Alusiones pertinentes, verdades absolutas.

Hablan de izquierda, derecha, centro, abajo, arriba, extremo…, como si de modos indicativos se tratara y no de un escenario político. Reunidos en un café, día a día conversan sobre este tema tan espinoso en donde las pasiones son tan intensas que llega uno a pensar que hablan de un partido de futbol. Vaya sorpresa enterarse, al aguzar el oído, que se está hablando de política.

En esas conversaciones se diluyen como las enésimas tazas de café, palabras infinitas que buscan sostener argumentos válidos sobre una idea política. Se van dispersando algunas alusiones pertinentes. Todos ganan, todos pierden; no en sus convicciones políticas que tienen la misma naturaleza: una incertidumbre cierta de que la democracia solo legitima puestos políticos.

La única verdad absoluta es que quienes deben de estar activos en la verdadera vida política son los filósofos. En el café, se encuentra uno. A él solo le preocupa algo más trascendental: dejarse crecer la barba. Tal es su desapego por la vida cotidiana (porque la política también lo es: en el mejor sentido de la palabra); que su quehacer filosófico consiste solamente en ello, ser testigo fiel de su barba.

Esta representa un símbolo que le da una trascendencia figurativa al filósofo. Proyecta una sensación de sabiduría. Y es que también él ha sido presa, en esta vida mundana llena de artificios, de preocuparse por aparentar. Su barba lo hace ser más “intelectual”, aunque lo único que aporta es nada. Porque los cafés que toma todos los días, por ser cliente frecuente y tener un filósofo en el lugar, son gratis.

Por eso creo como mesero que soy, que lo único que tiene razón de ser aquí, en el café; es mi servicio. La política y la filosofía son meros actos teatrales vacíos de intensidad. Es un guion insulso, que solo proyecta lo que la gente quiere: no pensar.