EL VIAJERO Y EL VALLE DE SOMBRAS

Hay sombras que tienen peso, y las del Valle de Irazú son las más espesas y pacientes, pero yo no podía detenerme, no quería hacerle caso a los que decían que las mujeres no debían andar solas por esos lares. Cuando vi que la luz roja comenzó a titilar ya era muy tarde, mi camioneta se detuvo. Éramos el Valle, las sombras y yo, viajera solitaria en mitad del suspenso. Tomé las llaves y me enrollé en el asiento de atrás con los ojos cerrados, el arpa del miedo cantaba para mí, la falta de oxígeno me fue adormitando, caí como una hoja en el río. Me despertaron unos golpes en el parabrisas, ¿Será Jhon o será Jerry? ¿Quién de los dos me tocaba ahora? ¿Quién me poseía hasta perder la consciencia? No quería mirar, apreté mi cruz en el pecho, abrí los ojos lentamente, el sol había vencido, no había noche afuera, un cristofué lanzaba su estribillo, la camioneta encendió como si nunca hubiese tenido nada. El Valle era una mesa con mantel de flores y una línea en la distancia que se fue haciendo horizonte en su abrazo con el sol.