Sin saberlo
Sin saberlo es el último hombre sobre la tierra. Se dirige a una casa, toca la puerta de entrada, esta se abre por sí sola, ingresa en ella, mira el entorno, en la mesa hay un café caliente, lo consume, antes de salir se despide de nadie, con un sonoro balbuceo.
Al regresar a la calle mira hacia los lados, la canícula es insoportable, se desnuda, sonríe, escoge deambular por un sendero de guayacanes, como si algo en el fondo de este atajo lo halara. Al llegar al final de la travesía se da cuenta que no hay construcciones, divisa un terreno baldío, de extensión interminable. Sin mirar hacia ningún costado, regresa con una sonrisa bañada de luz, parece venirle de su mundo interno, luego se dijo: lo logré.
Durante más de cuarenta años había practicado diferentes técnicas con maestros que le enseñaron cómo alcanzar el encuentro consigo mismo, sabía que la iluminación le podría llegar en un santiamén, en cualquier circunstancia. Se esfumó entre el amarillo que nevaba la floresta, convencido de ser una deidad, sin darse cuenta que era el último hombre sobre la tierra, que aquella luz se extinguía con la noche que empezaba a revestir el paraje, por el resto de la eternidad.