La enfermedad desatendida que causa más muertes que el SIDA
El paludismo o malaria, denominación motivada en la asociación de este mal con ambientes pantanosos o malsanos que no sobrepasan los 1600 metros sobre el nivel del mar, es una enfermedad infecciosa asociada a países en vía de desarrollo, en los que es responsable de la reducción anual del 1.3% en el crecimiento de la economía. De hecho, alrededor del 59% de los casos ocurre en África, el 38% en Asia y el 3% en América.
Los síntomas más frecuentes (fiebre y escalofríos) pueden estar acompañados por dolor de cabeza, mialgias, artralgias, debilidad, vómito y diarrea. Otras características clínicas incluyen esplenomegalia, trombocitopenia, hipoglicemia, disfunción renal o pulmonar y cambios neurológicos que pueden llevar, incluso, a la muerte del paciente. Dentro de estas complicaciones, la anemia constituye un significativo problema de salud pública, debido a la dificultad que representa tanto su diagnóstico acertado como su manejo adecuado. Adicionalmente, la alta prevalencia de co-infecciones y factores nutricionales en las comunidades maláricas, contribuye al desarrollo y severidad de la patología.
A partir de plantas y compuestos químicos se han elaborado varios fármacos útiles, sin embargo, la resistencia del Plasmodium a estos medicamentos, hasta ahora descrita en P. falciparum y P. vivax, sigue siendo un grave problema en lo referente a las alternativas terapéuticas disponibles para ejercer un control. Particularmente, P. falciparum ha desarrollado resistencia a casi todos los antimaláricos usados en la actualidad, mientras que P. vivax ha hecho lo propio ante la cloroquina y la primaquina en algunas regiones del mundo.
Los esfuerzos en investigación se han centrado, de manera prioritaria, en producir una vacuna contra la malaria causada por P. falciparum, debido a la severidad que esta especie produce en el hombre en comparación con las otras tres variantes, clínicamente menos severas y raramente letales.
La presencia de la malaria se circunscribe a las franjas tropical y subtropical del planeta, ya que en estas zonas se dan las condiciones de alta humedad y poca altitud (menos de 1500 metros sobre el nivel del mar) que requieren los mosquitos transmisores (Aedes aegypti) para vivir y multiplicarse.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) la malaria es la infección parasitaria más importante en el mundo. En el año 2006 se reportó un estimado de 247 millones de casos entre 3300 millones de personas en riesgo, con un saldo cercano al millón de muertes, principalmente en la población menor de cinco años. En 2008, 109 países padecieron el flagelo de la malaria endémica y alrededor de 3,2 billones de personas se vieron afectadas.
Por su parte, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) identificó a la malaria, la pulmonía, la diarrea, el sarampión y la desnutrición, como las patologías responsables de la mayoría de muertes en niños menores de cinco años en los países en vía de desarrollo. África, con el 59% del total de casos, es el continente más afectado por la enfermedad, aunque Asia, América Central y del Sur, Oriente Medio, Europa Occidental y algunas islas del Pacífico, también padecen su influencia.
Los fármacos constituyen una estrategia para combatir la malaria. Entre éstos se encuentran la quinina y sus derivados, tales como la quinidina, que ha servido de último recurso en los tratamientos, y la cloroquina, principio activo de elección para la malaria no severa, empleado también como profiláctico y cuyo uso ha disminuido a causa de la resistencia que ha generado. Otros derivados que se han utilizado son la amodiaquina, la primaquina (para combatir formas exoeritrocíticas de P. vivax y P. ovale) y la mefloquina. Los derivados de un producto natural como la artemisina se han convertido en los fármacos de elección para el tratamiento de la malaria complicada y brindan una alternativa cuando se presenta resistencia múltiple. Adicionalmente, este tipo de compuestos ha demostrado mayor eficacia que los derivados de la quinina.
En contraste con algunas enfermedades virales (polio, sarampión, viruela y fiebre amarilla), las enfermedades parasitarias como la malaria no inducen inmunidad estéril, por consiguiente, no existe hasta el momento una vacuna contra esta clase de afecciones. La mayoría de aproximaciones a vacunas se basan en antígenos de superficie que sirven como blancos para el sistema inmune. Al respecto, cabe señalar que el Plasmodium expresa diferentes antígenos de este tipo de acuerdo con los estadios de su ciclo de vida. Incluso, la diversidad genética entre cepas de parásitos hace que algunos antígenos tengan variantes alélicas inmunológicamente diferentes.
Sólo si se conocen a fondo los aspectos relevantes de la enfermedad, como son los mecanismos de patogenicidad del parásito, su metabolismo, su interacción con el huésped y sus determinantes antigénicos, entre otros, será posible diseñar una cura efectiva que, desde la perspectiva de la prevención y la erradicación, debería ser una vacuna con una efectividad del 100% o cercana a este porcentaje.
Fuentes:
World Health Organization. Global Malaria Programme. [página web]. World Malaria Report 2008. Disponible en:
http://www.who.int/malaria/wmr2008/malaria2008.pdf.
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Kiszewski A, Teklehaimanot A. A review of the clinical and epidemiologic burdens of epidemic malaria. Am J Trop Med Hyg. 2004; 71(Sup 2): S128-35