¿Puede un filósofo convertirse en un gran cineasta? El caso de Terrence Malick

in #movies6 years ago (edited)


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Volver a los 17...

Empecé a escribir guiones de cine a los 17 años en Maracay, la ciudad donde crecí. Eran para un grupo de cine que trabajábamos en el formato Super-8. Malos guiones, tontos, pero queríamos tomar el cielo por asalto, o, al menos, las salas de cine.

Afortunadamente, nuestra ciudad tenía un Ateneo, con su sala de cine de arte y ensayo, donde pudimos ver absolutamente todo: Fellini, Antonioni, Kurosawa, Wajda, Tarkovsky, Woody Allen, Bergman, Kubrick, Coppola. Para ver Blockbusters con cotufas y Coca Cola (Tiburón, Terremoto), había otras varias salas, de manera que oferta no faltaba.

No pudiendo tomar las salas comerciales por asalto porque el formato Super-8 era una trampa caza-bobos diseñada para provincianos como nosotros, nos conformamos con tratar de tomar por asalto la sala del Ateneo de Maracay con nuestros cortometrajes esperpénticos.

Y nuestros amigos de la sala fueron tan generosos que nos permitieron proyectarlos para un público acostumbrado a ver Fellini 8½, Andréi Rubliov, El Séptimo Sello, Manhattan, el Hombre de Mármol o Kagemusha.

Nunca he conocido en mi vida un público tan culto y exigente como el de esa sala del Ateneo de Maracay. Nos volvieron mierda las películas y los guiones, y eso se los agradeceré toda la vida.

De no haber sido por ellos, me habría creído cineasta de verdad, y mis guiones estúpidos podrían haber llegado a la pantalla, para ruina de los productores (en este caso el Estado) y mía.

De no ser por ellos, no habría estudiado filosofía. Sí, porque estudié filosofía para no escribir más guiones estúpidos. Y gracias a ellos, a mi amado público de Maracay, gracias a los amigos que leían mis guiones con ferocidad y se burlaban de mí con cariño con una cerveza de por medio, te digo: me habría creído de verdad que mis guiones eran buenos, y no habría aterrizado a la realidad de que eran una novatada, fruto de la soberbia y la ambición de un muchachito de pueblo sin formación.

Entre filósofos profesionales

Así que estudié filosofía con los jesuitas en la UCAB en Caracas, lo cual tampoco garantizaba que llegara a ser buen guionista, pero al menos tenía conciencia de que no lo era, y trataba de remediarlo con los medios de que disponía en mi entorno, mucho cine, muchas miniseries, muchos libros, mucha música, dedicación y paciencia.

40 años después de iniciada esa aventura como guionista, ese viaje del héroe que es mi vida, y que en general es la vida de cualquiera de nosotros, me pregunto al revisar la cinematografía de Terrence Malick: ¿Se puede filosofar en el cine, mediante el cine, con el cine? ¿Puede un filósofo usar las imágenes como un lenguaje para emitir mensajes de rango filosófico?

A ver si me explico: hay filósofos que han hablado del cine, como Gilles Deleuze en La Imagen Movimiento también en La Imagen Tiempo. Pero es el análisis de un filósofo desde afuera, y su valor es cuestionable. A los cineastas no les importa lo que diga Deleuze, pero él tiene el derecho de tratar de impresionar a sus colegas filósofos (que nunca han escrito un guión de un minuto siquiera), con la severación de que sus ensayos logran descifrar toda la magia y la fascinación que las imágenes en movimiento y con sonido han generado durante más de 100 años.

Por otra parte, hay cineastas que se han inspirado o apuntalado su obra sobre bases filosóficas muy conscientes y explicitadas en sus reflexiones: digamos, Einsenstein, en su clásico libro Apuntes de un Director, deja bien claro que entiende el cine como una herramienta para educar al pueblo, y cita a Aristóteles como su referencia, sin olvidar a Marx, ya que no debemos olvidar que en 1919 el gobierno de Lenin le encargó el programa del cine de la revolución. Aquí no hay incongruencia alguna: Marx era totalmente aristotélico, y Einsenstein cumplió el encargo con pureza ideológica y, lo que no es poco, con una colosal obra que sentó las bases del montaje cinematográfico tal como hoy lo conocemos. Si quieres hacer cine, escribir guiones, o simplemente ser crítico de cine, tienes que ver toda la obra de Einsentein.

Volvamos al caso en cuestión. Lo que no sucede frecuentemente es que un cineasta filosofe mediante las imágenes. Que su montaje, su estética, su dramaturgia visual (debo este término al genial Andréi Tarkovsky), produzcan luces y reflexiones de corte, rango y grado filosófico.

Podría ocurrir con Ingmar Bergman, hombre de teatro y de altas luces, que uno pudiera homologar un tratado existencial de Sartre o un libro de Kierkegaard con “Persona.”

Puede ocurrir con algunas escenas de Tarkovsky, por ejemplo, la casa que se quema en El Sacrificio, las secuencias oníricas de El Espejo, que un saber recóndito, de grado filosófico pero inefable, imposible de traducir en palabras, nos ilumine. Es un tema que verdaderamente valdría la pena investigar, pero se lo dejo a los filósofos teóricos, yo ahora escribo comedias y dramas, no ensayo (éste es una excepción).

Un plano de El Sacrificio de Andrei Tarkovsky

El filósofo Malick

Ocurre con Terrence Malick el tercer caso, el más infrecuente y afortunado: que es filósofo y también cineasta.

Adicionalmente, no hay que ser un genio para darse cuenta de que Malick (como casi todo cineasta que aspire a la trascendencia) es admirador de Andréi Tarkovsky, por lo que luego de su exitosa Bad Lands, no ha dudado en imitar las tentativas del maestro soviético por lograr un lenguaje estético y filosófico propio para el cine, una dramaturgia visual que logre el mismo efecto catártico e iluminador que nos produciría, por ejemplo, leer Las Confesiones de San Agustín.


Un plano de La Delgada Línea Roja

Al ver las obras siguientes de Malick: La Delgada Línea Roja, El Nuevo Mundo, El Árbol de la Vida, To The Wonder o Knight of Cups, enseguida percibimos que hay un algo más, un más allá de la historia, del plano, de la cinematografía como techné, como técnica y oficio, un algo más allá, que nos habla, no con palabras, sino con un conocimiento diferente, tal vez estético puro, tal vez metalingüístico, meta-filosófico, que no podemos reducir a las palabras.

Esa debe ser una de las razones por las que las películas de Malick, tan extrañas, tan oblicuas, sean aclamadas por la crítica, sean de culto entre los estudiantes y demás colegas cineastas, y, lo que es más asombroso, que Hollywood siga invirtiendo en esos filmes que sabe de antemano que no van a dar absolutamente ninguna ganancia en la taquilla.

¿Cómo se hace para filosofar en al cine? No lo sé, es una pregunta muy compleja, y miren que me puse a estudiar filosofía para responder esa pregunta, y además para que mis guiones no fueran tan estúpidos como hace 40 años.

No creo que sea algo tan evidente como las anécdotas, guiones, historias, y sus valoraciones extra-fílmicas, de tipo moral, políticas, filosóficas en el sentido del libro escrito y la academia.

Creo que en el momento en que Tarkovsky o Malick rompen la linealidad de los relatos, la mecánica interna de causa y efecto encadenados y precisos que es el paradigma de Hollywood, ellos generan una narrativa oblicua, alterna, de la cual salen chispas filosóficas.

Ojo que romper la linealidad causa-efecto de los relatos cinematográficos no es suficiente. Todo cineasta francés petulante es capaz de hacer eso, sin el talento de sus antecesores Chabrol o Jean Luc-Godard, padres y maestros de la Nouvelle Vague. Venga, y que nosotros también lo hacíamos cuando filmábamos en Super-8, ¡Pero simplemente porque no conocíamos esa lógica, no sabíamos cómo manejarla y estructurarla en nuestros guiones! Es un mal muy latinoamericano, la ignorancia disfrazada de vanguardismo y ruptura.

No perdamos el hilo. Se puede narrar de otra forma, no sólo mediante el viaje del héroe, el guión de 5 puntos de giro de Syd Field, la mecánica interna de relojería precisa que nos propone Bobby McKee o los 15 momentos de Black Snyder.

Claro que se puede, y corres el riesgo de que, con esas herramientas, un poco de talento, mucha disciplina y un buen agente, termines vendiendo tus guiones por un puñado de dólares.

Pero todos los que hemos escrito un guión de cine, todos los que hemos soñado despiertos dentro de la sala oscura, en algún momento hemos aspirado a la trascendencia.

Los filósofos están interesados en el cine, y desde la filosofía lo abordan, lo quieren deconstruir y muchas veces, de manera perversa, lo quieren reglamentar con categorías externas al propio cine.

Algunos cineastas quieren ser filósofos, escriben ensayos ingenuos, leen dos o tres libros de filosofía, y siempre tratan de justificar sus filmes con referencias a categorías, contenidos, escuelas, autores y libros filosóficos, en el sentido de la filosofía académica, valga decir, con Sartre, con Kierkegaard (Bergman) o con Aristóteles y Marx (Einsenstein).

El tercer caso, el del filósofo cineasta de verdad (Malick se graduó en Harvard), el resultado puede ser asombroso, como en las películas de este peculiar director norteamericano.

Si vas a ver una película de Terrence Malick, olvídate de todo lo que te he dicho en los 14 posts sobre El Viaje del Héroe, o tal vez no… Tal vez al Viaje del Héroe sí existe en Malick, pero con una sutileza tal que no se puede traducir a las palabras, y que, incluso, este artículo ya lo está tergiversando, contaminando, por lo cual ya sería bueno cerrarlo.

Pido disculpa a mis lectores si este post me salió críptico, pero no lo puedo evitar. Anoche pude ver por fin completa To The Wonder, y no pude evitar revivir mis dos amores, el cine y la filosofía.

Vean las películas de Malick sin prejuicios, sin recetas, sin analizarlas, Déjense llevar por la música, por la extraordinaria fotografía de Emmanuel Lubetzky, por la banda sonora, por el delicado movimiento de los actores, por las miradas, por la luz que se filtra entre los árboles… En un momento dado, recibirán un fogonazo, una iluminación, como cuando contemplamos uno de esos cuadros en 3D que a primera vista parecen un montón de manchas, pero que si fijas la mirada como debe ser, entonces salta hacia ti una imagen tridimensional que siempre había estado allí, esperando tu entrega, tu abandono, para tomar súbitamente por asalto tus sentidos, tu alma, un poco como pretende este post.

No hay otra manera de escribir sobre ese cine de Malick. Y no hay experiencia literaria o de crítica que pueda sustituir a la visión de sus obras, las cuales amas u odias de inmediato, sin mediaciones.

Y ya basta por hoy, dejemos descansar al teclado, y vamos a ver otra película de Malick; Knight of Cups.

Óscar Reyes-Matute
(Samuel Ibn Motot / שמואל אבן מתת)

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