—¿Tuviste el mismo sueño, Ramón? —preguntó el doctor mientras fumaba pipa.

—Así es —respondió Ramón.

—Bien... ¿Qué te parece si me cuentas cómo transcurrieron los hechos esta vez?

—Todo fue similar a las ocasiones anteriores Doc: aparezco en ese parque, ya sabe, el de los árboles de flores rosadas. Deambulo por ahí feliz, y de pronto aparece él... —dijo al tiempo que tragó en seco y guardó silencio — el clima, que era cálido, se torna insoportablemente caliente y él solo observa con su penetrante y aterradora mirada —concluyó, guardando silencio.

—Y luego corre hacia ti y despiertas antes de que te alcance, ¿Verdad?

Ramón observó al psicólogo fumando. Su sola presencia le resultaba irritante, pero sentía la necesidad de hablar con alguien y él era el único que le escuchaba, aunque cobrando unos cuantos billetes en el proceso.

—No —respondió tajante a la pregunta —. Esta vez no fue así. Eso es lo que te comenté al principio: el sueño fue similar, más no igual que siempre. Hubo algo diferente.

—¿Ah, sí? ¿Y qué fue? Cuéntame —comentó.

—Verá Doc, esta vez él no me persiguió. Caminó calmadamente hacia mí y... me susurró algo al oído.

—¿Qué te susurró? —preguntó.

—Dijo: «Dios reclama sangre»

—¿Qué significa eso?

—Él me dijo que requiere un sacrificio.

—¿Un qué? —preguntó, sorprendido.

—Usted fue elegido.

En un centellazo, Ramón se sacó un cuchillo bolsillo trasero y cargó contra el doctor. Clavó el el filo en su pecho una vez tras otra hasta concretar siete punzadas. Se levantó y afirmó: «Dios reclama sangre».

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