Alguien Que Me Quiera En Los Días Que No Me Quiero
Un día desperté y al mirarme al espejo, ¡No me quería! No me despertaba el mismo sentimiento con el que acostumbraba cada vez que amanecía, me vi y noté que ya no era la chica de 15, aunque ya pasaron más de 10 años y me veía exactamente igual, yo veía algo que los demás difícilmente podrían notar.
Me vi anciana y triste, con los ojos ligeramente grises; con los labios rotos y pálidos en lugar de suaves y rosados, la piel ligeramente manchada y arrugada y considerablemente flácida. Me horroricé y aparte la vista, miré mis manos deprisa, estaban suaves y lisas, pensé en ese momento si habría sido un sueño, pero no me atreví a mirar al espejo; me arreglé deprisa y sin esmero; no sé si me veía linda pues no quise mirar mi reflejo así que salí, esperando el duro juicio de otras miradas.
— Buenos días, florecita — alcancé a escuchar de un señor ya algo anciano, me acerqué a él extendiendo mi mano— Disculpe, amable señor, ¿usted me ve bonita? — él, esbozando una sonrisa me dijo con mesura — Usted, mi niña, transmite ternura, aunque sus nublados ojos no le permitan ver su propia belleza — traté de responder, pero el hombre prosiguió con delicadeza — Una rosa sigue siendo hermosa sin importar cuántos pétalos haya perdido, y es que así son ustedes las mujeres, no se me entristezca! Que así tenga 20 o 70 usted seguirá siendo una flor de gran belleza — el anciano hizo un cortés gesto con su sombrero y se marchó, dejando en mí un poco de alegría y satisfacción, fue entonces cuando lo noté y salí corriendo a buscarme en un espejo y allí me encontré, en unos grandes ojos color café, que me veían con dulzura y entonces lo escuché — LLegas tarde, ya hacen más de las 10 — sentí como su mano se enredaba en mi cabello — Lo siento — expresé — Es que no te logré ver, pero ya estoy bien, ya la perspectiva no la volveré a perder, volví hace unos instantes a florecer — entonces respondió mirando algo extrañado — ¿Florecer? Lo dices como si fueras rosa o clavel — entonces bajando la mirada le pregunté — ¿No lo soy? — Él posando su mano en mi rostro la elevó y contestó — ¡Por supuesto que no! Tú no sólo eres una estrella, ¡Eres un cúmulo de ellas! Y aunque cada mañana frente al espejo te sientas fea, yo te querré, aunque tú no te quieras —