En una laguna tranquila, donde conviven predadores y presas, una planta se apodera de las miradas curiosas. El brillo de sus verdes hojas, resalta en la espesura del bosque, pero lo que fascina es el vibrante color de sus flores. Bajo una delicada capa azulada se esconde un divino fuego, cálido y armonioso. Sus pétalos adornan cual corona, con puntas tersas y elegantes, a esa reina que clama sin temor ni demora por diminutos polinizadores. Ella los recibe con mucha hospitalidad, permitiendo que sacien su sed con el néctar de su interior. Sin embargo, por su sacrificio demanda algo a cambio: que trasladen a sus hijas a otras tierras, que las permitan enamorar otros ojos y adornar otros cielos. Claramente, no es una petición insensata, por lo que, con gusto y prisa los agasajados huéspedes se llevan consigo a las princesas emocionadas. Su madre, la reina, sabe que pronto morirá y sus retoños dominarán en otros tiempos, otras aguas profundas. Así que, en su soledad llora de alegría despidiendo a sus hermosas princesas.

Por su parte, ellas viajan sin descanso hasta parajes magníficos; sus chaperones las presentan en bailes animados a sus futuros esposos, con los que se unen sin mediar palabra. De su fusión se crea un vástago que viajará grandes distancias, a veces incluso más que sus madres para asentarse en otra laguna, bajo otro cielo. Podría decirse que son verdaderos nómadas, pues prefieren descubrir las maravillas del extranjero a recluirse en sus propiedades. De igual manera, podría afirmarse que son tiranos que buscan expandir sus territorios. Realmente, nadie lo sabe aún, solo estamos seguros de que hipnotizan al mundo con sus vivos colores y ajetreada vida.