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La caverna

Vladimir veía con dolor, morir a su esposa embarazada, después de caer accidentalmente en una de las grietas dentro de una caverna en las entrañas de una inmensa meseta, ubicada en el Escudo Guayanés. Era el lugar más seguro para sobrevivir, tras el megaterremoto en 2094, de más de 15 grados en la escala de Richter en el Océano Pacífico, y con múltiples réplicas y tsunamis en todo el mundo. Fuertes erupciones volcánicas, inclusive en el mar, hicieron que la atmósfera se llenara de cenizas, produciéndose una gran oscuridad. Así fue como los días en la tierra se detuvieron.

Vladimir era espeleólogo y su esposa Ivana, una bióloga. Ellos realizaron estudios por años en la cueva, donde exploraban las posibilidades de supervivencia subterránea como un gran Bunker. La población en la caverna era de unas 80 personas. En una de las salas de la cueva, se había construido un campamento experimental con habitáculos y laboratorios, y en otra, un área de cultivo y cría de pequeños animales de corral en un área no mayor a una hectárea. Todo funcionaba con energía eléctrica generada por las corrientes de las aguas subterráneas y tecnología basada en superconductores. El resto de las áreas se respetaron para el mantenimiento de la vida autóctona de la cueva.

Ya habían pasado dos años que no habían salido a la superficie y en las frías penumbras de 18 horas en la cueva, Wladimir solo deseaba que donde quiera que haya ido el alma de Ivana, pudiese volver a ver la luz del cielo.

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