. Solo tenía un diario ('Charlotte') donde escribía y dibujaba. Pero no era lo mismo, se sentía como un secreto, como una penitencia. Una especie de castigo a mi misma por dejar de hacer mis grandes pasiones por cumplir una meta que al final del día, no era mía.

Una vez lo dije a vox populi. Lo confié, lo confesé, esperando no se qué. En mi ingenuidad, esperaba quizá una ronda de aplausos imaginarios, un “gracias por intentarlo, ya te puedes ir”. La vida rara vez es tan fácil. O te da apoyo cuando te enfrentas a ti mismo. En especial cuando al final del día, sigues buscando aprobación en otros. Me encontré con un “ya no te puedes rendir” y “¿Por qué ahora?”, pero quizá el más fuerte -y ridículo de ellos- fue “A estas alturas, ya tienes que terminar”. Fue una de las cachetadas verbales más grandes que pude recibir. Pero lo hice, vi logica en eso. Después de todo ¿Qué eran un par de años más y unas cientos de trasnochadas adicionales?

Y luego vino el punto de quiebre. El 2014 fue un año de muchísimos cambios. Tanto personales, como sentimentales, pero sobretodo, morales. Durante mucho tiempo, vi la moral y la responsabilidad como algo que no era mío. Que era algo que le debía a otros. Que siempre sería responsabilidad mía cumplir con los demás, y que al final del día, era lo que se esperaba de mí. Y no fue intencional, mi cerebro estaba guiado a la complacencia. Siempre quería hacer feliz a otro, parte de lo que me hizo siempre trabajar en servicio al público.

Luego de muchos golpes emocionales, que me destruyeron completamente, me vi enfrentada a mi misma por primera vez. Estaba de frente con quien yo era: una persona insatisfecha, intelectualmente capaz de lograr la meta, pero sin motivación real para alcanzarla en primer lugar. Era la cáscara de un ser humano completo, diseñada por mi misma para ser solo una proyección de lo que los demás esperaban de mí. De cumplir por sobretodo, con lo que el mundo quería ver en mi reflejo. Y todo habría sido tolerable, de no encontrarme de frente con dos hechos que cambiaron mi vida.

El tener que recibir una noticia que causaría un daño irreparable en mi familia, y el que esta noticia llegara por mala praxis. Si bien el error médico que llevó a esa mala noticia fue completamente evitable, eso no hizo que mi motivación por ser un buen médico en el futuro aumentara en ese instante. Al contrario: me terminó de quitar el amor y respeto que le tenía. Porque me vi reflejada en ese profesional desmotivado, que había tomado la elección de ignorar el diagnóstico y mandar el tratamiento que acabó por desencadenar un proceso sin vuelta atrás. ¿Por qué debía yo perdonar a alguien que había errado tan garrafalmente? ¿Eso me iba a devolver lo que estaba perdiendo?

Más adelante, cuando la negación e ira habían pasado y la resignación se apoderó de mí, pensé en la mente de ese médico. Y me puse en sus zapatos. Si, era una persona humana que podía errar, pero si yo, un pichón de médico, pude ver el error, ese médico también pudo. Y en ese momento, mi sentido moral se puso por delante de todo. Decidí que nunca iba a ser esa persona, que nunca iba a poder tener en mis manos la decisión de si sentirme con ánimo para salir a tratar vidas ese día, o ir desmotivado o cansado y confundir historias para recetar incorrectamente. Así que cambié. Y vi Medicina como algo más que un reto, lo asumí como un estilo de vida que requeriría de mi vocación incondicional, de mi 100%.

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Luego todo se hizo cenizas. Porque tomar una decisión tan pivotal basada en algo tan fuerte y emocional es posible, si, pero solo si desde el primer momento estas comprometido completamente con la elección que tomas. Con el paso del tiempo, me di cuenta que seguir dando todo de mi por algo que no era mío no era un estilo de vida sostenible. Era una dieta yo-yo emocional. Las pesadillas, la sensación de ansiedad y de fracaso emocional seguían allí y eran más fuertes, estaban quemando desde adentro, haciendo que el mundo fuese mi enemigo. Así fue como en 2015, la decisión fue tomada de forma abrupta. ¿Iba a ser yo esta persona ansiosa, aterrada y poco satisfecha, o iba a hacer algo al respecto?

Las cosas que pasaron en el 2014 me demostraron lo que hoy acepto como realidades universales:

1. El mundo no esperará por mí para decidir, el seguirá girando.
2. La gente va y viene, y las cosas no dejarán de doler, solo serán aceptadas como hechos.
3. No necesito a nada ni a nadie que no quiera estar en mi vida.
4. La única persona de la que dependo es de mi misma.
5. Debo buscar estar satisfecha con mis elecciones, más que satisfacer a otros.

¿Por qué estas cinco cosas son importantes? Porque fueron las que me hicieron decir "No puedo ser una persona que no soy". Decidir dejar de estudiar algo que no me llenaba el alma de paz y orgullo fue lo mejor que pude hacer. No fue fácil. Y creo que nunca lo será. Es difícil expresar con palabras lo que se siente haber perdido años de mi vida, el sueño, las horas de descanso y el desgaste emocional de estudiar algo que no quería. No es el poder hacerlo, porque intelectualmente estudiar Medicina es un reto, pero no es algo imposible. Es más el querer hacerlo.

Cuando no hay amor por algo, enfrentas dos vertientes de acción: o cultivas ese amor (lo cual intenté muchas veces) o te rindes y terminas esa relación antes de herirte más. Para mi, terminar mi relación amor-odio con Medicina fue sanador. Aunque siempre seguirá el resentimiento por mi estupidez e ingenuidad,y por todo lo que me empujó a elegir Medicina antes que cualquier carrera artística o creativa que se ajustara más a mí, seguirá allí, ya no hay vuelta atrás.

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La principal causa de mi silencio o variable de respuesta a la pregunta de “¿Por qué dejaste Medicina?” es que no fue este el único factor que me llevó a dejarla. Fue simplemente el que más pesó en la balanza. Antes mencioné el tener que trabajar y estudiar. No es imposible, pero sí es agotador cuando no es allí donde quieres estar. Si está la motivación por hacerlo porque quieres graduarte para llevar una bata blanca, es un paso más. Si no, es un calvario. Es un gasto enorme de energía y dinero estudiar esa carrera. Uno que no se enfrentó como se debía por factores que no está en mi mencionar. Esa es una responsabilidad que no pesa sobre mis hombros. Y la ansiedad jugó un rol vital. Los ataques y el temor constante fueron también parte de porqué elegí irme.

Quizá la parte más difícil será siempre el perdonarme a mi misma por mi ingenuidad. Fue mi responsabilidad al 100% entrar en esta carrera. Si, me guiaron hacia esta elección. Hubo manipulación y me atrevo a decir que hasta coerción para elegir estudiar Medicina. Pero también hubo un interés por mi bienestar. ¿Mal enfocado? Si, por supuesto. Pero había amor detrás de esa elección. Y aun estoy muy lejos de perdonarme a mí, y a todo lo que me llevó a estudiar esto, y a el posterior abandono de la carrera.

Pero soy feliz por primera vez en muchos años. Estoy en el lugar donde quiero estar. Tengo la carrera que siempre fue para mi, pero para la que quizá no estaba preparada. El mercadeo y la publicidad siempre estuvieron allí para mi, en múltiples formas y hoy por hoy sé que es donde debí estar siempre. Me ha llevado a conocerme a mi misma como nunca lo había hecho. Pero sobretodo, a liberarme de cargas pesadas a través de la acción. Hoy, soy quien quiero. Y si bien hay una parte de mi que se arrepiente de la elección original de estudiar Medicina, hoy se que no sería la persona que soy sin toda esa experiencia en mi sistema.

¿Cómo cambió mi vida por estudiar Medicina y por qué abandonarla fue lo mejor? Pues eso es algo que podremos hablar otro día. Hoy, voy a respirar. Porque poder hacerlo sin la presión de un peso que no es mio, es parte de la liberación que siento al poder decir a voz en grito "¡Ya no estudio Medicina!" sin sentir vergüenza.

-A.