Sabina: el enigma de una guerrera. (Novela: 9).

in #spanish7 years ago

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• Ada trabajando en una editorial en París, busca a su dragón y no a su príncipe.

Hay que reconocer que Ada tiene talento y dotes artísticas. A juzgar por los pequeños trazos que lleva realizando desde varias horas en las hojas que tiene enfrente de su escritorio. La postura de la cabeza, mirando continuamente hacia abajo, hace pensar, sin que esa sea la pretensión de ella, a su superior, que está revisando los manuscritos que se le ha encomendado.

Ella, abstraída en esa tarea genuina de realizar una serie de bocetos sobre ideas hasta cierto punto vagas, hace pensar que estamos frente a un Rembrandt que le dio más peso a los dibujos que a sus pinturas. Al menos la academia del arte así lo enseña en las facultades relacionadas con las áreas de artes, particularmente dibujo. Ella, solo dibuja, no pretende emular a nadie, menos a Rembrandt.

Dibujar es lo que más le gusta de su trabajo, aunque irónicamente ese no es precisamente su labor en el lugar en el que se encuentra. Su obligación como empleada de la editorial es revisar los manuscritos de algunos aspirantes a escritores. Si tiene tiempo de dibujar es porque las lecturas son pocas, la editorial atraviesa por una crisis por una actitud suicida.

Los responsables y dueños de la editorial “Mot Écrit”, se niegan precisamente, como el propio sello lo advierte, pasar a un proceso de actualización. No quieren integrarse a la nueva dinámica editorial en el enfoque de la virtualización y mucho menos a adaptarse a las nuevas tendencias mercadológicas. La editorial está pasando por una metamorfosis de librería antigua.

Pocos libros se editan y publican. Viven de la creciente deuda y de la nostalgia literaria del siglo pasado, cuando había excelente literatura, afirman. Y Ada se encuentra en ese mundo. Ello lo escogió, por dos razones: primero, quería vivir en París y dejar España; segundo, quería un trabajo que le quitara las preocupaciones “mundanas”.

Aunque con ciertas carencias, amaba estar en París, sobre todo en la época de verano. En esa estación del año, París le parecía en todo su esplendor como un escenario digno de un cuento de hadas. Y ella se veía como una princesa. Por eso vivía y aceptaba la condición de vida en la que estaba. Porque era una princesa. Eso sí, una princesa distinta a las demás.

Ella, Ada, tenía que encontrar, no a un príncipe, no le interesaba en lo más mínimo. Ella deseaba simplemente encontrar a su dragón. Le parecía más estimulante, apasionante, creativo, versátil, genuino, corpóreo; que un príncipe. Estos últimos para ella eran la representación de la falsedad, de lo insulso. Por ello es que en sus bocetos se observa de manera constante el contorno de dragones.

Sentía que conforme pasaba el tiempo, se acercaba el momento de encontrarse con “su dragón” de manera inevitable. Los bocetos eran una confirmación constante de su fe en ello. Cuando eso sucediera, ella sí, sería la mujer más feliz del mundo y no sería parte de una muletilla o frase. Por lo pronto, tenía que esperar. Y sobre todo, pese a sus reticencias, revisar el manuscrito que tenía pendiente.

Ya lo había hojeado superficialmente y, como correctora de estilo, le parecía un libro “del montón”, esos libros en cuyas historias insistentemente el escritor acuña palabras como “enigma”, “conspiración”, “secretos”, “templarios”, “Vaticano”; y muchas más por el estilo. Estaba consiente que eso “es lo que leen ahora”. Le parecían como los príncipes y no dragones de la literatura.

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