Sabina: el enigma de una guerrera. (Novela: 10).

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• Sebastián envía de nuevo una carta a Soledad. Toca un tema de suicidio.

Deambulando por la ciudad de París, envuelto en esa intencional miseria, por parte del “aspirante a escritor”, Sebastián decide por fin, redactar esa carta que desde hace tiempo se ha venido planteando. Esa decisión concluyente fue más por sentir una necesidad de aferrarse a algo y solapar su cobardía. Sebastián toda su vida fue cobarde. O al menos eso desarrolló en su personalidad.

Así es, él fue, es y será cobarde. Y eso es así por una comodidad existencial. Jamás ha querido asumir la responsabilidad de su vida. No ha entendido que todo ser humano inevitablemente viene a trascender. Él vive en constante temor por la vida misma, cuando ella es lo más hermoso que existe. Lo más patético, y él lo sabe, no solamente yo, el narrador omnisciente, que tiene talento.

Se encuentra por enésima vez, caminando por las calles de una ciudad que, a pesar de vivir ya tanto tiempo en ella, le resulta ajena. Camina muerto en vida. Niega la posibilidad de admirar la belleza arquitectónica de la ciudad. Es capaz de ello, lo sé yo que soy el creador de este y el resto de los personajes de esta hipotética novela, y lo sabe él mismo.

Insiste en no ver la “ciudad de la luz” sino perseguir su propia sombra. Les confesaré algo. Esta parte del personaje se me está saliendo de control, es decir, no sé si esa tenacidad por demeritarse como ser humano y como posible escritor, Sebastián lo esté desarrollando como un personaje (dentro del personaje que estoy desarrollando en la novela), y me resulta frustrante.

Sebastián camina, le da un sorbo al café y decide detenerse para escribir una carta a Soledad en donde le intenta avisar que así como acaba de detener su caminar, desea hacerlo con la vida. Como leerán en la carta que le enviará a su “entrañable amiga”, es todo lo contrario a un ser humano suicida; más bien corresponde a un espíritu que busca trascender.

Bien, empiezo a redactar la carta de Sebastián pues soy además del narrador omnisciente, el autor de esta intención de novela. Se ha instalado nuestro amigo Sebastián en una mesa en un café, ha sacado su pequeño cuaderno y su estilográfica. Se mece la barba. Piensa. Espera que “la musa llegue”. En eso está cuando yo, el escritor de esta trama, toma un sorbo de café frente a la máquina de escribir.

Mi entrañable amiga Soledad. En este tiempo en que la vida me ha honrado con acompañarme, he descubierto que esta es precisamente un instante fugaz. Lo único que importa en ella es el amor fraternal que como seres humanos, somos capaces de ofrecer. Esa es la vida. Estoy consciente de ello, debería sentirme satisfecho porque desde mi punto de vista, eso he hecho en mi vida y sin embargo, me siento vacío.

Y qué decir de mi proyecto de escribir una novela. Se habrá dado cuenta que le envié una carpeta con 500 hojas en blanco. Me conoce y sabe que no lo hice con la intención de burlarme; en realidad es que me avergüenza mi novela. Por eso he decidido que ambas nos vamos a suicidar. Quemaré el manuscrito original que tengo guardado en un café de París. Y después, dejaré de vivir. Aun no sé cómo.

Hasta en eso soy cobarde mi querida amiga. O más bien torpe. Quien decide emprender un proyecto lo hace teniendo claridad de ello. Y ni tengo claro el cómo me voy a suicidar. ¿Por qué le escribo esta carta? Para que me detenga. Así es, para variar, no soy capaz de matarme. Amo tanto la vida mas no la mía. Ese es el problema. Amiga mía, me apena que lea estas líneas siendo una exquisita y fina mujer. Mi torpeza ensucia su elegancia.