Hay muchas fechas en mi vida que quedarán guardadas en mi memoria como un tesoro. Algunas me hicieron muy feliz, otras no tanto, pero todas me enseñaron mucho y me convirtieron en la mujer que soy. Podría hablar del día en que me di cuenta de que la razón por la que atraía a mi vida personas que no me valoraban era porque yo no me estaba valorando ni dándome la atención que necesitaba. Podría hablar del día que conocí a mi novio, una persona que ha sido y es parte muy importante de mi crecimiento, que me enseñó a quererme a mi misma mientras me enseñaba a ahorrar y comer sano y rico. También podría hablar de cuando me fui de intercambio de estudios a Holanda y pude liberarme de una universidad donde la carrera era una decepción y la gente no me gustaba. O también de cuando me fui de viaje a Amsterdam un año antes, decidiéndolo todo y haciendo mi maleta en el ultimo minuto.

Pero hay una fecha más importante que esas, y es la fecha en la que me fui de mi país natal, Perú, para ir a Francia a estudiar. Ninguna de las cosas que mencioné antes hubiera sucedido si esta fecha no hubiese tenido lugar.

Mi madre intentando sonreír (en vano)

Estuve esperando ese día con ansias. Dentro de mi misma, veía mi partida a Francia como una oportunidad para ser todo lo que podía ser, cumplir mi sueño de ser una actriz y cantante, juntarme con personas que pensaran como yo, viajar mucho y conocer el mundo. Mis padres no tenían mucho dinero y yo temía que por alguna razón el viaje no se diera. Sentía que era como una flor y la única manera de abrirme era viajando, conociendo nuevos horizontes. El mundo es enorme y yo no podía ni puedo conformarme con un solo pedacito.

Había preparado todo, mis maletas, las cosas que amaba y que me acompañarían. Ropa que más adelante dejó de gustarme porque la mujer en la que me fui convirtiendo ya no tenía el estilo de aquella "chibola" como decimos nosotros (con cariño, Cath) tan idealista, que se llevó unos cuantos chascos por tener demasiadas expectativas. Pero que aún así sigue teniendo fe en la vida y sigue bailando porque a mi nadie me quita lo bailado.

Me llevé mis cosas para dibujar, colección que aún conservo y que de hecho ha crecido desde entonces. Me llevé también unos cuantos libros, otra colección que también creció. También me llevé tres peluches, que todavía guardo (sí, a mi niña interior me la dejan tranquila. a veces se levanta por las noches asustada y entonces esos peluches le hacen compañía) El primer peluche es un pato Donald, que me regaló mi mejor amiga de la secundaria. Ya casi no hablamos, pero cuando hablamos es (casi) como si el tiempo nu hubiera pasado. El segundo peluche es una serpiente (sí, ya sé es raro), me la regaló mi mejor amigo hombre de un año antes de que me fuera. "Para que te acompañe y te proteja" Fueron sus palabras. Hoy, ya no somos amigos. Él cambió mucho desde entonces y creo que ya casi no queda nada de su misticismo y espiritualidad. De todos modos conservo a "Serpentina" como la llamé, porque así conservo el recuerdo de la amistad que alguna vez compartimos.

El tercer peluche es muy especial. Tiempo antes de mi partida, mi mamá y yo estábamos en una tienda, no recuerdo para qué, y yo vi a un gatito de peluche naranja, que cuando lo aprietas grita "miau! miau! miau! Recuerdo haber hecho un comentario al respecto. Pero pensé: ya estoy demasiado grande para peluches. Me voy a Francia a ser una adulta.

El 21 de julio del 2014, el día de mi partida, mi mamá me entrega ese gatito de peluche. Para que lo tenga conmigo y me acuerde de ella. ¡Qué bueno que me dio el peluche! Porque sin él, muchas habrían sido las noches en las cuales no habría tenido una incondicional compañía a la hora de llorar.

Como dije, me llevé muchos chascos, que me condujeron a un camino inesperado, pero infinitamente mejor y más alineado con mi evolución. Sin embargo eso forma parte de otra historia.

Luego de la escena del peluche, dos amigas mías llegaron para acompañarme al aeropuerto. Subimos las maletas al taxi y nos fuimos. El camino fue algo largo. Una o dos horas, pues vivimos baste lejos del aeropuerto. Sin embargo, entre risas y charlas el tiempo pasó como un suspiro.

A la izquierda, Renata, y arriba, Fabiola. aún hablamos de vez en cuando.

Llegamos tres horas antes de la salida del vuelo, para tener tiempo de facturar las maletas y hacer los controles. A pesar de ir cargada como una mula con tres maletas y una guitarra (sí, me llevé la guitarra como un recordatorio de mi objetivo de ser música profesional) no me cobraron por exceso de peso (Es el Perú pues)

Fuimos a comer, y todo era felicidad (al menos por mi parte) Mi mamá y mis amigas trataban de disimular su tristeza, ya que sabían que yo estaba cumpliendo un sueño.

Fuimos a la entrada de la sala de controles y nos despedimos. Mi mamá me entregó una carta que me escribió y que todavía conservo, junto con las cartas de mi papá. Todo era sentimientos encontrados cuando, con mi maleta morada pequeña en una mano, la guitarra al hombro y el peluche en otra mano, me dirigí hacia la sala de controles. Nos dijimos "hasta algún día" y desaparecí entre la gente.

Yo estaba muy feliz. Pasé por los controles con tranquilidad y confianza, pero también con algo de fastidio, porque en serio, qué lata sacarse y ponerse los zapatos y la correa a cada rato.

Llegué a un sitio en el que verifican tu pasaporte. Entré con mis cosas y le di al encargado mi pasaporte francés.

Pequeño inciso: mi padre es francés, y tengo la doble nacionalidad.

-- Este pasaporte francés no sirve. Tú estas saliendo como peruana, porque has nacido en Lima y no tienes constancia (un sello en el pasaporte) de que hayas entrado al país.

Pequeño detalle, yo no tenía pasaporte peruano. Pensamos que con el pasaporte francés era suficiente. Ups

-- Sin pasaporte peruano no puedes salir del país. - Dijo el encargado y me sacó de la fila y me mandó con unos colegas suyos.

¿Qué???????????

El mundo se me vino abajo en un segundo. Todos mis sueños, todo lo que podía ser, la gente a la que podría haber conocido, mi madre que seguramente ya se había ido y yo no tenía ningún teléfono para llamarla, todo, todo se rompió en mil pedazos en mi mente. Literalmente pude sentir el sonido, como de un cristal al estrellarse contra el piso.

Armé una escena, yo no podía quedarme en Lima. Estaba en el No man's land aéreo. empecé a llorar, y a llorar y a llorar. El tipo que me atendió me firmó un papel indicando por qué no podía viajar. Y yo seguía llorando. "¡Tiene que haber una solución! Estoy sola aquí, mi mamá ya se ha ido".

Supongo que tengo un ángel de la guarda. El caso es que el tipo se apiadó de mi y me dio una luz de esperanza.

-- Puedes ir a la oficina de migraciones, que está aquí mismo en el aeropuerto, y pagando 40 soles (la moneda de mi país) te harán un nuevo pasaporte peruano. Luego, puedes ir a pagar 45 dólares para volver a pasar los controles y tomar tu vuelo.

Por cierto, solo me quedaba una hora antes de la salida de mi vuelo.

Me guiaron fuera de la sala de controles, y yo estaba enloquecida. Ni mi mamá ni mis amigas estaban por ninguna parte. Se habían ido. Estaba llorando y nadie me ayudaba. Yo seguía corriendo con la guitarra al hombro, la maleta en una mano y el famoso gato en otra, ademas de mi chompa y mi bolso (y mis papeles, y mi pasaporte...)

Por suerte, mi madre me había dado unos cuantos euros antes de mi partida. ¿Qué otra moneda iba a necesitar verdad? Preguntando, corriendo, llorando y suplicando, logré dar con la casa de cambio. Me dieron lo que necesitaba. Me dijeron donde debía pagar para volver a pasar los controles, y donde debía ir para hacerme el pasaporte.

No recuerdo qué hice primero, si el pasaporte o pagar por los controles. El caso es que nadie, nadie era capaz de decirme dónde diablos estaba la oficina de migraciones del demonio, y cuanto más pasaba el tiempo, más histérica me ponía.
Finalmente, una mujer que trabajaba ahí se apiadó de mi y me guió hacia la oficina (que no estaba tan lejos) Y pude hacerme el pasaporte.

Lo crean o no, me hicieron el pasaporte en diez minutos. Entregué mis datos, firmé, me tomaron la foto (en la que salgo llorando) y me entregaron el bendito documento, todavía caliente, y me largué. Aún no podía cantar victoria. No sé cuánto tiempo me quedaba para tomar el vuelo, el caso es que salí corriendo hacia la sala de controles.

Lo más probable es que haya pagado por eso después. Creo recordar que un oficial de seguridad me guió hacia el puesto y pagué lo que tenía que pagar. Luego entré por fin a hacer los controles.

Me quitaba todo lo más rápido que podía (o sea, la correa y las zapatillas, además tenía que sacar el lap top de su funda y demás) ¿Mencioné ya lo fastidioso que es?
Cuando por fin estaba saliendo de esa tortura, un señor con cara de buena gente me dijo: tranquila, el avión no se va a ir sin nosotros. Intenté sonreír, esperando que tuviese razón. Apenas se liberó el espacio frente a mi, salí corriendo como caballo desbocado hacia la siguiente sala (con mi maleta, mi guitarra y mi gato de peluche)

Allí me esperaba el mismo control de pasaporte que hace un rato, y después de llenar no sé qué papel, me dejaron POR FIN pasar a las compuertas.

Por supuesto, busqué mi numero de vuelo. Obviamente mi vuelo tenía que ser en la última compuerta, la que siempre está más lejos.
Yo seguía llorando y corriendo, y llorando y jalando la maleta, y llorando y sosteniendo en mi brazo a mi chompa y a mi gato de peluche. Las correas de la funda de mi guitarra me incaban los hombros pero parar no era una opción.

Finalmente llegué a mi compuerta.

Ahí estaba una azafata, como si me esperara.

no había nadie más en la sala de espera.

En cuanto me vio, me sonrió. Le dije mi nombre, le mostré mi boleto y mi pasaporte peruano (maldito bicho) Y después de avisarle a alguien de algo, me dejó pasar.

El vuelo era a las 18h00 hora de Lima.

Y yo había llegado a las 18h00 hora de Lima.

He de decir que fue el día más estresante de mi vida, pero que tuve suerte de que el aeropuerto Jorge Chávez fuese pequeño, si no no lo hubiera logrado.

Me senté temblando en mi asiento, respirando para calmarme, sin poder creer que ya no tenía que preocuparme, había logrado tomar mi vuelo.

Logré pasar 13 aburridas horas sobre el océano atlántico. Logré ver el punto donde la noche y el día se unen en el cielo. De verdad, estás tan arriba que puedes ver la redondez de la tierra y, una parte del cielo está oscura, y la otra en pleno día. Es alucinante.

Dato curioso, cuando llegué a Madrid, antes de hacer mi escala hacia Nice (Francia) me pidieron el pasaporte francés... (menudos jodidos)

Otro dato curioso, yo, que de niña siempre me las arreglaba para perder mis cosas de la escuela, todavía me pregunto cómo diablos hice para no perder ni una sola de mis cosas aquel día.

Estas fotos fueron publicadas antes en mi cuenta de Facebbok . (Por si cheetah me jala la oreja. Si quieren agréguenme jeje)

Link del concurso

Este concurso fue patrocinado por @jlufer . ¡Gracias por esta iniciativa!