Siempre se consideró a sí mismo una persona promedio. Nunca destacó en nada, fue normal durante su juventud, en su trabajo era pisoteado por su jefe, lo cual consideraba común entre los trabajadores promedios como él.

Su vida personal había acabado y nada tenía sentido por mucho que insistiera en lo contrario. Mientras limpiaba su departamento su mente daba vueltas y los recuerdos lo invadían por más que no quisiera, recuerdos que prefería no tener para dejar de sufrir internamente.

Ciertamente, cuando lo pensaba en frío prefería morir antes que sufrir; siempre fue un cobarde y lo aceptaba. Aunque su madre le repitió durante toda su niñez que su cuerpo era el templo más preciado y debía agradecer todos los días por la perfecta salud que poseía.

Fue inevitable que un suspiro saliera entre sus labios al recordar a su madre, que si aún viviera lo abofetearía si se enteraba de lo que planeaba hacer.

Terminó la limpieza, todo había quedado impecable, y se dispuso a salir de su hogar antes de arrepentirse. Nunca había estado a favor de la medicina experimental, o mejor dicho, nunca le había interesado aquello. Pero ahora era lo único que le brindaba una solución a sus problemas. Una muerte segura.

No una muerte física, pero tal vez una mental o espiritual, probablemente.

Llegó al lugar, todo limpio y las luces blancas del pasillo lo hicieron estar seguro de una sola cosa, aquella inyección que prometía borrar sus recuerdos seria lo último que verían sus ojos antes de su nueva vida.

Esta pequeña historia es mi entrada al Concurso de Microrrelatos de Ciencia Ficción organizado por @trenz. Pero sobretodo espero lo disfruten.

@Laykenia