Meditaciones 2 para los Misterios Gozosos

in #religion6 years ago (edited)

LA ANUNCIACIÓN

Considera a nuestro modo de entender, como queriendo el Señor enviar la embajada a María santísima, para hacerse hombre en su purísimo vientre, llamó al arcángel San Gabriel, y revelándole este inaudito y admirable misterio de la Encarnación, le dijo: quiero que de este escondido y oculto misterio seas tú mi fiel ministro y embajador. Anda pues, a ese cielo animado que está en Nazaret, a ese paraíso de mis deleites que está en el mundo, a María Virgen pura desposada con José, y prepara en ella solio y mansión a mi Hijo: salúdala, diciendo: Ave María gracia plena, y dile que por ella quiero trocar la maldición de la inobediente Eva en bendición eterna para los hijos de Adán. Considera cuan alegre y regocijado parte el Santo Arcángel a Nazaret; y no pienses que parte solo, dice San Alberto Magno, sino acompañado de otra multitud grande de milicias celestiales: porque así cómo sucedió después en el nacimiento, que con el mismo ángel cantaban glorias y alabanzas al Señor; así piadosamente se debe creer, que en esta ocasión bajaron grandes copias de celestiales espíritus para celebrar los desposorios de Dios con la humana naturaleza; y aunque vinieron tantos, la embajada era solo del Señor San Gabriel. Atiende a la majestad, a la hermosura, al resplandor y claridad con que entra a la presencia de su Reina. Lo explica la misma Señora, según refiere San Agustín, en esta forma: entró al aposento en donde yo estaba un excelente y grande enviado del cielo: no el primero de los patriarcas, ni el mayor de los profetas, sino aquel arcángel glorioso Gabriel. Su rostro parecía un sol, sus vestiduras eran como de luz y resplandor celestial, su forma admirable, su aspecto terrible, y me saludó diciendo: Ave gratia plena, Domiuns tecum. Algunos dicen, que puesto de rodillas según la forma humana en que se apareció, con grandísima reverencia y humildad saludó a nuestra Señora. Y es aquí, cristiano, la primera vez que se oyó en el mundo la oración del santísimo Rosario, y cómo el primero que con ella saludó y adoró a nuestra Reina, fue un arcángel, superior a todos los ángeles. Y lo que más debes ponderar es, que por mandado de la Trinidad beatísima lo hizo, y con las mismas palabras que Dios le inspiró esta grande salutación, que tuvo tal principio, vino por tal medio, y obró tan alto fin

LA VISITACIÓN

Considera cómo lo primero que el santo evangelio dice y escribe, después de explicado el misterio de la encarnación, es el que María Santísima dejó el retiro y quietud de su casa, y subió a las montañas de Judea, para que conozcas por aquí (dice San Ambrosio), que cuando el Señor viene a una alma, no viene para tenerla ociosa, sino para que levantándose del ocio y descanso, trate de subir por el ejercicio de las virtudes al cielo. Este es el camino de aquellos (dice el santo), que estando llenos de Dios, porfían por subir a la altura de la perfección, y para eso dejan lo mundano, huyen de lo bajo, desprecian lo terreno, renuncian el descanso, y por el trabajo procuran subir a las virtudes, y avecindarse en el cielo. Son como los ciervos (dice David), que conociendo que en los llanos, en los campos y en los valles corren riesgo y peligro de los cazadores, a toda diligencia se suben a los montes, y no paran hasta la cumbre más eminente y levantada. Así en el alma que concibe a Dios, es llama en que arde el divino amor; y como ésta, cuando se enciende, luego tira arriba, y cuanto más crece, más sube, así el Divino Amor, en encendiéndose en el alma, luego la levanta a la perfección; y cuanto más crece en el corazón, más se levanta el alma. Es como el aceite que se derrama el amor del esposo de las almas: y como el aceite no puede sujetarse debajo del mar, ni de otro licor, sin que al punto suba sobre todo; así este soberano Señor, que como aceite lo derramó la caridad en el mundo, no sufre estar debajo de sus aguas, ni de sus deleites; luego sube arriba, y levanta consigo el corazón en quien esta. Saca de aquí un desengaño para la contemplación, y aborrece la quietud perniciosa de los quietistas, que quieren con la ociosidad componer el Divino Amor; y estando debajo de los deleites de la sensualidad, sin querer el ejercicio áspero de la virtudes, presumen han de subir a la unión con Dios; mira no te tiente el demonio con semejante engaño.

LA NATIVIDAD

Considera en el edicto que despachó el Cesar para que se juntasen en las ciudades y cabezas de partido todos los que estaban esparcidos por los lugares, campos y aldeas; y juntos todos jurasen la obediencia al imperio romano, pagasen cierto tributo, y se escribiesen los nombres de cada uno en un libro; y todo eso se hizo por disposición divina, dicen los santos, al tiempo que había de nacer el Salvador del mundo, Cristo nuestro Señor, para que se conociese que el Señor venia a este valle de miserias a juntar las almas que andaban esparcidas por él, y reducirlas a la casa de Israel, para que juntas y reducidas como las ovejas descaminadas al aprisco, de todas se hiciese un rebaño que reconociese al Señor por único pastor. El aprisco es la Iglesia, y el rebaño los fieles: vea cada uno si reconoce a su pastor, o si sigue al extraño. Aquellas reconocen al pastor, dice el mismo Señor, que le conocen, oyen sus voces, y le siguen. Todas tres cosas son necesarias, conocerle por la fé, oír sus voces e inspiraciones, y seguirle por la imitación de su santísima vida.

LA PRESENTACIÓN

Considera cómo el santo Simeón, estando aquella noche recogido en su casa, tuvo revelación de que al día siguiente había de venir al templo el Mesías, que él con grandes ansias deseaba. Vino al templo lleno de fervoroso gozo: entró, y luego conoció al Salvador del mundo en los brazos de su Madre. Puedes piadosamente creer que el Niño Dios se le mostró vestido de resplandor y luz divina en los brazos de María sacratísima, y que por eso lo conoció. Llegó (dice San Buenaventura), y postrado en tierra le adoró; y el Niño Dios hizo como que quería pasarse de los brazos de su Madre a los del Santo Simeón. Recibióle el venerable anciano, y deshecho en lágrimas de devoción, abrasado en fuego de amor divino, prorrumpió en aquel cántico de alabanzas que canta la Iglesia: ahora, Señor mío, dejáis en paz a vuestro siervo; como quien dice: venga ya, Señor, la muerte, no quiero más vida: venga ya, que la recibiré con alegre semblante, pues ya he visto con mis ojos a Dios mi Salvador. Llegóse también la santa viuda Ana, y conociendo al Señor, le adoró, y cantó juntamente sus alabanzas. Piensa cómo se alegran en el Señor los justos; y cómo por último sus entrañas de misericordia no dilatan en consolarles: detiene muchas veces su consuelo: pero eso es para aumentarles la sed, para que después de una larga sed perciban la dulzura y suavidad de sus divinos regalos.

EL NIÑO JESÚS HALLADO EN EL TEMPLO

Considera cómo sin más dilación partió la divina Señora por todas las casas de aquel lugar, en donde llegaron, y por todas las posadas fue preguntando: Preguntó también a todos los parientes y conocidos, y a todos los demás: y como no halló persona alguna que noticia le diese, creció grandemente su dolor y desconsuelo. Considera, cómo a la misma hora, de noche, volvieron hacia Jerusalén, cada uno por distinto camino, hechos un mar de angustias sus corazones, y fuentes de lágrimas sus ojos. Pregunta aquí por el sueño y por el descanso de un día de camino: pregunta por el miedo y temor; ¿y cómo una tierna doncella, Virgen purísima, se va de noche por un camino? ¿en dónde está el temor y miedo de la noche? Si tú preguntares estas y otras muchas preguntas, te responderán, que no sabes qué es amar a Dios, y hallarse sin Dios amado de veras. Caminó toda aquella noche nuestra Señora por el camino de las mujeres, y el Señor San José por el de los hombres. Piensa tú qué diligencias iría haciendo: si dejaría rincón o mata sin mirar, llamando a su dulce Jesús, ¡y con qué ternura y lágrimas! en encontrando a alguno, ¡con que ansía llegaría a ver y preguntar! Se juntaron en fin al amanecer a las puertas de Jerusalén los dos más afligidos esposos que ha habido en el mundo. Aquí juzga tú con piadoso ánimo, que no lo tuvieron para preguntarse el uno al otro si lo había encontrado, o había hallado noticia; porque las lágrimas y los semblantes tristes hablaban sobradamente para poderse entender, y mientras se abrían las puertas no pienses que se sentaron allí, ni descansaron, que dieron vuelta a la ciudad; pero en vano.



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