Escuchando la soledad.

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Desde hace ya bastante tiempo, (es una sensación que tiene), que él se ha separado de la medición de cronos. Se deja llevar por el instinto que tiene como ser humano. Se ha vuelto para sí mismo, un incansable promotor de hacer las cosas sin pensar, solo hacerlas por el placer de disfrutarlo. Se desapega de todo compromiso. Sutilmente se va aislando.

El pasaporte y visado es el escribir unas páginas de su novela. Su estancia en la Isla de la escritura es por ende, placentera. El único rigor que tiene es, al despertarse, tomarse una taza de café. Lo hace sin prisas, como esperando sin presionarse, la llegada de las musas, que son quienes le acompañan. Mientras tanto, se dedica a escuchar el murmullo del silencio.

Cuando llega el momento prudente, que puede ser incluso, antes de que se le acabe el café, se sienta frente a su máquina de escribir y empieza a teclear. Van plasmándose las letras necesarias, formando las palabras pertinentes para una posible historia que contar. Los párrafos van ensamblando historias que se van organizando en páginas. Cuando llega el momento oportuno, él se levanta.

Sigue su vida, sin esperar nada; solo hace las cosas que le dictan su instinto. Siempre acompañado de una enésima taza de café. A veces, durante todo el día, más que una enésima taza de café, suele ser la misma que sostiene todo el día. No bebe, solo huele. Llega la noche estrellada y observa ese cosmos lleno de bellos colores y formas, para él es una especie de galería.

Llega el momento de dormir, se acuesta en su cama y agradece a Dios por un día más de vida. A sido inmensamente feliz. La calma es la bandera que le da soberanía a su Isla de la escritura. Vivirá así hasta el fin de su vida. En su rostro se reflejará el estado de paz en el que vivió mucho tiempo.