Salí un día con mi novio amado, a comernos algo rico en un restaurant cercano. Al salir de allí me miró enamorado y con una mirada de tórtolo atontado, me mostró una sonrisa que lo hizo ver muy raro. En seguida me asusté y pensé ¿Qué le habrá pasado? ¿Será que mi amado se ha lastimado? En su linda boca estaba asomado, un tremendo hueco negro y aguzado.

Él noto mi cara de angustia y me preguntó asombrado ¿Qué te ocurre mi amada, algo te ha asustado? Me dio mucha pena hablarle del hueco, así que me hice la loca y le lancé un beso. También le dije por salir del paso, no pasa nada mi cielo, tan solo estoy pensando en la rica comida que hemos almorzado.

Así caminamos durante largo rato, mientras yo me debatía en si le preguntaba a mi amado el raro caso de su hueco azorado, o si mejor me callaba y le seguía amando sin importar que feo se viera el agujero que se empeñaba ahora en adornarlo.

Súbitamente paramos y mi novio me dijo “Mira un puesto de helados y jugos afrutados”, allá nos acercamos para refrescarnos, con dos vasos de jugo de naranja con ruibarbo. Yo bebí, él bebió y de repente su boca hermosa reapareció, mi corazón palpitante mucho se alegró, al ver que aquel feo hueco desapareció, y recordé entonces con inmensa emoción aquello que en el almuerzo nos deleitó. Era un gran plato de caraotas y seguro lo que pasó, fue que una indiscreta concha su blanco diente decoró. Ahora estoy tranquila mirando a mi amor sintiéndome feliz porque el hueco desapareció.