Mi novia últimamente estaba actuando muy extraño: la nueva y extraña admiración a los gatos, las plumas negras bajo la almohada, la arena color arcilla en la entrada de la casa y en las ventanas. Cada día se hacía más y más extraña, hasta su aspecto había cambiado. Ya no era joven, ya no era bella, ya no era feliz. Su rostro era completamente ojeras y estaba siempre mal vestida. En la mañana había traído al apartamento un gallo negro y un conejo, una bolsa con unas hierbas que nunca había visto. Me dijo que eran para la noche, pero no sé de qué se trataba. Así que la acompañé a lo que fuera a hacer esa noche, y ella estaba encantada. Todo sucedió en una casa. La cosa se puso más difícil de comprender al entrar en aquella sala alumbrada con velas e inundada de inciensos y otros aromas. Ella entró a un cuarto al fondo diciéndome que la espera. Regresó al instante con una taza de un supuesto té y volvió al cuarto, no me lo bebí. Cuando volvió no dijo nada, solo me tomó de la mano. Entramos en el cuarto, casi no veía nada, estaba muy oscuro. Se volteó hacia mí y sus ojos eran rojos. Ella poseída por un ente, sin yo poderme defender ni correr, me degolló.