La cabaña del Tío Tom

Hablaba Carlos Castaneda, en ese curioso libro titulado ‘El arte de ensoñar’ (1), acerca de la percepción y su papel en moldear el universo que nos rodea.

Más allá del simple concepto de soñar despiertos, de estar en babia o de pensar en las musarañas al que aludía el sabio refranero popular para indicar un estado catatónico o de puro abstraimiento, la ensoñación es una puerta abierta a ese otro mundo paralelo, donde la percepción, elevándose por encima de ese metafórico Gólgota que son los limitados sentidos, triunfa por sí misma, alzándose de la no menos metafórica cruz de la aburrida racionalidad.

Hay lugares, momentos, escenarios y situaciones, generalmente espontáneas y difíciles de prever, que por ocultos mecanismos, tal vez similares a los detallados en las nociones metafísicas de Swedemborg, actúan como llave de apertura a una realidad paralela y sin embargo, diferente.

Es frecuente, que en mis largos paseos por ciertos lugares de especial complicidad, me deje llevar por ese duende que podríamos definir como un estado alterado de la ensoñación y prestándome a ese odioso juego de las comparaciones, algunos escenarios me evoquen felices lecturas de juventud.

Con este lugar en particular, cuyo nombre, al igual que el maestro Cervantes, me otorgo el privilegio de no querer acordarme, me trae siempre el recuerdo del viejo Twain, el susurro de las cañas mecidas por el viento a las orillas del gran río, el Mississippi y la evocación de sus inolvidables personajes, que como Tom Sawyer y Huckelberry Fynn, siempre se me antojan como los avatares perfectos de aquéllos conceptos netamente junguianos, como son el ánima y el ánimus.

Notas, Referencias y Bibliografía:

(1) Carlos Castaneda: ‘El arte de ensoñar’, licencia editorial para Círculo de Lectores, por cortesía de Editorial Seix Barral, S.A., Barcelona, 1994.

AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual.