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Claroscuro

La nieta del anciano Doctor Barmar Gutda ajustaba su corbata con atención amorosa, preparándolo para el gran evento.

Era el primero en recibir, juntamente, el Nobel de Física, Química, Fisiología, Medicina y Paz. Hacía dos décadas Gudta había desarrollado una vacuna que impedía la mutación celular.

Probado y comprobado, el suero era aplicado a todo niño y adulto del planeta, logrando erradicar completamente el cáncer, evitando las mutaciones del ADN celular que devienen, en algunos casos, en neoplasia. Aún fuertes dosis de radiación no podían dañar el ADN de las células de un vacunado. En quienes ya padecían la enfermedad, ésta paraba del todo.

Era el mayor héroe en la historia de la humanidad, eliminando de raíz el flagelo.

—Cambia esa cara, abuelo, pareciera que fueses al cadalso —comentó la menuda nieta—.
—Así me siento, querida.
—¿Por qué dices eso abuelo? Eres una leyenda viviente, un salvador.

Cogitabundo, el anciano se sumió en una profunda cavilación, oprimido por una culpa que le carcomía como un cáncer, enfermedad del pasado.

—Hija —así llamaba a su nieta—, la historia no es más que una breve exhalación en la larga maratón de la evolución humana.
—Ajá —indicó su nieta, incitándolo a proceder—.
—Me vitorean como a un héroe, pero estaba ciego realmente.
—¿Cómo es eso, abuelo?
—Gracias a mi miope contribución, he puesto el último clavo en el ataúd de la humanidad. Previniendo las mutaciones, no solo erradiqué el cáncer... también destruí el motor de nuestra evolución. Ahora nuestra especie es un reloj congelado, un inerte daguerrotipo biológico.

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Longitud sin los guiones: 255 palabras

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