El codigo del sexo

in #sex6 years ago

Todas las mujeres saben lo que quieren los hombres y ellos lo tienen muy claro, pero muy pocos lo consiguen. Éste es el mejor, el más completo y único manual de seducción publicado en español. Las estrategias, los métodos probados, las técnicas listas para sacar y usar: rutinas de valor, de romance, de cierre... Sex Code es una guía minuciosa y práctica que enseña paso a paso cómo seducir a cualquier mujer.
A lo largo de sus páginas se desvelan los principios, consejos, técnicas y planteamientos capaces de enseñar a cualquier hombre, sin importar su condición económica o aspecto físico, para que pueda inspirar los más irresistibles e irrefrenables deseos de las mujeres más atractivas y hermosas.

EL DÍA QUE TOQUÉ FONDO: LA HISTORIA DE MARTA

Por un momento, me sentí casi satisfecho.

La habitación estaba hecha un desastre. Había velas consumidas, un cenicero volcado, botellas vacías y un montón de cds desparramados por el escritorio. El sol, que empezaba a enseñar los dientes, se colaba por las rendijas de la persiana cerrada. Quedaba poco para que el verano se pusiera a reclamar lo que era suyo.
Normalmente no fumo, pero la noche anterior había sido una excepción. Decidí que aquel día también iba a serlo, así que saqué un cigarrillo del paquete que había sobre la mesilla, lo encendí y le di una larga calada.
Con el humo, me invadió una extraña sensación de triunfo. Era como si algo en aquel la paz vampírica me hiciese sentirme más auténtico, más libre, más especial, más... ¿Me atrevería a decir más hombre?
En medio de aquel desastre, me costaba identificar qué era. En principio, no parecía haber nada mágico en los condones que salpicaban el cuarto aquí y allá, ni en las prendas de ropa que adornaban el suelo, las sillas o el marco de la ventana. Pero hubiese jurado que había algo en todo aquel lo que me gustaba. Y, más allá de toda duda, la botella de güisqui a mi derecha y la silueta femenina que yacía a mi izquierda también contribuían a hacerme sentir importante.
Por supuesto, siempre podía adoptar una actitud fría y concluir que, sencillamente, una interminable noche de sexo había liberado en mi cerebro suficientes endorfinas como para animar a un elefante. Especialmente tras una mala racha de varios meses, durante la cual no había echado un solo polvo.

¿Habría, por fin, terminado la mala racha?

Entonces Marta despertó. Y sus primeras palabras tuvieron el efecto de una sacudida eléctrica, devolviéndome de inmediato a la realidad . Una de la que llevaba huyendo durante años y que quería olvidar a toda costa.
En un intento desesperado por anular mi conciencia y, con ella, lo que estaba empezando a sentir, apagué el cigarrillo, puse a Marta boca abajo y le bajé las braguitas justo por debajo de las nalgas. Ella aceptó mis maniobras con total sumisión, lo cual no tardó en excitarme de nuevo. Me enfundé un preservativo y empecé a penetrarla.
Una vez más, había logrado olvidar muchas cosas. Entre ellas, algunos de mis principios. Algo que, siempre que pudiera mantener a la realidad a raya, tampoco importaba demasiado. Y alejar la realidad era, precisamente, un cometido que la lujuria del momento parecía satisfacer bastante bien.

Pero todo acaba.

Y aquel lo también lo hizo. Acababa de eyacular y estaba haciendo un nudo en el preservativo. Tenía una sensación extraña en la boca.

—¿Cuáles son tus planes? —preguntó ella.
—No lo sé —respondí—. Creo que igual me voy de esta ciudad.

Aunque no estuviese planeando hacerlo, aquel la hubiese sido una buen a respuesta igualmente.

—Bueno —concluyó—. Si pasas por aquí, ya sabes dónde estoy.

Aunque a simple vista parecía una chica del montón, Marta se diferenciaba de las demás. No era como las otras treinta que meses antes no habían querido quedar conmigo.

Marta era otra cosa.

En ese momento recobré la conciencia de ello. Y las endorfinas de cien mil elefantes no bastarían ya para sustraerme de que...

—Son ciento veinte euros... —dijo.
Había pagado por follar. Una vez más.
Algo que, en condiciones normales, me había jurado no volver a hacer.

Pero mis condiciones distaban mucho de ser normales. Yo estaba desesperado. Desesperado sexual, emocionalmente. Y lo estaba hasta tal punto que había besado apasionadamente a Marta una y otra vez. Incluso había logrado olvidarme de lo mal que fingía.
Ahora, en su forma de hablarme y de mirarme, no había nada similar al amor o la atracción. Y, aunque intentaba ir de amiga cómplice, sabía que en el fondo me despreciaba. Como despreciaba a la mayoría de sus clientes.

Curioso, ¿no?

Ya desde la primera frase que cruzamos, desde su primera mueca de asco, me había estado preguntando si sería capaz de pagar por su desprecio.
Y ahora, mientras yacía a su lado, me percaté de que esta era ya la segunda vez que me demostraba a mí mismo que era más que capaz de hacerlo.
Por supuesto, ignoraba la oscura causa de la repulsión que causaba en las mujeres que me atraían sexualmente. Pero conocía perfectamente lo que me había llevado a gastarme los ahorros en los gemidos pésimamente fingidos de Marta y otras prostitutas tantas veces: mi baja autoestima.

Había que reconocerlo. No había nada altruista en mi comportamiento.

No tenía nada que ver con un instinto caritativo que me llevase a dejarme el sueldo en las putas más tiradas del país. Nada de eso.

Tenía que afrontarlo. Aquello lo hacía por desesperación pura y dura.

Sencillamente había ido descendiendo hasta los peldaños más bajos de la existencia. Aquellos en los que seres humanos se debaten entre sus escrúpulos y su deseo de sentirse amados o deseados.

En otras palabras, había tocado fondo.

UNA DECISIÓN

No recuerdo si fue en ese preciso instante o en alguno de los días que, a continuación y como espesos nubarrones grises, se fueron sucediendo. Lo que está claro es que en un momento dado mi espontáneo comentario sobre dejar la ciudad debió de transformarse en una decisión auténtica y real. Una decisión que alteraría mi vida para siempre.
Iba a cambiar mi suerte con las mujeres. O a dejar los mejores años de mi juventud en el intento.

EL CAMBIO

Algunas semanas después, justo el día de mi cumpleaños, mis pensamientos se agitaban tanto como el barco que me alejaba de mi pasado. Mientras aquel se abría paso por un mar inquieto, rumbo a la isla exótica donde prestaría mis servicios como animador turístico, yo trataba de abrirme paso por una imaginación poblada de miedos y fantasmas.
Había partido en busca del Dorado, del conocimiento que tanto anhelaba. No tenía ni idea de lo que hacía responder sexualmente a las mujeres, pero sí tenía una cosa clara: si había algo que pudiese ser aprendido al respecto, yo iba a hacerlo. Este fue, pues, el primero de mis numerosos viajes y el inicio de una larga y excitante aventura. Una aventura que me llevaría a adquirir la perspectiva y las ideas que ahora pretendo compartir contigo.

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