“¡Fuera! ¡Fuera de mi casa!, no eres el hombre con quien me casé” “¡Sniff, sniff!, has cambiado, no me besas igual”. Además, ya no hueles como antes y tienes una mirada de no sé qué. Tienes días en lo mismo, andas por inercia, pareces una caja de muñecas, un cajón de recuerdos. ¡Quiero a mi hombre! ¡Vuelve de dónde vienes!

“Mi amor, mírame, mírame bien. ¡Soy yo!” Si te parezco cambiado es por el dolor de cabeza, ¡Bah!, pero no es nada. Ese dolorcito lo tengo desde que fui al laboratorio “Human biotechnology” para el Seminograma. “¿Sabes? Un tal Dr. Smith me dijo que era buen candidato -No recuerdo para qué- me invitó a charlar un rato en su oficina”. Tuvimos que atravesar un enorme laboratorio para llegar a ella.

El laboratorio era raro, tenía unos enormes tubos cilíndricos de acero inoxidable conectados unos a otros con tubería en forma de espiral. Nos sentamos en un pequeño estudio dentro él, me ofreció un jugo de naranja y lo tomé con gusto, pues estaba casi deshidratado por el calor de la calle. Hay algo que no me suena, si fui por un Seminograma, nunca hablamos de ello, ni recuerdo haberlo hecho y todo después de haber tomado el jugo. Solo me dijo que volviera por los resultados en una semana. Voy a regresar al laboratorio por respuestas.

¡Hombre!, ¡adelante! ¿Cómo te has sentido? —Bien Dr.— Solo que… ¡ay! ¿Qué me inyectó? Colegas el experimento fue un éxito, despierten al otro, llévenlo a su casa.

La imagen es de Pixabay

Original por @corderosiete

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