Mientras temblaba en la pequeña jaula, los acontecimientos de las últimas semanas pasaban frente a sus ojos. Primero, las luces llamativas—un segundo amanecer colorido—alzándose sobre el horizonte. Segundo, sus padres y las repetidas advertencias de no deambular de noche—por temor a viajeros del espacio—y menos hacia las luces. Por último, el terror de encontrarse paralizado frente a la fuente de la luz.

Unas voces inteligibles—que apenas se escuchaban—venían a lo lejos desde la cabina. La nave surcaba el hiperespacio. Sus manos tocaron el frío metal de la prisión para darse cuenta de que estaba electrificado. Un chillido de dolor rompió la tranquilidad tensa de la bahía de carga. Con ojos nerviosos y ahora fuera del trance, el infante observaba ahora el resto de las jaulas que lo rodeaban. En la más próxima, restos de cabello familiares. Se tocó la cabeza sintiendo la semejanza.

Ahora pasos firmes hacían eco, escuchándose cada vez más cerca. La puerta de la bahía emitió un silbido para luego abrirse dejando ver una figura alta y siniestra a contraluz. Ésta se acercó a la jaula y observó al pequeño. Dijo algunas palabras. Nada que el cautivo pudiera entender.

Otro sonido similar cortó el aire. La figura removió el casco de su cabeza. El pequeño sintió aún más terror al ver las facciones extrañas de su captor. La piel rosada, el vello disparejo que no cubría todo su rostro, los ojos despiadados. Sin duda éste era uno de esos seres tan temidos por su especie: un humano.

Fuente

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