Delirios de otro insomnio

 

He salido a dar un paseo a las tres de la mañana, y me he fumado un paquete entero de tabaco. Parece que ahora fumo por olvidar y he empezado a beber sola.

Sola.

Supongo que estoy destinada a acabar así. Culpa de haberte descubierto más abismos de la cuenta; y de que aún no hayas aprendido a quedarte a mirarlos. Tienes la manía de vestirte y besarme la frente, y por momentos se me olvida quererte. Lo confundo con maquillarme los ojos de negro para camuflar moratones.

A estas horas me parece que todas las farolas me iluminan por (com)pasión y estoy perdiendo el miedo a olvidar el camino a casa. Tengo el pelo enredado, y ya no me esfuerzo por deshacer los nudos de mi garganta. Dicen que la adrenalina inmuniza el dolor, y estar contigo era como hacer puenting sin parpadear; esta resaca va a ser agonizante mañana.

Está amaneciendo y mis ganas de que llegue otro día son nulas. Vamos a morir todos e iremos al infierno por pecadores. Sí, nos hemos quedado ciegos de tanto masturbarnos el corazón, y hemos acabado corriéndonos fuera. Cómo me pica la cabeza de tener a tanto parásito follando dentro, los piojos de tus palabras más crueles se regodean en mi esquizofrenia plasmada en poemas ilegales. Y las calles repletas de putas y mendigos esconden en sus grafitis las ganas de saltar en paracaídas y que no se abra. Dejarse -con una sonrisa- los sesos esparcidos por el suelo y escandalizar así a cualquiera que se proponga pararse a escuchar sus ideas.

Dejarse la vida de alguna forma menos cobarde que esperando a pudrirse solos en un colchón para dos. Cuidado, estamos follando en la calle y no me estás tapando la boca. Somos conscientes de vivir en el ojo del huracán que se dispone a acabar con nosotros, y qué instante tan.