Cuadernos de Arte y Viaje: Bilbao, los pilares de la Tierra

Llueve en Bilbao. Es una lluvia molesta para la fotografía de exteriores, pero no para ese espacio inmanentemente interior donde habita el espíritu.

El lugar hacia el que nos dirigimos, isla metafórica en la que nos refugiamos por algún tiempo, es un pozo de inesperadas sorpresas.

La medieval Alhóndiga y orígenes góticos, su interior está ahora poseído por el espíritu de la modernidad, en un vademécum de visiones sensoriales, cuando no surrealistas, destinadas a llamar seriamente la atención del espectador.

Exposiciones, tiendas, una moderna biblioteca donde algunos jóvenes se proveen de una no menos metafórica muda de ropa interior para contrarrestar los efectos de esa horrible hidra de siete cabezas que es la Selectividad, contrastan con las evoluciones de los amantes del agua y la natación, cuyas evoluciones se aprecian graciosamente a través de la piscina de cristal que se levanta sobre nuestras cabezas.

Como faros, captan nuestra atención, apenas ponemos los pies en el interior de un edificio, cuya luz artificial, unida a la mortuorio y tormentosa claridad que se filtra del exterior a través de los ventanales, que le confiere un aspecto ciertamente intrigante, misterioso, ideal para dejarse llevar por la magia de mil y un esoterismos.

Son, como ustedes ya habrán podido comprobar, las columnas. Docenas de pilares, dotados de vida propia, de los que los simbolistas dirían que conectan el cielo con la tierra.

Poco importa, si alguna vez fueron árboles, puntales de fragas desaparecidas, tragadas por la incólume y eterna ambición, pues el hombre, en su demencia, siempre tendrá necesidad de recurrir a ellas, pues no en vano, también las porta en su espina dorsal.

Tampoco resulta difícil, dejarse llevar por la imaginación, ver en ellas esa rama híbrida, de tendencias evolucionistas aun mostrando en su piel de mármol o de granito las señales de sus antiguos genes, las descendientes de aquélla primera pareja, de aquéllos primeros Adán y Eva, que llamándose Jakin y Boaz –curiosos nombres, que recuerdan sorpresivamente la lengua de Euskalerría- parecen haber evolucionado a lo largo de un mundo, en cuya historia no siempre ha sobrado imaginación.

Y viéndolas, es difícil no pensar, dejándose llevar por la ensoñación, que si bien el tronco materno parece común, la paternidad, sin embargo, es una decadencia machista que se desvanece en el baúl de los recuerdos.

No hay ninguna igual. Todas son completamente diferentes. Individualmente, muestran con orgullo su propia idiosincrasia, su propia magia, sus propios valores.

Parece como, si después de todo, todas y cada una de ellas, a su manera, respondieran, miméticamente, a hacernos entender que en la variedad está el gusto; que lo diferente se complementa; que la personalidad no mengua aun siendo gota de agua entre la multitud.

Tal vez, la idea de su proyección sea, al fin y al cabo, una metáfora de la humanidad. Una hermosa metáfora de los diferentes pueblos, de las diferentes razas, de las diferentes creencias encaminadas a hacernos entender, en este mundo de locos, que todo y todos somos parte de ese tronco ancestral que, nos guste o no, se denomina Ser Humano.

Y como tales, todos somos columnas. Somos los Pilares de la Tierra.

AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual.