Cuadernos de Arte y Viaje: Sepúlveda
Hay muchas maneras de vivir y de disfrutar de una ciudad; tantas, podría decirse, como los límites o metas que el viajero quiera poner en su imaginación.
No será la primera, ni tampoco la última vez que pretenda seducirles con el encanto de una villa castellana, noble y antigua, por cuyas calles la Historia y las historias fluyen con encantadora determinación: Sepúlveda.
Pero en ésta ocasión, me otorgo a mí mismo el papel de Mefistófeles, con el deseo de tentarles con la visión de una Sepúlveda campechana, de una Sepúlveda siempre viva aunque sencilla; en definitiva, con una Sepúlveda anclada definitivamente en los detalles.
Porque los detalles son importantes: son la sal que se une a la masa donde se amolda el pan especial de los recuerdos.
Por eso, no es difícil pasear por las calles medievales de Sepúlveda, y encontrarse con tiendas que exponen esos típicos productos de alfarería, hermosas obras realizadas con aquéllas antiguas técnicas ceramistas que se remontan al Neolítico y que constituyen, además, parte de su herencia celtíbera.
Típico también y todo un lujo para los sentidos, sobre todo en estos tiempos en los que las grandes superficies comerciales están prácticamente arrollando a la pequeña y mediana empresa, son los mercadillos que se levantan al calor de su Plaza Mayor, costumbre que vienen practicando, de sábado en sábado, desde tiempos netamente medievales y donde el viajero puede saborear multitud de productos de la tierra, recién recolectados.
Quedan todavía, en los estrechos callejones, recuerdos que llaman a la nostalgia. Como ese aviso de multa de cien pesetas –la moneda nacional, antes de entrar en la Unión Europea y comenzar a funcionar en euros- por hacer ‘aguas menores y mayores’, es decir, por orinar o defecar en la calle, que ofrecen una nota de pintoresquismo de unos tiempos, donde cualquier sitio era bueno si la necesidad apretaba.
Pero Sepúlveda es, además, con fama merecida, una ciudad gastronómica, hasta el punto de que eran frecuentes las visitas del rey emérito, Don Juan Carlos de Borbón, a uno de los mejores restaurantes de toda Segovia y su Comunidad: el Restaurante Casa Paulino.
Paulino, ya jubilado, cuenta orgulloso, a todo aquél que quiera escucharle, cómo el rey acudía frecuentemente en helicóptero a comer a su restaurante, aterrizando en lo más alto de la villa, junto a la iglesia románica de el Salvador, la más antigua y a la que los sepulvedanos tienen como un auténtico tesoro, lo que es en realidad.
Otra garantía de fascinante aventura, lo constituye su proximidad a las denominadas Hoces del río Duratón, un espacio natural espectacular, en cuyas quebradas dominan las aves rapaces y en cuyas cuevas se vivió, en los tiempos de la invasión musulmana, una fiebre eremítica similar a aquélla otra que hizo famosa la zona leonesa de el Bierzo.
En Sepúlveda, sobrevive también, parte del antiguo barrio judío, pues como otras muchas villas y ciudades de rancio abolengo, aquí convivieron juntas las Tres Culturas del Libro: cristianos, judíos y sarracenos.
Quizás por eso, sus habitantes todavía continúen fieles a la antigua tradición de mantener floridos unos patios y unas ventanas, que imprimen un color especial a sus calles.
En definitiva: un viaje a Sepúlveda, es algo más que un viaje a la Tradición; constituye, puedo asegurárselo, un auténtico viaje en el tiempo, donde el viajero puede experimentar multitud de singulares y veraces sensaciones.
AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual.
Esperateeee!!! Que hay asado ahi y no me haz invitao! Atrevido!
Lo siento, pero tú estabas persiguiendo al pavo...
Agradecido