Cuento: El patio y el espejo
En mi primer post que hice aquí, mencioné que también me gusta escribir (sobretodo cuentos para niños). Este va a ser el primer cuento que subo. Lo escribí en mis tiempos universitarios y gané un concurso literario con él. Espero les guste. Se llama El patio y el espejo.
El patio y el espejo
Papá solía coleccionar objetos antiguos. Tenía el patio trasero de la casa lleno de cosas viejas. Solía regalarme aquello que no le gustaba guardar en él, pero sin que se percatara, cada noche me filtraba por las enormes puertas que lo sellaban para tomar lo que más me llamara la atención. Claro, no iba sola, siempre me acompañaba mi amigo Juan que también era mi vecino. A las once de la noche era cuando podíamos entrar pues papá salía a la casa de la señora Nerva para recoger más cosas viejas. Yo agarraba las llaves de la puerta que él dejaba colgadas en el perchero de su guardarropas y junto con Juan abría la oxidada cerradura. Ya éramos unos expertos abriéndola: primero se mueve la llave hacia arriba, luego un poco hacia abajo, después dos vueltas a la izquierda y así las pesadas y rechinantes puertas estaban abiertas. Juan siempre entraba primero para protegerme de los peligros que el patio encerraba, lo cual me causaba mucha risa y a la vez, me hacían recordar las continuas advertencias de papá para que no entráramos por ningún motivo.
- Aunque escuchen ruidos – nos decía en tono severo – no vayan a entrar ni
cuando yo esté, ¿me entendieron?.
Pero nunca nos ha pasado nada malo, al contrario, Juan y yo nos divertíamos mucho correteando alrededor de las estatuas jugando a las escondidas y hurgando para ver si encontrábamos algo interesante y de valor. Me encantaba jugar entre tantos objetos viejos porque parecían tesoros en el olvido.
Pero como todo lo bueno dura poco, nuestra travesura se extendía solo por unos escasos minutos cada noche, pues papá regresaba siempre con prisa de la casa de la señora Nerva trayendo algo viejo oculto bajo su saco. Algunas veces me dejaba ver, pero otras no. Cada noche traía algo diferente: una pipa vieja y enmohecida, un crucifijo de metal oxidado, un retrato de madame Veroska, la fundadora del pueblo, llorando, un candelabro de siete velas, un espejo, ..., ¡esa noche trajo un espejo!. No me dejaba verlo pero era muy grande para ocultarlo bajo su saco y pude observarlo bien cuando se disponía a guardarlo en el patio.
Era un espejo con un marco plateado y tenía muchas piedritas de colores en él. ¡Pero era bien raro!, cambiaba de colores, ¿o acaso era la luz de la lámpara del pasillo la que lo hacía brillar así?, ¡que espejo tan raro!. Cuando papá salió la
noche siguiente, mi inseparable Juan y yo entrábamos de nuevo al patio para ir a verlo bien.
- No entres todavía. Primero voy yo. – me dijo Juan.
Pasaron unos veinte minutos y como Juan no me respondía cuando lo llamaba, decidí entrar. Por primera vez sentí miedo. El patio estaba oscuro y tenebroso. La noche fría y sin luna le otorgaba una especie de misterio y una niebla densa no dejaba ver bien.
- Juan..., Juan..., ¿dónde estás?, ¿no puedo verte?.
Mi corazón palpitaba con mucha fuerza mientras caminaba con pasos trémulos. De pronto, la niebla se disipa y observo la estatua de un niño que frente a un espejo se miraba con asombro. Su cuerpo petrificado extendía una mano tocando una de las piedras del espejo. Esta estatua era nueva pues no recuerdo haberla visto la noche anterior. Pero mi atención se fija más en la piedra, ¡es tan linda, es verde y casi brilla!. Los colores del espejo me deleitan los ojos y voy cayendo en un sueño nebuloso que me adormece. Oigo una voz, es el espejo que me habla, me pide que lo toque, que me dará felicidad, me dice que si lo toco viviré por siempre y que no tendré que preocuparme por nada, podré jugar en el patio todo lo que desee por el tiempo que desee. No puedo resistirme..., ¿qué me está pasando?, ¡mi lengua se pone pesada!, ¡no puedo respirar, no puedo moverme!. El tiempo se pone lento, muy lento, mi cuerpo se congela. Estoy muerta pero ahora puedo sentir toda la vida que está encerrada aquí. Las puertas se cierran, la oscuridad es total, pero puedo ver y sentir con mis otros sentidos, puedo moverme sin cuerpo, puedo saber que el que está a mi lado es Juan; que la niñita de traje largo es Mariíta, la cual se había ido a Europa a estudiar, según decían; que el señor de sombrero es el boticario Luis que me dijeron se había muerto de un ataque al corazón; que el niño de pantalones cortos es Rubencito, el hijo de Don Isidro, dueño de la panadería, lo habían dado por desaparecido; y ese de allá es Rey y aquella Petrica, y así cada una de las estatuas ahora me eran conocidas pues eran personas del pueblo que cayeron en el mismo embrujo del espejo en el cual acabo de caer. Las puertas del patio se abren y observo un rostro compungido. Es papá que sollozando me alza en sus brazos y me mueve de sitio.
- ¡Ay, mi niña!, ¿por qué desobedeciste?.- me dijo.
Lo mismo hace con Juan a quien pone a mi lado. Tapa el espejo con un trapo negro, cierra la puerta y se va. Debo confesar que el tiempo aquí pasa lento, muy lento; mientras transcurre, mis nuevos amigos y yo solemos jugar entre
baúles viejos y objetos desteñidos por el sol, jugamos mientras nuestros cuerpos de piedra continúan en el mismo lugar. Lo único malo de todo esto es que somos prisioneros de nuestros propios cuerpos cada noche a eso de las once en la que los niños y adultos curiosos suelen entrar al patio aprovechando la ausencia de
papá. Una de esas noches, la puerta se abre y a lo lejos vi entrar la figurita de un niño blanco que jugueteando en la misma forma que lo hacía yo, por entre tantas cosas viejas, se topa con el trapo y lo hala..., ¡ay, no...!,- ¡Ay, mi niña!, ¿por qué desobedeciste?.- me dijo.
Lo mismo hace con Juan a quien pone a mi lado. Tapa el espejo con un trapo negro, cierra la puerta y se va. Debo confesar que el tiempo aquí pasa lento, muy lento; mientras transcurre, mis nuevos amigos y yo solemos jugar entre baúles viejos y objetos desteñidos por el sol, jugamos mientras nuestros cuerpos de piedra continúan en el mismo lugar. Lo único malo de todo esto es que somos prisioneros de nuestros propios cuerpos cada noche a eso de las once en la que los niños y adultos curiosos suelen entrar al patio aprovechando la ausencia de papá. Una de esas noches, la puerta se abre y a lo lejos vi entrar la figurita de un niño blanco que jugueteando en la misma forma que lo hacía yo, por entre tantas cosas viejas, se topa con el trapo y lo hala..., ¡ay, no...!, ¡es Pedrito, mi hermano menor.... A veces, el deseo de saber sin razón o propósito puede matarnos en
vida.
Fin.
Autor: @artelita
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