Episodio 2: El control es una ilusión
Me dispuse a escuchar “el momento”. Eso a lo que ella llama el quiebre de vida que la despertó.
“Las super woman controlamos todo alrededor. Una mujer 4x4, líder, ocupada y decidida es también muy previsiva. En el afán de controlarlo todo nos aseguramos de que cualquier riesgo ya haya sido medido y atendido.
Cuando mis hijos se enfermaban los llevaba al pediatra a la aparición del primer síntoma. Esto me evitaba perder días atendiendo síntomas que empeoraban y me permitía ahorrar dolores y malestares. Por supuesto, contaba con una buena póliza de seguros ante cualquier imprevisto.
Lucy tuvo fiebre y la llevé al amanecer del día siguiente. El diagnóstico fue amigdalitis. A los 3 años la seguía amamantando, quizás era hora de irlo dejando, pensé.
Antibióticos, antipiréticos, pasaban los días y no había mejoría del apetito y desánimo.
Era cada vez más cuesta arriba alimentarla. Decía que le dolía la pancita y se negaba a otro bocado. Pequeños bocados espaciados me permitían mantenerla hidratada. Preocupada y convencida de que algo estaba mal, a la semana la llevé a otro pediatra. Nunca antes me pasó algo igual.
- Gastritis secundaria por la ingesta de antibióticos.
Al tratamiento anterior se sumaron protectores estomacales. A la siguiente semana la llevé a otro lugar. En la emergencia pediátrica solo había un doctor de turno, oncólogo pediatra. Supuse que dada la especialidad, nada se escaparía.
- ¿Esta es su única hija?
- No. El mayor, Lou, tiene 5.
- Me parece que está muy nerviosa. Aumentaremos la dosis del protector estomacal, mantenga la dieta que le mandaron y cálmese un poco.
El “cálmese un poco” me sonó despectivo. Ya me lo había dicho su pediatra de cabecera por lo que empecé a cuestionarme.
- ¿Doctor por qué no hacen un eco?
- No tenemos motivos para radiarla. - Dijo con una sonrisa burlona.
De nuevo, el “cálmese un poco”.
- Lo que estás haciendo es gastar dinero, ella estará bien.
Con la sentencia del pediatra y del padre de la niña elegí aquello de “fundamentar juicios” que recién estaba aprendiendo en coaching. Si yo estaba loca, o la niña me estaba manipulando, que lo dictaminen los expertos. «Me interno» pensé.
Pedí dos citas. Una con un gastroenterólogo pediatra especialista recomendado por su pediatra de cabecera. La otra con una psicólogo de niños. Después de eso llegaríamos a la verdad. Todas mis alarmas decían «algo no está bien».
Ya ningún analgésico la calmaba.
Mi mente ya no estaba tranquila sin ella a mi lado.
Tendríamos la cita (ambas) el martes, por lo que ese lunes la mandé al colegio. Me escribió la maestra muy preocupada que como yo venía percibiendo que algo estaba mal para contarme que la niña tuvo un episodio de vómito en medio de la cancha mientras hacían educación física que fue atendido por su hermano, con amor la contuvo y le dio agua. Me sentí orgullosa de que entre mis hijos existieran esos gestos amorosos. Le dije a la maestra lo que haría al día siguiente.
Esa noche no pudimos dormir. El dolor no la dejaba. Daba vueltas y vueltas quejándose a pesar de los analgésicos que le recetaron. Le sobé su pancita con crema de azahares cada tanto, hasta que al amanecer sentí un bulto.
«Se tragó algo».
Llamé a su pediatra de cabecera.
- Pueden ser heces contenidas. Llévala por emergencias a la clínica donde la vería el gastro en la tarde, pide que lo llamen.
Me vestí cómoda, es decir, sin tacones, para poder acudir a las reuniones que tenía agendadas en la tarde. Estaba segura de que le darían el tratamiento correcto, la harían expulsar lo que se tragó y estaríamos de vuelta a casa antes de mediodía.
Pasó todo muy rápido antes de que tuviera noción de que no había amanecido, apenas entrábamos en la noche oscura. Era imposible sospechar lo que estaba a punto de suceder.
El control es una ilusión.
La vida puede cambiar en un instante”.