Macri en la Sociedad Rural Argentina: criollismo popular, el mito de la abundancia y la modernización
El discurso de Macri en la Sociedad Rural del año 2016 nos dejó alguna idea interesante más allá del alineamiento económico con el sector concentrado del campo y la devolución de favores a Etchevehere que ya eran bastante evidentes. La retórica del presidente y la apelación al sentido común criollo durante el discurso recurren a un mito de la cultura argentina que tomó forma durante la modernización y la formación del estado nacional en la primera y segunda década del siglo pasado. Es un mito que circuló entre las culturas de la élite y también entre las culturas populares a través de discursos, películas y representaciones de todo tipo. Y si bien cada vez que la ideología del libre-mercado gobierna la economía el mito vuelve a adquirir fuerza por las relaciones sexuales entre la economía liberal y la producción primaria del campo, su origen es tan antiguo como el primer modelo agroexportador y supera los límites de la economía. Es el complejo mito del campo-cornucopia; el campo como agente de la abundancia y a su vez como agente modernizador atravesado por la valoración positiva del gaucho en la cultura criollista-popular.
La creación del estado-nación argentino entre las décadas de 1880 y 1900 se asentó con el proceso de transformaciones modernas que lograron todas las jóvenes naciones de la época (Alemania, Argentina, Italia) cuya expresión máxima son las metrópolis. Para 1900 Buenos Aires, así como Berlin y San Pablo, era una de las 25 metrópolis del mundo, cuando en 1848 (50 años atrás) sólo existían Paris y Londres. Indudablemente, el nexo entre la modernidad y la creación de las metrópolis fue la industrialización, que dio vida a los aglomerados ciudadanos, a las condiciones de vida modernas y cambió para siempre la percepción cotidiana de la humanidad.
A principios del siglo pasado el campo era el espíritu y la materia del modelo económico agroexportador que sumía a la nación en una eternidad de producción agrícola (según la división mundial del trabajo) pero representaba también a la modernización como su motor económico. A su vez - como la industria en Estados Unidos durante la misma época – el campo concentraba el anhelo de progreso de los necesitados inmigrantes que durante meses, en los lúgubres barcos trasatlánticos, soñaban con el día en que llegarían a Buenos Aires y las autoridades les entregarían unas parcelas de tierra de la interminable llanura pampeana para trabajar colectivamente. Por supuesto que eso no sucedió y que cuando llegaron los inmigrantes fueron hacinados en el sur de La Ciudad y de la Provincia de Buenos Aires con el fin de proletarizarlos y dar crecimiento a la tan ansiada industrialización. Pero la modernidad y la industrialización eran también los cuerpos mutilados y el hacinamiento. Por eso el mito del campo abundante y moderno, sostenido por el orden oligárquico-liberal, sustrajo (indudable operación ideológica) a las fábricas y las industrias de la imagen del proceso modernizador.
El film-documental cristalizó el mito del campo y el progreso con mayor efectividad y sin nostalgias del pasado rural, como las imágenes tomadas por Eugenio Py a principios de siglo, que exponen el paisaje rural desde un tren en movimiento. La cámara fija, desde el vagón, revela un paisaje que se repite una y otra vez, la llanura pampeana atravesada por decenas de postes de luz separados por la perfección equidistante de los sistemas eléctricos. El campo en su abundancia e inmensidad se ve atravesado por los dos grandes productos de las revoluciones industriales, motores de la industrialización: el tren, la poderosa máquina del origen de la primera revolución industrial, el transporte de la producción y de las masas pero también la potencia inconmensurable jamás imaginada por la humanidad. El tren transporta a la enunciación misma. Luego, la luz eléctrica: los postes de luz, producto de la segunda revolución industrial, que dejan atrás los siglos de la oscuridad. En el medio faltan la industria y sus horribles consecuencias, el trabajo infantil, la jornada laboral extendida, la muerte de los atardeceres y amaneceres en la percepción cotidiana de las personas, la mutilación de los cuerpos. La operación ideológica consiste en sustraer este signo, el de la industria, imbricando al segundo (la modernidad) sobre el primero (campo abundante). Esta operación dio vida al mito del campo-cornucopia durante el siglo pasado, un signo tan poderoso que expandió los límites de la economía, de la temporalidad y de su propia creación.
A pesar de su origen, el mito cruzó las barreras de la discursividad objetivista de la oligarquía rural y se reprodujo en novelas y ficciones que le permitieron inmiscuirse en las culturas populares desde los géneros propios de este campo. El Juan Moreira (1879), folletín que relató las aventuras de un gaucho valiente, injustamente perseguido por la ley, otorgó al gaucho –ese agente proletarizado a la fuerza y desgarrado por el estado moderno – un nuevo sentido heroico que le abrió las puertas del criollismo popular. A partir de allí el mito apareció como un elemento residual (en el sentido de Raymond Williams) de la cultura criollista tanto en cine como en novelas y en discursos a lo largo de toda la historia y si bien fue mutando producto de las apropiaciones, siempre guardó para el campo el lugar más preciado de la economía y la abundancia. En este proceso cruzado entre el imaginario popular y los discursos de época, las ficciones del género entraron en una lógica binaria entre la valentía del gaucho (campo) y la ambición del burgués (ciudad). El gran éxito fílmico “Nobleza Gaucha” (1915) es el mejor ejemplo.
Aunque el mito original del campo-cornucopia sufrió cierto desplazamiento entre la abundancia del campo modernizador y la riqueza (mal habida) de la ciudad industrial, la ligazón campo-abundancia y gauchos-valores honorables quedó sellada en las estructuras sentimentales del criollismo popular para siempre. La película “Plata dulce” (1983) relata la vida de Carlos Bonifatti (Federico Luppi), un pequeño empresario que intenta aprovecharse del desmadre bursátil que provocó la economía financiera de la dictadura y termina fundido y en cana. Durante la escena final, Ruben Molinuevo (Julio de Grazia), un laburante, amigo de Bonfatti, lo visita en la cárcel. Afuera llueve torrencialmente. Un rayo interrumpe la escena y da pie al diálogo final:
-Bonifatti: Mirá, como va a llover…
-Molinuevo: (ríe) ¿Vos no querías hacer todo líquido? ¡Ahí tenés todo líquido!
-Bonifatti: Cortala Ruben, ¿Viniste nada más que a verduguearme?
-Molinuevo: Hablo en serio, ¿Sabés cómo le viene esta lluvia al campo?
-Bonifatti: ¿Vos tenés campo?
-Molinuevo: No, pero está en el país. La cosecha, viejo. Con una buena cosecha nos salvamos todos. (Llueve con más intensidad) Cómo llueve eh. No hay nada que hacerle, Dios es argentino. ¿Qué, no me creés? Dios es argentino.
Todo gobierno construye su identidad en el ejercicio mismo del poder y no antes como producto simple de su tradición o discursos previos. Claro que cada gobierno preestablece alianzas ideológico-económicas, pero su verdadera identidad social se construye con actos, gestos y, sobre todo, con discursos políticos. El de Macri en la Sociedad Rural retoma todos los motivos del mito criollista del campo-cornucopia, seguramente alimentado en la propia cabecita del presidente durante su infancia tandilense con los Blanco Villegas, familia de su madre, de origen en la alta sociedad rural. Desde la recuperación del campo como agente del progreso (agro) industrial hasta el trunco revisionismo histórico de “la gauchada”, las huellas del campo-cornucopia están presentes en la retórica del presidente. Hace tan sólo un año el megaliberal José Luis Espert decía en Radio Mitre que “hacía poco tiempo había leído una revista internacional de los años ’20 que pronosticaba a Argentina como futura primera economía mundial gracias a su producción agrícola” y que “añoraba retornar a esos tiempos”. Cambiemos, o mejor dicho el PRO (porque los radicales hicieron lo posible por no sacarse la foto con Etchevehere y los “si se puede”) comenzó a construir la identidad de la derecha nacional democrática que por primera vez en la historia gobierna por la legitimidad de las urnas y no asaltando el poder con el ejército, como durante todo el siglo pasado. Macri, su primer presidente, eligió al mito criollista del campo de la abundancia, el honor y la modernización como su mito fundacional.
Los datos teóricos e históricos pertenecen a los trabajos de Elina Trenchini (2000) “El cine argentino y la construcción del imaginario criollista, 1915-1945” e Irene Marrone (2003) “Vistas y actualidades de Max Glücksmann y Cinematografía Valle: forjando patria” (en relación a todo lo estudiado por Alabarces, Ford y compañía).