El día que él la conoció, se le cayeron los ojos y algunos conceptos. El principal de todos: que el amor no existe; también que el amor no llega después de los 40, que la vida es cruel y que la carne es dañina para la salud. Se enamoró del columpio que ella era y sembró un árbol para que ella se meciera en sus ramas. Ella supo alimentar su corazón hambriento, darle agua a la piel árida y cuarteada de la soledad. Ella fue la representación y vocación del deseo de compartir una eternidad.

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Pero una tarde, él revisó el guion de su vida y se dio cuenta que la belleza de aquel cuerpo escondía los horrores del alma. A pesar de las semillas y de la dedicación, en aquel cuerpo aún no florecía nada. Reconoció que el adicto no busca placer, sino que huye del dolor y prefirió dejar que descansara. Quédate en este nido, le suplicó, con una de sus manos aguantada. Yo te cuido y te cuidaré, y te daré la más hermosa de las esperanzas. No te vayas porque moriré, porque sin ti la vida no vale nada.

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Y ella se quedó. Y el pintó en la pared, la flores que no crecían en su mirada. Pero cada día ella se hacía más noche, un mar con olas inmensas y bravas. Convertida en abismo, el hombre en silencio la contemplaba: qué sería de aquella mujer, que era hermosa y con grandes alas; tan alegre y tan distinta, el hombre la recordaba. Pero aun así, el hombre la siguió amando porque su corazón maduro no se resignaba y le ordenó la vida por fuera aun sabiendo que ella por dentro ya rota estaba.

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Era una tarde de octubre cuando él la encontró vencida. Él la levantó de los escombros y la obligó a mirar atrás: todo lo malo que había en ella debió haber comenzado en algún lugar. El viaje de regreso a su pasado fue aterrador y lleno de oscuridad. Se dio cuenta que su infierno estaba lleno de ausencias que jamás pudo perdonar, que tomó la soledad para destruirse y no para aprender amar. Y es que la soledad es un lugar para crecer y no un obstáculo que nos haga tropezar.

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Entonces el hombre entendió que aunque él hubiese querido, la mujer que amó, ya no existiría más. Porque cuando una mujer está rota, aunque estés a su lado, la acompaña la soledad…

HASTA UNA PRÓXIMA LECTURA, AMIGOS