Hermosura atemporal

Observa atento el cuadro en la posada de la isla caribeña, el buscador decía para sus adentros que es hermoso el paisaje caribeño, de acuerdo a la visión del pintor que lo plasmo en el vitral; sí, el artista por regla general ve todo por primera vez, con los ojos inocentes del corazón; sólo él puede apreciar lo que es bello. La administradora de la posada donde había pasada la noche, le interrumpió, para saber que necesita, pues llevaba varios minutos estático. Sabes, -le dijo- me gustaría conocer una playa popular donde hay faena de pesca.


Claro, -respondió la esbelta morena- si gusta en la tarde puedo acompañarlo cerca donde vivo, allí hay un caserío de pescadores, luego que termine el turno ¿le parece? -asintió - el buscador, con un guiño de ojo, pues la muchacha era atractiva. Horas después, abordaron un taxi de la región, él le decía si siempre los lugares eran los mismos; ella negaba con la cabeza porque para ella todo sitio que toque las olas del mar, o la brisa tiende a cambiar, nada es estable, pues está condicionado a la erosión, a la oxidación, e inclusive a los desechos que arroja la marea.


Factores múltiples como el clima tropical, el viento, las cambiantes mareas, la actividad natural biológica y las más incomprensible -a veces- la actividad humana, hacen que todo escenario sea nuevo cada día o cada hora. Los pescadores nativos piensan en el día y su bendición; guardan pesca para pocos días, (cuando saben de mar picado y mareas altas) el resto del tiempo traen lo sus hogares y los encargos que tengan. Por eso cuando hay faena de llegada, el paisaje cambia, el ruido de los niños que sueñan con acompañar a sus padres, y de las mujeres que intercambian mercaderías, incluida la pesca de sus esposos.

De ahí que el poeta diga:
“los ojos enamorados de hoy, no serán los mismos ojos apasionados de mañana”

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