Marjam había decidido romper la vigilancia de sus padres, inmigrantes que encontraron refugio en la opulenta ciudad de Viena. Les presentó un itinerario detalladamente elaborado: pasaría el día entre museos, los mencionaba; por la noche, temprano, entraría al teatro: un musical se presentaba en el Teatro Ronacher. Sus padres accedieron, esperanzados en que, finalmente, diera señales de madurez.

Perdida entre los mil asientos del teatro, miró, entre burlona y extasiada, la presentación del Baile de los Vampiros, el musical. Era sábado, el último de septiembre del año 2017. Cuando no le interesó seguir la traducción al inglés, su alemán era todavía insuficiente, se encontró conectando las imágenes dramáticas, los colores contrastantes, el maravilloso maquillaje, con su afición por los temas oscuros. Esa afinidad era en ella más que un gusto, era una devoción, una necesidad.

Sintió el rencor salir de su estómago, viajar por su esternón, subir por sus hombros, recorrer sus brazos. Instintivamente llevó su mano al cuello. Allí estaba el murciélago de plata, su reliquia, lo único que no se había dejado arrebatar, colgando de los dos orificios perforados, expresamente, entre sus clavículas, para que, convertido en pirsin, el murciélago marcara posición, su pertenencia a un mundo irrenunciable.

La lágrima brotó sola: había sido obligada a traicionar un pacto de sangre.

Marjan salió del teatro, triste. Se orientó hacia Himmelpfortggasse. Una mano fría tomó su brazo, la hizo girar en dirección contraria, no necesitó mirarle el rostro. Sonrió sutilmente al escuchar:
-¿Bailas conmigo?
-Sí. - respondió.