Psicología Naturalista y el Racionalismo Como Expresión Filosófica.

in #spanish6 years ago (edited)

hemos de examinar, cuál es la conexión exacta que hay entre la psicología naturalista y la sociología practicada por Schütz en su ensayo The Stranger y el nihilismo generalizado que preside la época que está viviendo Gurwitsch. O dicho de un modo más exacto, lo que ahora hemos de poner en claro es por qué dice Gurwitsch que la psicología naturalista y la sociología formal son dos manifestaciones del nihilismo de su época. Si nihilismo significa la quiebra de la razón y sus ideales, ¿cómo puede ser que dos ciencias, representaciones eminentes, en tanto que ciencias, del sistema de la razón, se conviertan en encarnaciones de su quiebra.

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Hola amigos como están es un gusto saludarles nuevamente, gracias por estar aquí en mi articulo, no te pierdas ninguna de estas lineas te prometo que te gustaran y prometo cada vez hacer mas artículos interesantes, sino me conocías, mi nombre es Roberto Garcia, hoy hablaremos de Filosofía y Psicología, te invito a ver mis otros articulos, escribo de todo, tendrás material suficiente para entretenerte.

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Para desentrañar este enigma de la psicología nacionalista y la sociología formal debemos empezar por recordar la doctrina dominante en el ámbito filosófico antes de la llegada del nihilismo: el racionalismo. El racionalismo, entendido en un sentido amplio como el nervio fundamental de la tradición filosófica desde sus inicios hasta la segunda mitad el siglo XIX, parte, según Gurwitsch, de una distinción esencial: la diferenciación entre doxa y episteme. Esta distinción se había revelado siempre como fundamental a la hora de enfrentar un problema que está en la raíz de la constitución del propio discurso filosófico en Grecia: el relativismo. Solo diferenciando la vía de la opinión de la vía de la verdad era posible establecer la idea de verdad misma, la idea de que no era posible mantener que dos tesis contrarias fueran simultáneamente verdaderas o que principios completamente opuestos en la regulación de nuestras acciones fueran tenidos por igualmente correctos.

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Ahora bien, para establecer la distinción, afirma Gurwitsch utilizando ya un lenguaje del racionalismo moderno, “se tiene que empezar no por el hombre, sino por el hecho de que existe la verdad (también Gurwitsch habla en otros fragmentos de la justicia): una, constante y universal...

La verdad es un sistema racional, el sistema de la razón, cualquiera que sea el modo en el que lo concibamos. Semejante sistema racional no depende de los deseos humanos... Es el mismo para todos los hombres.

Esto significa que cualquiera que busca la verdad ha de adaptar sus pensamientos a este sistema racional”

Del texto anterior quisiera resaltar la idea que a mi entender es capital en la concepción racionalista de la verdad o la justicia, por lo menos tal y como la entiende Gurwitsch. Y esa idea es que la verdad o la justicia, o cualquier otro elemento que pertenece al sistema de la razón, no es algo que tiene que ver con el humano en tanto que ser fácticamente constituido, sino que pertenece a una esfera a la que el citado humano puede acceder pero de cuya configuración última no es responsable. Es decir, una verdad matemática o una regla moral son lo que son con independencia de que el hombre tenga unos instintos determinados, esté configurado corporalmente de una forma u otra o crezca en uno u otro entorno social. Porque si la verdad o la norma moral dependieran de la estructura psicofisiológica del ser humano o de su configuración genética, como se repite hoy con cierta insistencia, eso querría decir que cualquier variación en semejante configuración significaría, correlativamente, una variación dentro de aquello que tenemos por verdadero o por moral.

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Si la verdad o la justicia se hicieran depender exclusivamente de la construcción social. Habría tantas verdades e ideas de lo bueno o lo justo como sistemas sociales. ***“Aunque el hombre es un animal y, por lo tanto, está sujeto a las necesidades vitales y a los impulsos,*** se lo concibe como orientándose a sí mismo hacia el universo eterno de la razón que permanece siempre igual. De aquí procede aquella dualidad intrínseca, aquella tensión que parece ser el destino de la existencia humana.” En efecto, para el racionalismo el ser humano es un ser contingente, finito, constituido fácticamente de una determinada forma. Es decir, que al igual que otros seres, ya sean estos animales o plantas o cualquier otro tipo de entidad que podamos imaginar, tiene su particular constitución. Pero junto a ello, y a veces en contradicción con ello, se encuentra esa apertura hacia lo que Gurwitsch ha calificado como “el universo eterno de la razón que permanece siempre igual”.

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El hombre es partícipe del universo no gracias a su constitución fáctica, sino en virtud de su dimensión racional. En definitiva, por su carácter racional el humano trasciende el mundo finito de su animalidad, que representa ahora su ser contingente, y alcanza el ámbito de lo infinito. Es decir, se pone en contacto, expresado platónicamente, con el reino de las ideas, de la verdad, la belleza, el bien, la justicia, etc, ideas que son universales, válidas en todo tiempo y lugar, y que marcan las legalidades a las que debe someterse si quiere alcanzar una vida regida por la razón.

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La idea racionalista es imperante en la filosofía desde su nacimiento hasta la segunda mitad del siglo XIX. En ese momento, sin embargo, comienza a hacerse más y más patente el escepticismo con respecto a la concepción dualista del ser humano defendida por el racionalismo, cobrando cada vez mayor fuerza la tesis de que la totalidad de lo humano puede y debe explicarse exclusivamente desde el plano de la vitalidad, de la animalidad. En efecto, el ser humano es ahora entendido también como un animal dotado de razón; pero si en la ecuación entre animalidad y racionalidad se enfatizaba antes el lado racional, considerándolo como un elemento singular e irreductible a la animalidad que, además, hacía del hombre el ente peculiar que es, ahora lo racional pasa a tener un carácter subalterno con respecto a la animalidad.

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La razón queda, así, reducida a una función de la vitalidad humana, a un instrumento generado en virtud de la adaptación al medio. Desde esta nueva concepción de lo humano, las ideas, las convicciones, las creencias no son diferentes a cualquier reacción corporal que un animal genera con el fin de ajustarse a su entorno. Es decir, creencias, ideas, convicciones, etc. no son juzgadas exclusivamente en función de su contenido, de su objetividad, sino que éste es sancionado porque resulta o resultó adecuado en la estrategia adaptativa de los humanos en un momento o coyuntura determinados. Por este motivo se descalifica a la razón racionalista y a sus ideas de justicia o verdad con el calificativo de “abstractas”, queriendo decir con ello que son ajenas a los intereses concretos de la vida humana. Puestas así las cosas, si el ser humano es un animal que, como cualquier otro, lo que hace es reaccionar y procurarse el mejor acomodo posible al medio en el que vive, es decir, adaptarse a él, eso sí, con un tipo de armas muy peculiares, las armas de la razón

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