Joven tonto, profanador de tumbas, sólo eres un vil ladronzuelo, con los muertos no se juega -no existen sortijas de oro, ni collares de perlas que puedan pagar la herejía que estas a punto de cometer- ¡No vayas! Le dijo esa noche su abuelo entre sollozos -no sabes con cuanto sacrifico te he criado, ¿qué pensarían tus padres si estuviesen vivos?

-El joven hizo caso omiso a la advertencia, destapó el ataúd y no encontró absolutamente nada de valor, solo cenizas yacían en la vieja madera, de pronto una sombra emergió y se escuchó un aterrador estruendo -había comenzado la lluvia- el chico despavorido no dejó de correr hasta llegar a su casa. La tumba que había profanado guardaba un obscuro secreto, un ente maldito que ya en libertad, se apoderó del alma de la chica más hermosa del pueblo.

-Tonterías abuelo, toda una noche de trabajo para nada. Toc toc toc! Un rostro conocido estaba frente a su puerta ¿Puedo pasar? claro adelante ¿Estas algo flaco? -dijo ella- pero en ese momento le daba igual quién estuviese en el menú, con hipnótico embrujo despertó un ardiente frenesí en el muchacho, se divertían, reían, conversaban -era mucho pedir para ese pobre mortal- hasta que la diosa de la obscuridad se cansó de jugar e hincó sus colmillos directo a la yugular, ríos de sangre corrían desbordados a su paso, cuerpos desmembrados aparecían en cada esquina al amanecer, era solo el comienzo de una cacería infernal que no se detendría hasta saciar su apetito por completo.