Llovía torrencialmente, era de noche. El sendero apenas se visualizaba gracias al resplandor de los continuos relámpagos. Allí iba él, dando traspiés en la oscuridad, con un poncho puesto. Luego de varios resbalones, finalmente logra llegar a su destino. Hizo a un lado la ya empapada lona de la entrada e ingresa. Lo primero que toma es la caja de cerillos de su bolsillo para encender la lámpara de alcohol, pero se percata que está mojada. Dejó soltar un leve "¡oh, diablos!", momento en el cual uno de los fugaces relámpagos hizo que apareciera a unos pasos frente a él, una silueta cuya presencia le propinó escalofríos en todo el cuerpo.

En medio de la oscuridad, los ojos del dueño de aquella silueta eran color naranja, con tono amenazante. El sujeto del poncho no podía dar un solo paso. Se encontraba petrificado. En medio de cada tenue destello, podía apreciar que el tamaño de aquellos ojos se tornaban cada vez más grandes, acercándose sigilosamente. Apenas pudo dejar caer la caja de cerillos, cuyo sonido al impactar en el suelo fue lo penúltimo que pudo escuchar en su vida. Lo último fue el rugido de la venganza.

Allí se encontraba la pérfida fiera dueña de la silueta, en medio del charco de sangre, en cómoda posición degustando del ya desmembrado manjar, saboreando el néctar de quien por tanto tiempo lo azotó y mantuvo en ese cautiverio de aplausos y gritos llamado "circo".