El primer cambio que percibí fue la extraña mejoría de mi vista. Siempre he usado lentes, una pared de vidrio que he odiado profundamente aunque he dependido de ella toda mi vida. Aunque es liberador poder captar cada matiz con el iris de mis ojos, todavía es abrumador mirarme a mi mismo en el espejo. Todavía no me acostumbro a ver esos múltiples ojos vidriosos.

     Luego de la vista, vino el olfato, el cual unido al gusto, ha hecho que con cada aspirada que haga pueda saborear a alguien por medio de su divina fragancia. Sí. Puedo adivinar su sabor con tan solo caminar cerca, me estimulo con el aroma y me siento excitado por acabar con su vida. Es la agradable fragancia de la muerte la que me enloquece, un aroma que solo dura pocos segundos… pero allí no acaba el placer, porque luego viene el momento mágico en donde se une la fantasía con la realidad y puedo realmente saborear la carne y comprobar que es justo lo que esperaba.

     Sí. Ese fue el tercer cambio que percibí en mi, un deseo inmensurable por la carne humana… a veces siento que traspasa incluso la barrera de la distancia, desde aquí puedo percibirte, puedo incluso oler el delicado aroma de tu piel, me enloquece la idea de arrancar tu cabeza, casi puedo escuchar tu cráneo crujiendo por mis colmillos. Batir tu cuerpo con tal fuerza para que tu sangre caliente recorra mis ocho extremidades. Ya no puedo más, espérame allí, iré a verte.